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El mundo necesita más voluntad política de los países ricos

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Por Mark Malloch-Brown (*) para The New York Times

La cumbre del Grupo de los 7 (G7) en Alemania terminó la semana pasada con el compromiso de los líderes de los países más ricos del mundo de apoyar a Ucrania “durante el tiempo que sea necesario”.

Acordaron medidas a corto plazo, como prohibir las importaciones de oro ruso, y discutieron lo que el anfitrión de la reunión, el canciller de Alemania, Olaf Scholz, llamó un “plan Marshall” para Ucrania, con el que invocaba el proyecto de reconstrucción expansiva de Europa después de la Segunda Guerra Mundial. Una tarea que durará “generaciones”, dijo Scholz.

No hay duda de que Ucrania debe recibir esa ayuda. Pero los líderes del G7 están perdiendo de vista el panorama más grande. Es aterrador. Incluso antes de la invasión de Rusia a Ucrania, los precios mundiales de los alimentos estaban cerca de llegar a niveles récord. Pero ahora el efecto dominó de la guerra amenaza con causar hambre y sufrimiento en una escala enorme.

Además de los precios de los alimentos, el petróleo crudo recientemente superó 120 dólares el barril, los costos de los fertilizantes aumentaron y las tasas de interés se dispararon. Agreguemos a esto el clima extremo, las prácticas agrícolas insostenibles, la garrafal deuda en muchos países, los efectos persistentes de la pandemia y otros conflictos violentos, y más de mil millones de personas están en riesgo de lo que Naciones Unidas ha llamado una “tormenta perfecta” de dificultades.

Sin embargo, los miembros del G7 no respondieron con el nivel de compromiso necesario para evitar una catástrofe humana.

El gran anuncio de la cumbre fue la promesa de contribuir con 4.500 millones de dólares a la seguridad alimentaria, una fracción de los 22.200 millones de dólares que el Programa Mundial de Alimentos necesita en este momento, y una promesa minúscula para un bloque que representa alrededor de 45 por ciento del PIB mundial.

El mundo necesita un plan Marshall. Y le pusieron una curita.

La desconexión de los países ricos se hizo evidente en el formato de la cumbre del grupo, celebrada en un resort y spa de lujo en los Alpes bávaros. Los líderes de Argentina, India, Indonesia, Senegal y Sudáfrica fueron invitados a hablar de problemas como la alimentación, la salud y el clima, pero solo 90 minutos del encuentro de tres días se dedicaron a esas inquietudes.

Al abordar la presión mundial de alimentos, energía y deuda como temas secundarios de la guerra en Ucrania, el G7 perdió una oportunidad invaluable para ayudar a quienes sufren hambre en el mundo y de refutar la línea argumental de Vladimir Putin, que considera al orden mundial liberal como una fuerza gastada que no se preocupa por los pobres.

Es probable que los países ricos ya estén perdiendo esa batalla por los corazones y las mentes.

Hace tres meses, el mundo occidental logró reunir apoyo global para una resolución de la Asamblea General de la ONU que condenaba la invasión de Rusia a Ucrania: 141 países votaron a favor. Pero, incluso entonces, China, India y la mitad de África se abstuvieron.

Mientras la guerra avanzaba, a Occidente le resultó más difícil convocar al mundo, y las resoluciones posteriores tuvieron menos votos, en parte debido a la preocupación de que imponer nuevas medidas para castigar a Putin podrían aumentar la volatilidad económica mundial. El presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, ha sido celebrado en Occidente y ha hablado ante el Congreso de Estados Unidos y en varios parlamentos europeos. Pero cuando se dirigió a la Unión Africana por video en junio, solo cuatro de sus 55 líderes lo vieron en vivo.

Esto no significa necesariamente un respaldo a la invasión de Rusia; varios países africanos tienen inquietud por las ambiciones territoriales de sus propios vecinos más fuertes. Tampoco significa una postura unificada. Las preocupaciones en el sur global son diversas y complejas. Abarcan el temor de terminar arrastrados a una nueva Guerra Fría, el enojo por el fracaso del mundo desarrollado en cumplir sus promesas sobre las vacunas, alivio de la deuda y financiamiento climático, así como la percepción de que hay un doble rasero occidental al pedir una acción global en la guerra en Ucrania mientras le resta importancia al sufrimiento de otros países.

Pero los mecanismos del sistema occidental orientado al mercado, que tanto generan oprobio en el sur global, podrían ofrecer las soluciones que los países en desarrollo necesitan con urgencia. Impulsados por los temores sobre la oferta, al menos 23 países han impuesto prohibiciones a las exportaciones de alimentos, lo que ha provocado que los precios suban aún más. El G7 pidió a las naciones que eviten el almacenamiento excesivo de alimentos. Pero también podría haberse comprometido a hacer un esfuerzo concertado ante la Organización Mundial del Comercio para aplicar medidas que mantengan los mercados de exportación abiertos.

No se trata solo de la escasez de alimentos. El 60 por ciento de los países de bajos ingresos está batallando con la deuda. De nuevo, los líderes del Grupo de los 7 podrían haber anunciado planes para persuadir al Fondo Monetario Internacional de suspender los pagos de la deuda, eliminar los límites de endeudamiento y acelerar el proceso para hacer nuevos préstamos y ayudar a los países a comprar alimentos y energía importados.

Los miembros del grupo acordaron estudiar posibles topes de precios al petróleo y gas rusos para aliviar las presiones inflacionarias y limitar la capacidad de Putin para financiar la guerra. Es probable que ese esfuerzo se encuentre con una serie de dificultades políticas y técnicas, pero vale la pena explorar esa idea, en combinación con la ampliación del suministro a otras fuentes.

Por supuesto, el paso más importante a largo plazo, con respecto a la energía, es la transición a fuentes renovables. El cambio climático afecta la seguridad alimentaria porque los cambios en el clima y el suelo pueden limitar la capacidad de cultivo de un país. La guerra en Ucrania también ha revelado los riesgos de seguridad que provoca la dependencia de los combustibles fósiles, lo que da influencia a líderes como Putin.

Los planes de transición energética de Sudáfrica, uno los actuales países escépticos de Occidente, indican la dimensión del desafío.

El financiamiento provendrá de una combinación de capital público y privado. Pero cambiar del carbón a energías renovables -como la solar, la eólica y la hidroeléctrica- costará unos 250.000 millones de dólares en las próximas tres décadas, alrededor del 3 por ciento del PIB del país.

Esta fórmula de inversión pública y privada podría replicarse en otras economías importantes como las de India, Indonesia y Vietnam. Pero eso significa recaudar fondos a la escala del Plan Marshall, en el que Estados Unidos aportó alrededor del 2 por ciento de su PIB para ayudar a reconstruir Europa.

Los países e instituciones occidentales necesitan reunir la misma voluntad política y demostrar que pueden responder de manera dinámica para ayudar a los países en riesgo y probar que el orden liberal internacional sigue siendo una fuerza global para el bien.

Los miembros del Grupo de los 7 perdieron una oportunidad en Alemania. Pero aún no es demasiado tarde.


(*) Presidente de la Open Society Foundations, mayor financiador privado del mundo de grupos de derechos humanos. Ex secretario General adjunto de Naciones Unidas

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