sábado 2, noviembre 2024
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Comercio y Justicia 85 años

El real drama de los refugiados

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Semanas atrás publicábamos nuestro pensamiento acerca  de lo que ocurría con los inmigrantes/refugiados provenientes de Asia o África, quienes dejaban sus afectos, bienes e historia buscando mejores condiciones en los países europeos más desarrollados, aunque con ello ponían en gran riesgo sus vidas.

Reconocíamos lo complejo del tema y lo dificultoso de buscar soluciones acordes a las necesidades de estos seres humanos, respetando sus derechos básicos,  lo que no ocurre en sus países de origen.

Es así que esta triste realidad  ha amplificado el debate acerca de qué  hacer con aquellas personas que dejan su suelo para convertirse en “inmigrantes”.

Por lo general la disputa se centra en la crítica hacia aquellos países de destino, a los que se les suele reprochar su falta de humanidad por no querer recibir a los refugiados, inculpándolos de ser, en muchos casos, los promotores de las desgracias que asolan sus  países de origen. Mientras que la defensa que ellos hacen de sus decisiones es la imposibilidad de alojar a tantas personas en su tierra, a quienes hay que alojar, prestar servicios, alimentar, dar trabajo, etcétera. Lo que en muchos casos genera la reacción adversa de algunos de sus nativos quienes, sobre todo en épocas de dificultades económicas como las que el mundo esta pasando, ven “amenazadas” sus condiciones  de vida, lo que puede dar lugar al resurgimiento de los nacionalismos racistas. No queremos discutir este punto -tal vez la razón este sólo en cada una de estas posiciones o la verdad se reparta entre ellas en distintas porciones-.

Sí queremos señalar que tal vez sea  conveniente, para evitar que esta desgraciada situación se repita, ver las causas de por qué la gente decide dejar todo (no sólo materialmente) y arriesgar su vida para intentar formar parte de sociedades que, en  algunos casos, los reciben con recelo.

Tal vez la punta de la respuesta a este planteo sea el grito de muchos de los refugiados que clamaban que no querían irse de su tierra pero la realidad que les tocaba allí vivir los empujaba a ello, buscando paz, prosperidad económica, libertad para poder desarrollar sus planes de vida, creencias, etcétera.

Entonces, ¿no sería conveniente desplazar el foco de la cuestión de los países de acogida a los Estados que, con violación de los derechos humanos más elementales, expulsan a su propia población?

Por otra parte, organismos como el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, la Cruz Roja, el Alto Comisionado de ONU para los Refugiados, han sido creados para evitar o minimizar estas situaciones de desastre humanitario ¿Realmente funcionan o ha llegado la hora de pensar en otros?

Otra arista del problema es lo que podríamos denominar “egoísmo nacional”. Como ha dicho Tomas Lutz, un estadounidense cuyo comentario fue seleccionado entre miles por la BBC Mundo para un artículo sobre el aniversario del Muro de Berlín: “Casi todo el mundo quiere la paz y el amor. Pero antes de esto buscamos la seguridad que viene desde nuestro propio terreno”.

Tampoco la solución, frente a la desgracia masiva de otros, es levantar un muro y pretender aislarse del problema. Todos somos igualmente humanos y todos formamos parte del mismo mundo.

Lamentablemente vemos mucha insinceridad en lo que se dice y lo que se hace. Demasiado cálculo político y posturas poco claras y muy ambiguas. Ninguna ideología, cálculo económico, ninguna nacionalidad, raza o religión autoriza a destruir la vida de las personas, por acción u omisión.

Hay crisis humanitarias, en definitiva, porque más allá de la cara de preocupación para la tele o las fotos, hay muchos humanos con poder que han dejado de ser precisamente eso, seres humanos.

* Abogado. Doctor en Ciencias Jurídicas. **Abogado, magister en Derecho y Argumentación Jurídica

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