jueves 3, octubre 2024
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Comercio y Justicia 85 años

Elma Kohlmeyer de Estrabou y su biblioteca

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Por Alicia
Migliore (*)

Hay mujeres osadas que transforman la realidad. Sólo es necesario encontrarlas y promocionarlas, para ponerlas en consideración social como merecen.

Así sucede con Elma Kohlmeyer de Estrabou. Un nombre conocido en el ámbito académico, dado que así se llama la Biblioteca Central de la Facultad de Filosofía y Humanidades ubicada en el Pabellón Agustín Tosco – Módulo “C” de la Ciudad Universitaria de la Universidad Nacional de Córdoba.

De los aportes de sus colegas docentes Cristina Donda y Ariela Battan surgen datos biográficos y trayectoria que permiten descubrir la trascendencia de su legado.

Elma nació en la ciudad de Punta Alta, provincia de Buenos Aires, el 23 de diciembre de 1928. Su padre, Ernesto Kohlmeyer, era un ingeniero naval alemán y su madre fue Margarita Napal. El trabajo de su padre llevó a la familia a residir en Inglaterra. El asma de su madre causó el regreso y su radicación en Villa Allende.

Elma fue bachiller egresada del Liceo Nacional de Señoritas. Afirman sus biógrafas que le interesaba la medicina pero que su padre la desalentó por su condición de mujer y que ella optó por la filosofía, decidida a buscar respuestas existenciales. 

Casada en 1952, construyó su familia con sus tres hijos. 

Esta señora obtuvo su licenciatura en Filosofía en 1957, demostrando también los diversos roles que las mujeres han desarrollado siempre.

En su currículo consta que casi de inmediato se incorporó a la biblioteca de la facultad y a distintas cátedras como ayudante, profesora adjunta, investigadora, técnica, en Historia de la Filosofía Moderna, Metafísica, Gnoseología, Introducción a la Filosofía. Miembro del centro de Investigaciones de la Facultad de Filosofía y Humanidades, su vocación docente y anhelo de formación constante, no le impidieron participar en diversos cargos de gestión, como presidente de la Asociación de Docentes e Investigadores, Vicedecana de la Facultad en el período 1988-1990, cuando María Saleme de Burnichon fue decana, directora de la Escuela de Filosofía de 1986 a 1994.

Hasta aquí aspectos de su vida personal, en el marco familiar, y profesional, reflejados en su documentación académica. Falta la referencia a su importante legado y trataremos de reflejarla.

La búsqueda constante de nuevas corrientes de pensamiento hizo que corriera la misma suerte que su brillante colega, María Saleme. Ambas fueron cesanteadas el 14 de mayo de 1975, durante la presidencia de María Estela Martínez de Perón, quien sostuvo la designación de Mario Víctor Menso (marzo de 1974 a marzo de 1976) como rector interventor que sucedió al interventor rector Próspero Francisco Luperi (junio de 1973 a marzo de 1974). Lo que se llamó la “gestión Ivanisevich” continuó las intervenciones de autoridades universitarias dispuestas por el gobierno militar anterior al Gobierno democrático de 1973 y fue sostenido el mismo criterio después del golpe de 1976.

La restauración democrática de 1983 debió atender la reparación de todas las instituciones de la República, las Universidades no fueron excepción.

La cesantía expulsó a Elma del espacio que la contenía como un hogar y la arrojó a un exilio interno en el que fue determinante el apoyo de Gloria Edelstein, en el clima de terror imperante y del que fue víctima con su familia. Ese apoyo se traducía en refugio, amparo, contención, por el tiempo que se pudiera o fuera necesario. Los contemporáneos conocimos costos y valoración de esos episodios.

Recuperadas las instituciones, debió sortear algunas dificultades administrativas para recuperar su cargo docente. Fue reintegrada definitivamente el 29 de abril de 1985.

