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El republicano entusiasta

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Nicolás Salmerón Alonso guió su vida por altos ideales. Se destacó por su fidelidad a las ideas, en varios campos: desde la educación hasta el derecho.

Por Luis R. Carranza Torres

No hay peor cosa para una persona recta que vivir en una época venal. Es lo que pasó con el abogado español Nicolás Salmerón Alonso y una de las principales causas por las que su nombre aparece, aún hoy, salteado en los libros de texto.

A juicio de la historiadora y biógrafa de su vida María Carmen Amate, resulta «muy injusta» la ausencia de biografías sobre Salmerón, «el político almeriense que representó lo mejor de la España del XIX».

Sucede que, a pesar de resultar una de las figuras intelectuales y políticas más relevantes del siglo XIX español, poco se lo recuerda hoy más allá de los círculos especializados de la historia.

Su vida tuvo, sin lugar a dudas, una de las trayectorias más representativas de ese agitado y cambiante siglo XIX español. Accedió a los más altos cargos, tanto académicos como políticos, pero también tuvo una existencia “salpicada de exilios, cárcel y represiones de todo tipo” a causa de sus ideas, no sólo políticas sino también filosóficas y hasta en materia educativa. «En cualquier caso», como expresa María Carmen Amate, «siempre puso su imperativo moral, la ética, por delante de otras consideraciones de conveniencia, egoísmo u oportunismo. Su vida fue la renuncia constante de un hombre íntegro, un símbolo de la Institución Libre de Enseñanza y, prueba de ello, la encontramos en su lucha contra la pena de muerte o contra la esclavitud. Por todo ello resulta escandaloso que Salmerón sea un presidente olvidado para la mayoría de españoles».

Nació en la pequeña población andaluza de Alhama la Seca, sobre los faldeos de la sierra de Gádor, el 10 de abril de 1838. Hijo del médico del pueblo, de extracción liberal y educado por unas tías rígidas por la prematura muerte de su madre, llevo a cabo sus estudios de bachillerato en Almería a partir de 1846. Allí, en el Instituto de Segunda Enseñanza que hoy lleva su nombre y de cuya primera promoción de egresados fue parte, recibió el título de bachiller en Bellas Artes. Luego cursó estudios de Derecho y Filosofía y Letras en la Universidad de Granada entre los años 1853 a 1855, para pasar luego a la de Madrid.

Si para ganarse el pan ejerció la abogacía, en la enseñanza universitaria sus gustos se dirigieron a otras disciplinas. En 1859 fue nombrado profesor auxiliar de filosofía del Instituto San Isidro de Madrid y, al siguiente año, en idéntico carácter “obtiene plaza” en la facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Central de Madrid.

Sus estudios doctorales se dirigieron en idéntico sentido. El tema de tesis fue “La Historia Universal tiende a restablecer al hombre en la entera posesión de su naturaleza” (más filosófico, imposible) para acceder al grado de doctor en Filosofía y Letras, lográndolo en 1864 en la Universidad Central de Madrid.

A pesar de ganar por concurso la cátedra de Historia Universal en la Universidad de Oviedo, permaneció en la Central de Madrid hasta obtener en 1866 la cátedra de Metafísica.
Orientado en sus ideas por los cánones del krausismo, lo que influyó decisivamente en su vida pública posterior, en los últimos años de su vida evolucionó hacia el positivismo. En lo educativo trasladaría sus ideas democráticas poniendo en pie el Colegio Internacional en octubre de 1866, un antecesor del posterior Instituto Libre de Enseñanza.

Como nos dice Fernando Martínez López, “para Salmerón la educación era una necesidad de orden moral y un deber político. Aquellos que más conocían tenían el deber moral de enseñar a los menos capacitados. En este sentido la sociedad solidaria republicana reclamaba una relación de colaboración entre generaciones, géneros y clases”.

En cuanto a su actividad política, afiliado al Partido Demócrata, logró una gran notoriedad pública merced a los diversos artículos políticos en los diarios La Discusión y La Democracia.

También, por su oratoria en las tertulias del café Universal y en los debates del círculo filosófico de la calle Cañizares. Fue por ello detenido durante el reinado de Isabel II por sus ideas políticas junto a otros dirigentes como Pi y Margall, Figueras y Orense, el 12 de junio de 1867, permaneciendo cinco meses presos en la cárcel madrileña del Saladero.

Un lustro antes el periodista y escritor Roberto Robert la había descripto como una “cárcel formada de desechos, destinada a presos vulgares”. Ángel Fernández de los Ríos, en su Guía de Madrid de 1876 describía a dicho establecimiento en los siguientes términos: “Todo cuanto en aquel edificio se ve es vergonzoso y repugnante. El patio grande, con sus calabozos subterráneos; el chico, de iguales condiciones; el de detenidos para presos y presidiarios de tránsito; el de los micos, llamado así por ser el de recreo de los niños, y el departamento de los jóvenes, a quienes también suele corresponder el terriblemente significativo apodo de micos, es decir, de imitadores de los criminales”.

Pero la reclusión, antes de hacer mella en Salmerón Alonso, refuerza sus convicciones y lo relanza al ruedo político. Por ese entonces, la tambaleante monarquía finalmente cayó y se proclamó la república, pasando Salmerón a ser una figura destacada en ella. Pero esa es ya otra parte de su historia.

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