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El retorno de la Guerra Fría

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Por José Emilio Ortega y Santiago Espósito (*)

Se denominó “Guerra Fría” el determinante período de tensión entre los bloques liderados por EEUU y la URSS en la segunda mitad del siglo pasado, que se proyectó sobre los campos político, económico y militar.

La Guerra Fría se exteriorizó por diversas vías: acción en organismos internacionales, negociación diplomática bilateral o multilateral, propaganda, intromisión en asuntos internos de terceros países, acopio de arsenales -especialmente de armas nucleares-, incentivo de guerras regionales, redes de espionaje y contraespionaje, etcétera. Se ubica convencionalmente entre 1947 (lanzamiento de la Doctrina Truman e inicio del Plan Marshall) y 1989 (avance de la perestroika soviética, derrumbe del Muro de Berlín).

Algunos de sus mojones fueron la instalación de bases militares estadounidenses en Europa (desde 1948); bloqueo de Berlín (1948); pruebas atómicas soviéticas (1949); bombas de hidrógeno norteamericana (1952) y soviética (1953); alianzas militares como la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN, países occidentales, desde 1949), Anzus (Australia, Nueva Zelanda y EEUU, desde 1951) y el Pacto de Varsovia (países del Este, desde 1955); guerra de Corea (1950-1953); Revolución Cubana (1959) y crisis de los misiles en ese país (1962); invasión soviética de Afganistán (1979), e Iniciativa de Defensa Estratégica norteamericana (1983).

El término se popularizó en EEUU por una obra del influyente periodista Walter Lippmann, The cold war (1947), aunque fue acuñado por el empresario y lobbysta norteamericano Bernard Baruch. También la empleó George Orwell en un artículo en el diario inglés “Tribune” (“Tú y la bomba atómica”, 1945), que anticipaba ideas desarrolladas en el libro 1984, en particular el predominio global de dos o tres superpotencias que instalan el permanente estado de guerra -por acción o amenaza-. Ésa fue la probable inspiración de Winston Churchill cuando en 1946 señaló una “cortina de hierro” o “telón de acero” entre el mundo occidental y el soviético.
El decurso de los años mostró los singulares rasgos del período de la Guerra Fría. Las armas nucleares tuvieron un papel protagónico.

La imposibilidad de una guerra generalizada generó “disuasión” o “equilibrio del terror”; reaseguro que garantizaba la imposibilidad de la destrucción recíproca.
Probablemente los picos de tirantez fueron Berlín y Cuba. Pero hubo una sola frontera jamás traspasada: la guerra directa entre las dos superpotencias y la confrontación nuclear, aunque mantener ese equilibrio no limitaba sino que, paradójicamente, impulsaba la incesante carrera armamentista.
Surgieron otros países con capacidad nuclear: Gran Bretaña y Francia en la década del 50 y China e India en la del 60. Todos procuraban una política exterior independiente de los dos bloques, en particular de eventuales “paraguas nucleares” para la defensa. Por el Tratado de No Proliferación nuclear (TNP, 1968), los miembros del Consejo de Seguridad de la ONU estaban autorizados a mantener armas nucleares.

Entrados los años 80, diversos problemas en la URSS (tecnológicos, militares, comerciales, etcétera) evidenciaron el estancamiento del país. Con el fin de romper el inmovilismo de Leónidas Brezhnev, y después del breve paso de Yuri Andropov, Mijail Gorbachov asumió en 1985. Llegó interpretando la necesidad de cambios y su gobierno planteó rápidamente políticas dirigidas a realizar reformas estructurales.
La perestroika de Gorbachov fue adquiriendo un significado amplio que conllevó apertura política, ideológica, de información y opinión (Glasnost). Implicó un nuevo enfoque de la política internacional, que en la práctica reflejó múltiples negociaciones bilaterales y multilaterales, trascendentales para los cambios de corto plazo.
Las relaciones soviético-estadounidenses se relajaron y en ese marco se firmaron acuerdos de control de armamentos, entre ellos el Tratado INF (Intermediate-Range Nuclear Forces) de 1987, el primero en establecer principios de desarme efectivo -que ahora está en el centro de atención-.

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Fiel a su estilo impredecible y combativo, Donald Trump decidió retirarse del acuerdo de desarme firmado por Gorbachov y Ronald Reagan en los 80. La ahora Rusia, vehemente, suspendió también su participación.
Para EEUU es injusto que las limitaciones del tratado no afecten a China de modo alguno. En Moscú se advierte de que la salida del tratado permitirá a Vladimir Putin intentar equilibrar militarmente a Rusia con la OTAN, aumentando su arsenal nuclear. Lanzados a lo que se supone es una nueva carrera armamentista, las bases de la “posguerra fría” parecen sacudirse.
Reconocido como pilar de la seguridad europea, el Tratado INF (que Gorbachov calificó como uno de los fundamentos de la estabilidad estratégica que no debería ser sacrificado) permitió eliminar misiles balísticos que podían alcanzar objetivos de entre 500 y 5.500 kilómetros. Además, prohibió a las partes dotarse de nuevos misiles de ese tipo.

Según el Instituto Internacional de Estudios para la Paz, de Estocolmo, 92% de las más de 14.400 armas nucleares que existen actualmente en nueve países se encuentra bajo la órbita de Rusia y Estados Unidos.
Las recientes iniciativas de control armamentista no han llegado a buen puerto. El lábil Tratado de Prohibición de Armas Nucleares promovido por la ONU en 2017 -que no fue firmado por ninguna potencia nuclear de la OTAN ni por Rusia, ni por Estados Unidos-, es otra muestra del difícil escenario internacional.
En tanto, son muchos los países donde se conoce (o se presume con fundamento) que existe armamento nuclear: Pakistán, Corea del Norte, Israel. Probablemente esa lista sea mayor: Irán, Corea del Sur, Arabia Saudita y diversos Estados que, aun habiendo firmando el viejo TNP, mantienen programas encubiertos o secretos, incluyendo países que en tiempos de la Guerra Fría integraron redes de las superpotencias, los cuales cuentan, por iniciativa de éstas, con bases y arsenales nucleares -presuntamente desmantelados.

Por ahora, algunos ven en el Tratado INF un “corsé” bilateral que inhibe replantear estrategias mientras muchos Estados de muy diverso perfil accionaban sin limitante alguno.
En suma, el aparente arrebato unilateral disfraza una coincidencia. Otros analistas señalan tibias iniciativas de diálogo entre las partes para negociar un nuevo pacto nuclear.
En cualquier caso, el equilibrio entre actores ya no es el mismo; los criterios y herramientas que procuraban una percepción común de la realidad internacional, tampoco.
Estadistas e instrumentos deberán demostrar su vigencia para enfrentar los retos que el siglo XXI devela con la paciencia y la astucia del mejor tahúr.

(*) Docentes, UNC

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