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El pueblo organizado debe participar en las políticas de Estado

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Por Luis Esterlizi (*)

Hoy se proclama que la forma de comunicarnos, sobre todo en esta ajetreada y velocisima forma de vivir, ha variado enormemente, aunque de mi parte considero que la complejidad deviene de la ausencia de la filosofía que conforma el conjunto de saberes que busca establecer -de manera racional-, los principios más generales que organizan y orientan el conocimiento de la realidad, así como el sentido del obrar humano.

Por lo tanto creo que en las actuales circunstancias que vive Argentina –frente al planteo anarcoliberal del actual Presidente de destruir al Estado– es fundamental analizar la importancia de qué y quiénes lo integran y ejercen sus funciones cuando sólo se discute su tamaño y la magnitud de los gastos originados por errores cometidos por los funcionarios y poco o nada de sus políticas públicas, responsabilidades institucionales y obligaciones de resolver los problemas políticos, económicos y sociales del país en su conjunto.

La utilización de conceptos equivocados 

En Argentina se produjeron acciones deleznables, tanto por parte del sector público como del privado y muchas veces entre ambos, coincidentes en hipotecar el futuro de los argentinos con endeudamientos pecaminosos y desfalcos al Estado argentino, por medio de contratos leoninos y coimas en las obras públicas, así como con la corrupción y estafas producidas también en instituciones privadas, sean éstas de empresarios, empleados, comerciantes, profesionales, etcétera.

Esto pone en claro que las entidades, sean públicas o privadas, valen por lo que representan, los fines que persiguen pero también por la calidad ética y moral de quienes las conducen. 

Las arbitrariedades cometidas en nombre del Estado tomaron mayor protagonismo con el último golpe de Estado en 1976, iniciando un proceso que afectó ética y moralmente la existencia y el funcionamiento de las entidades políticas que conforman los partidos y coaliciones, desplazaron la discusión por las ideas, e instalaron la lucha por el poder, que incidió notablemente en los manejos de los tres poderes del Estado como así también, resintiendo la participación institucional de la sociedad, en la toma de decisiones del Estado.

Esto generó la concentración del poder en el sector político partidario, desvirtuando la esencialidad del Estado y generando la confusión entre Gobierno y Estado que penetró en el lenguaje popular como el argot típicamente informal y vulgar asociado con los sectores clandestinos de la sociedad, dejando que esa circunstancias nunca fuera debidamente aclarada, cuando muchos ciudadanos siguen confundiendo el rol y poder del Estado con los mandatos ejercidos por los distintos Gobiernos. 

Por eso es fundamental aclarar que el Estado conforma una entidad permanente en la que se integran territorio, población y los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial. Se basa en la distribución funcional del poder, creando organismos a los que se le asignan funciones. Es la máxima forma de organización jurídica de los individuos que integran una misma sociedad. En resumen: el Estado representa y constituye la organización política de la sociedad y de un país, mientras que el Gobierno conforma el Poder Ejecutivo que ejecuta las decisiones que establece el Estado. No puede ser que, con cada renovación gubernamental, el país cambie su destino, sin consensuarlo con el pueblo que lo habita. 

La superación de la crisis del régimen actual

Pero como muestra la realidad, la crisis en la Argentina afectó ética y moralmente a toda la sociedad, en casi todos los órdenes de la vida. Como lo define Aristóteles en el destacado del presente artículo: “El hombre es un ser ordenado para la convivencia social; el bien supremo no se realiza, por consiguiente en la vida individual humana, sino en el organismo supraindividual del Estado; la ética culmina en la política.” 

Por lo tanto, esta crisis en la que la partidocracia pierde sustento ético y moral, es aprovechada por Milei para tratar de reinstalar el ultraindividualismo convencido de que es la única manera de desarmar el poder -que por evolución social- el hombre construye a través de sus organizaciones, políticas, sectoriales, sociales, etcétera cuando se coaligan e integran en un proyecto estratégico común.

Este análisis sintetiza el proceso que vivimos, en el que la participación del pueblo por medio de sus “representantes”, que hoy son funcionales al “poder” de quienes lideran los partidos y coaliciones, también ha servido para anarquizar los roles y funciones de dichas estructuras, otorgándoles al sector político partidario el privilegio constitucional de ser las únicas entidades designadas para elegir los representantes del pueblo.

