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El primer fiscal de la Constitución

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Sin importar carencias o dificultades, dio todo para materializar la organización nacional

Por Luis R. Carranza Torres

La organización del Estado federal argentino luego de la sanción de la Constitución de 1853 no fue un camino fácil. Se trataba, poco menos, que partir de cero en todos los poderes, con la dificultad añadida de que la separación de la Provincia de Buenos Aires de la Confederación y la consiguiente pérdida de los recursos de la aduana porteña, sustraía la disponibilidad de no pocos recursos.
El Poder Ejecutivo, sobre la base de la figura de Justo José de Urquiza, el hombre fuerte del momento, ya gobernador de Entre Ríos, no tuvo mayores problemas. Al asumir como presidente el 5 de marzo de 1854, se limitó a «nacionalizar», «de facto», la estructura que ya tenía. Provisoriamente, al menos. Más dificultades presentó instalar en la capital provisoria del país, Paraná, el nuevo Congreso Nacional. Faltaban por llegar diputados y senadores electos desde casi todas las provincias.
Si la instalación del Poder Legislativo ofreció dificultades, no las hubo menos para organizar el Poder Judicial. Por decreto, frente a la paralización del Congreso por falta de miembros, recién el 26 de agosto de 1854 se designaron los miembros de la Corte y los dos fiscales que tenía por entonces dicho máximo tribunal.
Uno de ellos era el abogado salteño Pío José Tedín, miembro de la Generación del 37 y vinculado con la Coalición del Norte en tiempo de Juan Manuel de Rosas. Su correspondencia personal, recogida por su descendiente Miguel Bravo Tedín, publicada por fragmentos en una nota en la revista Todo es Historia, muestra acabadamente el temple y las dificultades que aquellos primeros funcionarios federales debieron conjurar para salir adelante en la empresa de materializar en los hechos ese sueño colectivo de la organización nacional, tan demorado desde nuestra independencia.

Nombrado para formar parte de la primera Corte Suprema desde el ministerio fiscal, parte de Salta, donde deja a su esposa, Eulogia Tejada -sobrina carnal de Martín Güemes-, y a sus cinco hijos. La menor, nacida corto tiempo antes de esa partida.
Era más un acto de fe patriótica que lograr algún jalón en el cursus honorum. El propio decreto del nombramiento de los ministros de la Corte y sus fiscales dejaba establecido que, de no lograrse la presencia de los jueces nombrados, se establecería en su lugar «una Cámara de Justicia integrada por tres jueces y un fiscal». Ni el propio instrumento de su creación albergaba demasiada expectativa en que fuera a ser logrado.
El viaje hasta Paraná, iniciado el 23 de noviembre de 1854, le demandó un largo y penoso periplo de 43 días; 20 días en carro de mulas hasta Santiago y dos semanas más a Córdoba. De allí cambian las mulas por una galera de caballos, llegando el 15 de enero de 1855.
Su estancia en la capital provisoria de la Confederación se halla teñida por la melancolía y tristeza por la lejanía de la familia, y por los rigores del frío del invierno en Entre Ríos, al que no se acostumbra.
Es también un período de estrechez económica. De la remuneración fijada para su cargo -$3.000 al año-, no llegaría a cobrar sino una décima parte. Sólo luego de dos meses en el cargo le pagan $120, y tendrá que esperar cinco meses más para que le entreguen otros 200. Las nacientes arcas del Estado federal son por demás exiguas.
Primero debe matar el tiempo. Todavía no se ha constituido la Corte ni tampoco el Congreso Nacional. Luego, como parte de la Cámara de Justicia, inicia su actividad. Urquiza ha federalizado a toda Entre Ríos, para no soltar la rienda de su provincia, por una presidencia de un país fracturado que todavía lucha por afianzarse.
Una vez constituido el tribunal, a la vida de espartano la complementa con la devoción por el trabajo. «Bastante recargado me veo con los asuntos concernientes a mi tarea de fiscal de la Cámara de Justicia del Territorio federalizado que estoy desempeñando», dirá. Se trata del primer órgano del nuevo poder judicial federal en el que se lo ha puesto, en atención a que siguen sin reunirse los jueces necesarios para que sesione la Corte Suprema. Tal trabajo es, además, una forma de mantener la mente ocupada. El trabajo no es poco y tampoco su dedicación. Como le escribe a su esposa en Salta: «Cuando menos lo pienso me traen de a dos y de a tres expedientes para despachar con vistas fiscales, ahora estoy sin ninguno pues acabo de mandar al Tribunal el último».

De los casos que le toca atender, uno criminal contra un comerciante de Rosario por contrabando concita la visita de un conocido, quien escribiría luego: «El tal sujeto concluyó la conversación diciéndome que habían puesto a su disposición 24 onzas de oro que serían mías si salía bien la persona acusada». El fiscal despidió entonces a su visitante sin mayores miramientos, diciéndole que lo tomaba como una mala broma pues si no debería sentirse insultado por lo propuesto.
Tal como puede verse, faltos de todo y con mil dificultades, personas como el fiscal Tedín dieron una clara prueba de patriotismo y esfuerzo personal para materializar la organización nacional tan añorada y terminar de plasmar el Estado nacional que la Constitución mandaba. También, como hemos visto, fueron los primeros en lidiar con problemas como la corrupción, que se perpetúan hasta hoy.

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