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El súbdito más leal al emperador

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Su reinterpretación jurídica de la institución imperial cambió la historia de Japón. Por Luis Carranza Torres (*)

La lealtad es un valor que involucra numerosos aspectos y aristas. La Enciclopedia Británica, en su 11ª edición, la define como “adhesión al soberano o gobierno establecido del país de uno”. Los orígenes de dicho significado pueden rastrearse hasta el siglo XV, cuando se refería a la fidelidad en el servicio, en el amor, o a un juramento que se ha realizado. No es menor que el origen de la palabra provenga de su similar latina “lex”, que significa “ley”. Más de una vez el jurista japonés Tatsukichi Minobe debió razonar esto. Nacido el 7 de mayo de 1873 en la Prefectura de Hyogo, perfeccionó en Alemania sus estudios de leyes, convirtiéndose al regreso a su país en profesor de derecho constitucional en la Universidad de Tokio. Pronto se destacó como uno de los expertos en la materia, motivo por el cual fue nombrado en 1932 para integrar la Cámara de los Pares o cámara alta de la Dieta Imperial, el poder legislativo estipulado por la Constitución del Imperio de Japón en vigencia desde el 11 de febrero de 1889. Establecida a semejanza de la Cámara de los Lores británica, era el contrapeso de la Cámara de Representantes electa por el voto popular.

Allí fue donde, en 1935, debió defender su teoría del órgano, referida a la posición del emperador dentro del Estado nipón. En ella sostenía que la institución imperial, al ser tratada en la Constitución, era un “órgano del Estado” investido de la autoridad para llevar a cabo las funciones ejecutivas de la nación, que por ende formaba parte del Estado y se hallaba tan sujeto a las leyes como cualquiera. También implicaba que la “calidad” de la autoridad imperial no era mayor que la de los otros órganos electos del gobierno. En la teoría de Minobe, el emperador era el órgano superior de una monarquía constitucional, con importantes funciones efectivas pero sin poderes absolutos o inmunidad respecto de las obligaciones que imponían las leyes. Hoy nos parece una cuestión casi obvia pero hasta ese momento se lo había considerado la encarnación divina del Estado, por lo que la formulación de Minobe ponía de cabeza las bases mismas del país. El argumento chocaba, asimismo, contra el régimen autocrático que gobernaba en las tierras del sol naciente, precisamente en nombre del emperador, y sentaba las bases para una apertura plena hacia la democracia política.

Los ultranacionalistas se opusieron desde siempre a la teoría de Minobe pero el conflicto se desencadenó en la misma Dieta Imperial más de dos décadas después de haber sido expuesta en 1919. El 18 de febrero de 1935, el poderoso baron Takeo Kikuchi acusó en un discurso a Minobe de herejía, sacrilegio y alta traición por negar el carácter divino del emperador. Asimismo, llamó a Minobe “traidor, rebelde y bandido académico”. Minobe, ahora decano de Derecho de la Universidad de Tokio, no alcanzó en un primer momento a comprender las cuestiones religiosas por detrás del discurso, que amplísimos sectores de la población suscribían. Académico al fin y al cabo, respondió ante la Dieta en esos términos, enmarcando su respuesta en los márgenes del derecho constitucional, el 25 de febrero de 1935. Perdió por goleada: la opinión popular le fue claramente adversa. El 4 de marzo, el primer ministro Keisuke Okada expresó en la Dieta que “Nadie apoya la teoría” de Minobe, a quien pidió su renuncia mientras la Dieta estaba en receso; también se lo enjuició por traición en los tribunales y se prohibieron algunos de sus artículos y sus libros más importantes. Incluso fue objeto de un intento de asesinato por parte de un ultranacionalista fanático. El emperador, como le convenía, miró para otro lado. Según el historiador Mikiso Hane, tales hechos supusieron “el final de la libertad de pensamiento y expresión en Japón”, siendo reemplazada su democracia parlamentaria limitada en 1937 por un autoritario “Régimen Nacional”, por el cual el emperador descendía de la diosa Sol, siendo la fuente de la vida y de la moralidad del pueblo, que debía mantener colectivamente las virtudes de lealtad, armonía y espíritu nacional (kokutai) y las normas guerreras del bushido, el código de los guerreros samuráis. Para decirlo en pocas palabras: un régimen nazi a la japonesa. Japón entraba en un oscuro período de su historia. Luego de una guerra mundial, dos bombas atómicas y su territorio ocupado por potencias extranjeras, la perla del oriente se convirtió en tierra arrasada y ya nadie quedaba que avalara dicho régimen.

Cuando en 1947 se discutió un nuevo texto constitucional, Minobe, convertido en una figura central de la reforma democrática, se opuso a aquél ya que reducía demasiado el poder del emperador: lo relegaba a sólo un símbolo del Estado. Perdió de nuevo por goleada: los que antes se postraban ante el monarca ahora lo hacían ante los deseos de las fuerzas extrajeras de ocupación. Minobe, perseguido y calumniado por su causa, había sido de los pocos que defendieron su papel en la postguerra japonesa. Como siempre, había sido un súbdito leal de verdad, de esos que no confunden tal valor con el vicio de la obsecuencia. Aun cuando ese monarca hubiera dejado bastante que desear en corresponder debidamente a esa lealtad.

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