Este proceso terminó por instalar el desarme de la unidad de concepción y de acción de la sociedad en su conjunto, llevando a las demás instituciones que responden a distintos sectores, asociaciones y entidades intermedias, a ocuparse de sus propios intereses, hecho que también aprovechó Milei para avanzar con su proyecto de destruir totalmente todo atisbo de organización y unidad que le otorgue poder al pueblo argentino. 

De esta forma, el actual Gobierno tiene la posibilidad de realizar negociaciones espurias con dichos representantes partidarios como también la de cercenar y reprimir cualquier atisbo de participación institucional y movilizaciones opositoras, que rechazan sus DNU. 

Como ejemplo de dicha manipulación, tenemos los últimos sucesos entre Milei y el Poder Legislativo, ya que el Senado aprobó por amplia mayoría la Ley de Movilidad Jubilatoria que contradice el decreto que anteriormente había enviado Milei y que, al conocer dicha aprobación, ratificó el veto completo al texto de dicha ley. Al mismo tiempo, el jerarca del PRO, Mauricio Macri, anticipó que todos sus diputados apoyarán el veto presidencial. 

Por lo tanto, la forma de terminar con esta despolitización neoliberal y anarco-libertaria es reorganizar a la sociedad bajo el peso de la ética y la moral de sus dirigentes con el claro objetivo de consensuar un proyecto nacional, mediante el accionar de un nuevo movimiento político, sectorial y social, que sea apartidario y consecuente con los legados históricos de las últimas vertientes nacionales del yrigoyenismo y del peronismo. 

Conclusiones

Por eso debemos:

-Asegurar la continuidad o la renovación de las conducciones de las entidades intermedias siempre y cuando la ética y la moral privilegien su representatividad, trascendiendo -a su vez- al asegurar la unidad de la sociedad argentina. Este proceso se realizará institucionalizando -con las demás organizaciones- un ámbito de coincidencias esenciales que definen los ejes estratégicos del modelo argentino para el proyecto nacional. 

-Conformar ineludiblemente la configuración de un nuevo movimiento nacional argentino apartidario, que asegure ser auténtica referencia de las entidades intermedias que representan a los sectores y asociaciones del trabajo, la producción, el comercio, la industria, el campo, etcétera, que coincidan sustancialmente en alcanzar la fisonomía de una comunidad organizada, para poder participar en la toma de decisiones fundamentales en las políticas del Estado argentino.

-Promover la suspensión de la lucha por el poder, ya que de proseguir este régimen actual de partidos políticos en crisis, Argentina no corre sólo el riesgo de que se inicien confrontaciones entre argentinos que profundicen esta miserable realidad, sino también la de sufrir el terrible proceso de balcanización y pérdida total de la defensa de la soberanía territorial, como la independencia política, económica, social y cultural.

(*) Ex ministro de Obras Públicas de la Provincia de Córdoba 

“El grado ético alcanzado por un pueblo imprime rumbo al progreso, crea el orden y asegura el uso feliz de la libertad. Esa virtud nos sitúa de plano en el campo de lo ético. La actitud se enfrenta con el mundo exterior. Se trata de ver hasta qué punto es susceptible de perfeccionar los módulos de la propia existencia.

Aristóteles nos dice: “El hombre es un ser ordenado para la convivencia social; el bien supremo no se realiza, por consiguiente en la vida individual humana; sino en el organismo supraindividual del Estado; La ética culmina en la política”.

El proceso aristotélico nos lleva un punto más lejos de lo proyectado. Deseamos referirnos sólo a la imposición de la convivencia sobre las proyecciones de la actitud individual. Nuestra virtud no es perfecta hasta ser completada por esa ética, que mide los valores personales. La vida de relación aparece como una eficaz medida para la honestidad con que cada hombre acepta su propio papel. De ese sentido ante la vida, que en parte muy importante procederá de la educación recibida y del clima imperante en la comunidad, dependerá la suerte de la comunidad misma. 

La Comunidad Organizada – Editorial Codex – Julio de 1974

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