Esa mente crítica y abierta a nuevas corrientes, que molestó a los autoritarios, estaba dispuesta a construir una nueva realidad en su querida facultad. Partiendo de aquel obsoleto plan de estudios de 1978, que se repetía en todas las facultades, retrotrayendo el pensamiento a la concepción aristotélico-tomista, se propuso vencer las resistencias y “concebir la actividad filosófica de un modo nuevo, dejando atrás años de postración, rechazo y prohibición de temas, problemas y pensadores” señala su colega Donda. Logró finalmente la aprobación del plan de estudios actual en 1986.

Fue Elma quien introdujo el pensamiento de Michel Foucault, desconocido hasta entonces, organizando seminarios de formación.

Foucalt, al analizar los micropoderes que circulan en la sociedad, se convierte en un incómodo protagonista para grupos áulicos y cerrados. Los interpela, afirmando que todo saber implica poder y todo poder un saber específico. 

Desde mi perspectiva, como universitaria reformista, entiendo que es obligación inherente de quien detente saber que los socialice, como un modo de democratizarlo y -al mismo tiempo- empoderar el conjunto.

Al decir de Foucault, todo discurso está atravesado por relaciones de poder, y Elma se atrevió a desafiar un poder anacrónico y dar herramientas a sus alumnos para analizar el poder en sus múltiples manifestaciones.

La jubilación se le otorga con el cargo de profesora adjunta y directora de la Escuela de Filosofía.

La mayor reivindicación y reconocimiento llegaron, paradójicamente casi 20 después de su cesantía. El 16 de mayo de 1995, el Consejo Superior de la Universidad Nacional de Córdoba le concede el título de Profesora Consulta por poseer “una dilatada carrera docente y de investigación, imprimiendo a su labor, intensa y silenciosa, un marcado sesgo constructivo, en momentos difíciles para estas instituciones, cabiéndole el honor de haber devuelto a una década de persecuciones una década de logros generosos”.

A pesar de la jubilación, siguió dirigiendo tesis, trabajos e investigaciones. Sin embargo, el retiro de su ámbito de realización y entrega docente significó, aparentemente, el retiro del aliento vital. Desarrolló un asma tardío y rápidamente fue deteriorándose.

Quiso volver al mar, y quiso estar cerca de sus hijos. Radicada en Viedma, falleció el 7 de julio de 1997.

Las palabras de la docente Ariela Battan, en un homenaje a Elma Kohlmeyer de Estrabou poco tiempo después de su fallecimiento, están teñidas de amor y de poesía. Expresa que “Deleuze dijo de Foucault que la potencia vital que lo caracterizaba sólo se explicaba con una concepción de la muerte en estos términos, coherencia trágica que le permitió vivir como pensaba y morir de igual manera (…) Sé que hubo un mínimo y eterno acto de libertad en esa muerte tan lejana, que nos dejó con la sensación de lo etéreo, ausente presencia que acompaña”. 

Volvamos a su legado. La huella que dejó su vida, su mente abierta para que otros pudieran descubrir caminos.

Elma tenía una afición exquisita y refinada por la literatura y una adicción por la filosofía, valorada frente a su biblioteca de libros tan variados y tan leídos. 

A esa biblioteca institucional que atendió desde la década de 60 y ayudó a nutrir hasta su retiro, se sumaron más de seiscientos libros de su biblioteca personal donados por su hija.

Como homenaje póstumo pusieron su nombre a la Biblioteca, en 1999. ¿Qué homenaje puede ser más bello?

Las bibliotecas, esos espacios silenciosos que se llenan de palabras que nos construyen alas. Los libros, esos bienes tan preciados que nos transportan a distintos momentos de la vida o lugares del mundo, pero siempre a las profundidades del espíritu. 

He visto imágenes de bibliotecas encadenadas, que dan cuenta de un tiempo en el que el saber se reservaba a pocos y los libros eran tesoros vulnerables.

He querido transmitir, sin éxito, esa magia de los libros impulsando una biblioteca barrial. Reuní ejemplares, propios y ajenos con vocación de donar y ahora se acumulan en los reducidos espacios que pretendía optimizar. Confío en descubrir el mejor destino para ellos.

Los libros son mensajes, diálogos, llaves, alas, sueños, utopías. Y las bibliotecas, templos donde crecemos interior y libremente.

(*) Abogada. Ensayista. Autora del libro Ser mujer en política

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