“Soldados de la Francia Libre o combatientes extranjeros por la libertad de Francia. Vuestra división, que se ha cubierto de gloria en miles de acciones, debe ser la primera en entrar en París. Porque sé que no retrocederéis y que tendréis en alta estima el honor de la división y el honor de las fuerzas francesas libres, os doy la orden, a vosotros, la Novena Compañía de voluntarios extranjeros, de ir a la cabeza de las fuerzas y de ser los primeros en liberar París.”
General Philippe Leclerc
“Rafael Gómez Nieto ha muerto”, nos dijo una voz anónima que recorrió el mundo. Los republicanos del mundo y los defensores a ultranza de la democracia hemos perdido al último de los valerosos combatientes de “La Nueve”, vanguardia de la división de Philippe Leclerc quien, contrariando las órdenes de “Ike” Eisenhower y del general Omar Bradley, ordenó marchar hacia París y liberarla.
Ha muerto el querido Rafael. Agitamos su bandera -la tricolor- y alzamos los corazones para celebrar su gloria cantando La Marsellesa. Fue un andaluz más que no dio ni pidió cuartel durante la Guerra Civil Española. Ya vencido, cruzó Los Pirineos en busca de resguardo y, luego, ante la traición del mariscal Philippe Pétain, se sumó como millares de republicanos españoles (anarquistas, militantes del POUM -Partido Obrero de Unificación Marxista-, socialistas, comunistas y antifranquistas) a la resistencia francesa y al ejército de la Francia liberada, constituido por cientos, miles de voluntarios llegados de todos los puntos cardinales.
No lo mataron las balas franquistas ni las de los nazis y fascistas. Cayó como uno más dando su batalla final al covid-19 en un hospital de Estrasburgo.
Para Rafael Gómez Nieto todo comenzó cuando con casi 17 años se integró al “Batallón Biberón” -por la edad de los combatientes- que, al mando de Lluís Companys, tuvo un destacado desempeño en la Batalla del Ebro, la más sangrienta y larga de la guerra (25 de julio – 16 de noviembre de 1938). Luego fueron vanguardia en las cruentas batallas de Merengue y Baladredo, las dos en el frente del Segre, durante la llamada ofensiva de Cataluña.
Allí, Rafael -coinciden en resaltar el historiador democratacristiano Javier Tusell y los cronistas de guerra- recibe tres ascensos en el campo de batalla. Es fama entre las viejas familias republicanas residentes en Argentina y Uruguay sus excepcionales dotes para el dibujo, que fueron explotadas para elaborar mapas de las posiciones enemigas que él mismo había relevado, como también su extraordinaria habilidad para diseñar y manejar explosivos de distinta naturaleza.
La historia de la Segunda Guerra Mundial está plagada de heroísmos. Fueron miles los republicanos españoles quienes, tras jurar que nunca regresarían a su tierra mientras la gobernase Franco o la monarquía, emigraron a México y Argentina. Otros, “Los Topos”, prefirieron la clandestinidad, emprendieron guerras personales contra el falangismo y el poderoso sistema de delación que había montado la iglesia Católica aprovechando la ignorancia de la mayoría de los españoles, hábilmente interrogados en los confesionarios.
A pesar de ello, “Los Topos” fueron los resistentes que le causaron los mayores dolores de cabeza a Franco hasta muy entrada la década del 60 del siglo anterior. Evitaron que se establecieran dos bases nazis en territorio español, mediante una cuidadosa operación planeada junto al servicio secreto británico, cuyos buzos tácticos lograron volar dos destructores y un transporte de tropas alemanas que debían desembarcar en la ría de Marín, hecho que conmovió a la ciudad de Pontevedra, capital de la provincia homónima, ubicada en el noroeste de la península ibérica, en la comunidad autónoma de Galicia.
No pretende esta nota ser un obituario más, si bien resaltaremos su valerosa contribución a la libertad. Su hoja de vida nos dice que después de haber destruido el Nido de Águila que serviría de refugio a Adolf Hitler y liberado París, transcurrió su vida casi en silencio. Fue zapatero hasta su retiro, en la ciudad de Estrasburgo, que albergará para siempre sus restos envueltos en la bandera tricolor de la República Española.
Rafael Gómez Nieto vino al mundo el 17 de enero de 1921, año complejo en que Europa entera veía deslizar por sus calles auténticos ríos de sangre producto de fieros enfrentamientos políticos en los que los contendientes coincidían en preguntarse: “Para qué sirve la libertad”.
Eran malos tiempos no muy distintos de los que transita este siglo XXI. Muy distintos de los que conoció Rafael, cuando su diezmada compañía -La Nueve- acabó con el último fanático nazi que defendía el desfiladero de Inzell, en los Alpes, clausurando así una de las rutas de escape que había preparado la elite nazi hacia América del Sur.
Éste fue el Rafael Gómez Nieto que me fue develado. El mismo cuyo nombre se rumoreaba en la mesa dominical que presidía mi abuelo materno. El protagonista de míticos enfrentamientos que hemos vuelto a reconocer en libros que tienen su lugar en los anaqueles de mi biblioteca: Republicanos españoles en la Segunda Guerra Mundial, de Eduardo Pons Prades, o Los españoles de Churchill, de Daniel Arasa. O en los escritos -algunos pendientes de leer- de Evelyn Mesquida, Alfonso Domingo, Antonio Vilanova Andreu y Alberto Marín Valencia.
La leyenda y la historia se hacen una. Tal como se me dijo siendo apenas un adolescente curioso, desembarcó en 1944 en Normandía, en la playa “Utah”, a bordo de un blindado y luciendo un uniforme calco exacto de los que usaban los soldados estadounidenses o franceses. Lo único que distinguía a Rafael Gómez Nieto de esos otros soldados era una pequeña bandera tricolor española cosida en la manga de sus uniformes o pintada en sus blindados. También fácilmente reconocibles por sus nombres españoles. El suyo, el que él conducía en esas fechas, se llamaba “Don Quijote”.
A bordo de él entró en París un 24 de agosto de 1944. Sí, él era uno de esos soldados que tanto se mencionan en otras películas “de guerra” como ¿Arde París?. Aquellos que tantas discusiones suscitaron entre los aliados occidentales porque los franceses querían marchar hacia París para apoyar a los parisinos sublevados contra las fuerzas de ocupación nazis que, según algunas versiones -no muy bien fundamentadas, al parecer- se conformaban con simular lo que Von Choltitz -su jefe- llamó “un combate de honor” pero que, a decir verdad, llenó las calles de París de muertos y de sangre. Eso, pese a que Von Choltitz se habría negado a cumplir una orden directa de Hitler: arrasar París antes de rendirse a los soldados españoles de “La Nueve”.
La emoción embarga al cronista. Es que las trampas de la memoria hacen que resurjan antiguas confidencias; conversaciones que creía olvidadas. Él, Rafael y sus compañeros avanzaron en esas horas sangrientas por las calles de París.
Por ello estamos aquí para recomendar que vayan a París, que se detengan un instante frente a unas pequeñas placas de mármol dispersas por la ciudad pero sobre todo en su zona central, cerca del Ayuntamiento. En ellas leerán nombres españoles. Son los de los soldados que estaban ese día con Rafael Gómez Nieto y cayeron en combate cumpliendo las órdenes del general Leclerc: liberar París
Una gran lección para generaciones venideras
Gracies republica de cor i anima…per ser tan valent i tan bona gent.
De gran valor histórico su mensaje. La guerra civil española fue más que una guerra nacional, tuvo también su efecto en otros países
. Explicable su emoción de anoche cuando fue entrevistado en Radio Universidad.