Días pasados la Cámara 8ª del Crimen condenó a una nueva pena a perpetuidad al tristemente conocido delincuente Roberto José Carmona, por entre otros delitos, haber asesinado de una manera artera al taxista Javier Bocalón.
No necesitamos decir que se trata de otra vida perdida sin sentido y otra familia destrozada por la conducta de este sujeto que ha hecho de su historia un “lamentable mito”, alimentado en gran parte por el tratamiento que se ha dado a sus delitos en la sociedad, los medios, los servicios penitenciarios que intervinieron en su custodia e -incluso- la misma Justicia.
No deja de llamarnos la atención el atractivo que generan los criminales entre nosotros; hay un extraño encanto, probablemente desde el morbo, que hace que gente de comportamientos indeseables se convierta en sujeto de fascinación; de allí que hablemos de alimentar “lamentables mitos”.
Al respecto en una entrevista publicada en el diario Perfil, el criminólogo Vicente Garrido, a la pregunta de por qué mucha gente reacciona de esta manera ante un criminal respondió: “En cierto sentido son héroes del lado oscuro; hay personas que tienen impulsos básicos de violencia que, aunque controlados, se subliman mediante la fascinación del serial killer. Ahora bien, déjame decirte que hay que diferenciar a quien se interesa por este tipo de criminal (como tú o como yo) del que se siente fascinado por un asesino (o varios) en particular. Esto último revela, probablemente (no quiero pontificar porque las circunstancias de los admiradores pueden variar enormemente), una cierta carencia en cuanto al juicio ponderado de los valores esenciales de la persona, produciéndose una inversión que, si se queda en el plano teórico, en realidad no tiene mayor importancia”.
Tan grande puede ser esta atracción que hay quienes padecen de hibristofilia, que es una parafilia por la cual una persona siente atracción, preferentemente sexual, por criminales. Dicho rasgo “no se considera un trastorno mental, más bien se trata de una preferencia sexual no normativa que viene motivada por el atractivo que supone una persona agresiva, peligrosa y mediática. Sin embargo, como en otras parafilias, se considera un trastorno cuando sólo puede lograrse el placer sexual y el orgasmo en situaciones y con personas como éstas”, al decir de la Revista de Ciencia de la Universidad de Nuevo León.
Más allá de todos estos desarrollos teóricos que tienden a explicar la situación descripta, dados los antecedentes de Carmona y los estudios que se le han hecho referidos a sus comportamientos, sorprende la forma en que los distintos actores sociales han ayudado a alimentar este injustificable atractivo, que no hace más que ensalzar su figura de matón, aumentando su imagen de “carteludo” dentro del mundo tumbero carcelario.
Titular las noticias con frases como “Perpetua para “la hiena humana”, o darle tratamientos especiales, como, por ejemplo, encerrarlo en una cabina vidriada para que los medios lo fotografíen, filmen etcétera y lo asemejen, como dijo un periodista, a Adolf Eichmann, entre otras expresiones o comportamientos similares, sólo hacen que crezca la malsana fascinación que sienten algunos y alimentar el ego de quien disfruta matando porque es un “pesado” a quien no le importa nada, “así que ténganme miedo”.
Tampoco nos convence la disposición adoptada en la sala judicial, que dejó a un asesino confeso, vidrio de por medio, enfrente de sus víctimas, a las que en un par de ocasiones se dio el lujo de hablarles casi cara a cara. Cuando se habla de la prudencia para no revictimizar, son detalles que no se pueden pasar por alto. Las audiencias públicas son de cara al tribunal por algo más que una cuestión de autoridad.
En suma, lo que debió ser un juicio por homicidio se terminó transformando, en los medios, en un escenario para reeditar en el relato un acto criminal con ribetes macabros, como describir con todo lujo de detalle cómo se acuchilla a un inocente enfrente de su propia familia.
Carmona es, como tantos otros, un producto de nuestra sociedad, la cual, en su gran mayoría se inclina por vivir una vida honesta y critica y reprueba las conductas que atentan contra la ley y la paz social. Por ello, yerros públicos y aprovechamientos comunicacionales de ocasión, más por rating que por amor a la verdad, conspiran contra esa decisión colectiva de vivir sin agraviar los derechos y la tranquilidad de los demás.
Esto exige dar a quien delinque la sanción que corresponda y el cumplimiento su condena como lo que es, un criminal, sin darle, por error o conveniencia, un tipo de trato que los eleve a la categoría de (un triste y lamentable) mito.
Lo mejor que se puede hacer con personas así es no darles más trascendencia que la que le cabe a cualquier criminal peligroso. Podría probarse en mostrar más la vida que se truncó, el dolor que deja esa muerte en sus deudos, en lugar de poner en primera plana audiovisual como es que mata un asesino.
(*) Abogado. Doctor en ciencias jurídicas
(**) Abogado. Doctor en derecho y ciencias sociales