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En recuperación

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Por Elba Fernández Grillo / Licenciada en Ciencias de la Información – Mediadora

María podía tener 30 ó 50 años, era difícil descifrarlo. Tenía una mirada de profunda tristeza, una mirada que hacía impredecible cuántos años podía tener, una mirada de la nada. Los mediadores estamos acostumbrados a encontrarnos con miradas de ira, de indiferencia, de desconsuelo, pero la mirada de María era de una tristeza inconmensurable. Cuando comenzamos a charlar con ella sus primeras palabras fueron: “Necesito ayuda, ya no sé adónde ir”. Le dijimos que teníamos todo el tiempo del mundo para escucharla y que nos contara su problema. Al atender su relato, que no difería en mucho o en nada a otros tantas veces narrados, nos contó que Francisco, su esposo, era el mejor hombre del mundo de lunes a viernes, pero que sábados y domingos, cuando se alcoholizaba, se transformaba en un ser violento, irreconocible. Ella vivía esta situación desde hacía años; juntos habían criado a cinco hijos, dos de los cuales –aún menores- permanecían en la casa; los otros habían formado pareja y se habían ido. Cuando llegaban los fines de semana este hogar se transformaba para todos en un calvario.

La primera idea que cruzó mi cabeza fue qué cosa loca esta que quien inventó el descanso, el esparcimiento, la recreación, como una pausa en la vida para encontrarse con los seres queridos, para descansar del trabajo semanal, se transforme para otros en un verdadero infierno. Luego de estas reflexiones que compartí con mi comediadora le dijimos a María que sería importante escuchar a Francisco. Ella nos contestó que él ya sabía de esta mediación y que le dijo que no iba a venir; y agregó que antes de salir de su casa le había expresado concretamente: “Ni loco contés conmigo para hablar de los problemas”. Fue entonces cuando una secretaria del Centro nos anunció que una persona llamada Francisco esperaba en el hall y venía por esta causa. Le pedimos a María que nos aguardara y comenzamos nuestra primera reunión privada con él.

La primera percepción que tuve de Francisco no coincidía con la descripción de María como un ser violento, irascible, intolerante; pero sí se parecía a su esposa en la tristeza de su mirada. Francisco era de estatura pequeña, miraba todo el tiempo el suelo, era parco para manifestar sus ideas y tímido. Cuando le contamos porqué estábamos allí, qué pretendía María de ese espacio, nos contestó que ella tenía razón, que era verdad que durante los fines de semana bebía demasiado y este hombre que era ahora, dejaba de serlo sábados y domingos. Le explicamos que trabajábamos en red y que si bien el nuestro no era un espacio terapéutico, podíamos derivarlo a instituciones que tratan estas adicciones. Entonces encontramos una seria dificultad: él no quería tratarse, no reconocía el problema como una enfermedad, quería continuar bebiendo porque –según él- lo disfrutaba. Y aquí radicó nuestra negociación entre ellos: María planteaba que aceptaría por última vez continuar la convivencia, con el compromiso de que Francisco se sometiera a un tratamiento o se divorciaría del él. Francisco no quería hacer el tratamiento pero tampoco quería perder a María y su familia.

En este caso no pudimos mantener el mismo tiempo para cada una de las partes en sus audiencias privadas; necesitábamos trabajar más intensamente con Francisco; que comprendiera la existencia de otros caminos, otras opciones para mejorar su vida y la de su gente. Cuando le preguntamos qué desearía él que hiciera su entorno, es decir María, para que accediera a un tratamiento para solucionar su alcoholismo, la pregunta generó un cambio: se quedó pensando y nos pidió un tiempo para responderla.

Fijamos nueva audiencia para la otra semana y antes de que se retirasen hicimos un breve acuerdo: durante el fin de semana que separaría esta audiencia de la próxima, María y los hijos partirían a la casa de una hermana de ella, para retornar el lunes a primera hora. Cuando la familia llegase a su casa Francisco no haría ningún tipo de reproches y así nos despedimos hasta la audiencia siguiente.

En la siguiente oportunidad que nos encontramos habían llegado juntos; María y Francisco estaban sentados uno al lado del otro. Al comenzar esta segunda reunión le preguntamos a él si había pensado en lo que hablamos en el encuentro anterior y nos contó que había conversado del tema con María y ella le había comentado que iba a empezar a asistir a los grupos de familiares de alcohólicos anónimos para informarse de cómo podían ayudarlo.

En el tercer encuentro María nos contó cómo trabajaban en estos grupos y cómo le enseñaban a manejarse con Francisco como persona alcohólica y resaltó que “había aprendido que lo que no debía hacer era reprocharle todo el tiempo este aspecto”.

Al terminar esta audiencia hicimos un acuerdo por el cual ambos se comprometieron a iniciar, en el caso de Francisco, el tratamiento y en el de María, a continuar su asistencia a estos grupos. Si bien este convenio constituyó sólo un acuerdo privado entre partes -sin valor jurídico- les sirvió a ellos: encontraron un espacio donde contar lo que les pasaba, alguien que les tendiera una mano, algún lugar dentro de una institución que pudiera acompañarlos en su problema. En mediación escuchamos frecuentemente que el origen de los problemas de muchas parejas es la adicción al alcohol de muchos hombres, a lo que ahora se agrega también la adicción a las drogas.

Esto no es exclusivo ni de un grupo determinado, ni de una edad, ni de una clase social, ha traspasado todos los niveles.

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