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El primer tratadista romano

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Descolló en el derecho por su inteligencia pero no pudo escapar a las pasiones del momento

Por Luis R. Carranza Torres

No muy recordada, la obra del jurista romano Quinto Mucio Escévola, quien vivió entre el año 140 a. C. al 82 a. C., significó un avance trascendental en ese tiempo para el derecho.
De familia patricia perteneciente a la nobleza senatorial, contaba entre sus predecesores con al menos cuatro generaciones de prestigiosos juristas, incluido su propio padre. Hijo de Publio Mucio Escévola, llegaría a ser, tal como su progenitor, senador, cónsul y pontífice máximo. Es decir, lograría desempeñar los máximos cargos en lo político y religioso de esa ciudad que se había extendido en imperio.
Era, además, la autoridad en su tiempo respecto al derecho y Cicerón alabó sus discursos en el foro como un ejemplo de oratoria. Pero su principal logro fue llevar a cabo el primer estudio doctrinario del Derecho Romano como disciplina sistemática.

Le tocó vivir una época turbulenta, en la que participó en forma continua y plena. Luego de acceder a la magistratura de la cuestura y ser pretor en el año 98 a.C., fue elegido cónsul tres años después, compartiendo la dignidad con Licinio Crasso. Durante su período de gobierno se aprobó la LexLiciniaMucia de civibusregundis, que perseguía sanear las listas de ciudadanía, quitando de ellas a los que la habían obtenido de modo fraudulento. Pero eran tantos los infractores, sobre todos entre los aliados italianos, que en lugar de sanearse fue una de las causas de la subsiguiente guerra social.
Se cree que fue durante su año consular cuando concluye y hace pública su obra sobre la totalidad del derecho romano, titulada Juscivileprimusconstituitgeneratim in libros decem et octoredigend. Un verdadero tratado jurídico que, en 18 libros, compilaba y sistematizaba el derecho romano. Se trataba de un avance sin precedentes. Además, escribió un pequeño manual legislativo -llamado LiberSingularis- que contenía un glosario precisando términos que podían dar lugar a equivocación, además de recoger los principios básicos de legislación civil.
Lo suyo no era una mera compilación sino que aplicaba al estudio del IusCivile el método derivado de la dialéctica aristotélica y estoica. Entre sus discípulos se contaron futuros juristas como Papirio, Lucio Balbo, Aquilio Galo y el propio Cicerón.

Después de que cesó en el consulado fue nombrado por el Senado como procónsul de la provincia de Asia, llevando a cabo la enérgica política de desterrar las malas prácticas y gobernar con equidad. Luchó por ello contra los publicanos que abusaban de su tarea de cobrar impuestos a los habitantes de esa provincia romana. También publicó un edicto que sirvió como modelo para muchos otros gobernadores, que regulaba diversas cuestiones de administración y gestión gobernativa. Su desempeño como gobernante dejó tan buena impresión entre los habitantes del lugar que al término de su mandato se aprobó la institución de un día de celebración en su honor, el diesMucia.
A las luces de su vida pública se les contraponen ciertas sombras de su existencia doméstica. Se casó en dos ocasiones con dos mujeres de igual nombre: Licinia. Con la primera no le fue bien que digamos. Era una de las más prominentes bellezas de Roma pero andaba corta de papeles en lo que a fidelidad se refería; lo engañaba con un cónsul. Su hija, Mucia Tercia, sería luego la esposa de Pompeyo el Grande y madre de sus tres hijos.
Vuelto a Roma, en el año 89 a.C es nombrado pontífice máximo, cargo que desempeñó hasta su muerte en el año 82 a.C. Dedicó su esfuerzo a regular severamente el funcionamiento de los distintos colegios de sacerdotes y se empeñó en cuidar que se preservaran adecuadamente los ritos y tradiciones religiosas de los romanos. El modelo muciano, de inspiración helénica sobre la triple fundamentación de la religión, sería luego alabado nada menos que por el propio San Agustín en su obra la Ciudad de Dios: «El doctísimo pontífice Escévola reflexiona sobre los tres géneros de tradiciones sobre la existencia de los dioses: la de los poetas, la de los filósofos y la de los legisladores o políticos que dirigen las sociedades».

Pese a todas las manifestaciones de su inteligencia destacada, o quizás precisamente por ella, no pudo escapar al espiral de odios políticos propio de su tiempo. Por negarse a tomar partido en las luchas por el poder entre Cayo Mario y Lucio Cornelio Sila, fue asesinado en el Templo de las Vestales por uno de los más violentos partidarios de Mario, Cayo Flavio Fimbria. Era la primera vez que ocurría tamaño atropello de todo lo considerado sagrado. Al magnicidio se le sumó el oprobio: no sólo su cuerpo fue arrojado al Tíber; su homicida presentó, cuando agonizaba, una acusación contra él en los tribunales. Cuando se lo interrogó qué tenía en contra de un hombre tan recto, respondió que no había permitido que el puñal penetrara lo suficiente en su cuerpo como para morir en ese momento. Toda una muestra de la locura violenta que llevaba Fimbria y por la pasaría a la historia.
En el 84 a. C., tras una carrera de crueldad, derrotado por los partidarios de Sila, Cayo Flavio Fimbria, escondido en el templo de Esculapio en Pérgamo, se quitaría la vida por la misma mano e de idéntico modo que antes había tomado la de Escévola. Justicia poética le dicen.

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