El archivo es el arma secreta de periodistas e historiadores. No hay funcionario o gobernante capaz de resistir su poder de fuego. Es el punto de inicio de cualquier investigación. En ese extraño universo es posible encontrar los más disparatados temas.
Aunque, como ocurre con alguna habitualidad, en el nuestro, a veces avanza el caos y se torna difícil encontrar lo que necesitamos en el tiempo exacto. No porque algún duende travieso haya entrado en contacto con nuestros papeles sino porque se sale de madre el enorme caudal de recortes que aguarda su disposición final.
De ese maremágnum de papel y tinta extraemos una antigua entrevista realizada, en Buenos Aires, a un buscador de tesoros quien, a mediados de junio de 1987, visitó la República Argentina para dar una serie de conferencias sobre el misterio que rodea el fabuloso tesoro que reunieron -producto del saqueo- los japoneses durante la Segunda Guerra Mundial. Uno de los mayores enigmas del siglo XX.
El 2 de septiembre de 1945, el general Tomoyudi Yamashita, contrariando el sagrado ritual de los samurái, entregó su sable rindiéndose ante las fuerzas comandadas por el general Douglas MacArthur en la residencia del embajador estadounidense para Filipinas en Campo John Hay. Cinco meses más tarde, el 23 de febrero de 1946, Yamashita -el Tigre de Malasia- comandante en jefe del ejército japonés en el sudoeste asiático, purgaba sus culpas y su derrota en el patíbulo, ante la mirada fría y condenatoria no sólo de los jefes del ejército triunfante sino de sus propios camaradas.
Los abogados del reo, convencidos de la entereza moral de su cliente, antes de la ejecución apelaron ante la Corte Suprema de Estados Unidos. Su fallo condenatorio, sin embargo, no fue unánime. Dos de sus jueces se mostraron contrarios a la condena a muerte. Fundaron sus votos, contrariando la Doctrina MacArthur, definiendo el juicio sumario como “un aborto involuntario de la justicia, un ejercicio de venganza y una negación de los derechos humanos”.
Lo cierto es que con su muerte desapareció el principal testigo de “lo que hoy nadie sabe exactamente si es historia o leyenda la existencia de un fabuloso tesoro enterrado en Filipinas, ultimo destino militar de Yamashita tras su paso triunfal” por Malasia, Singapur, Birmania y Filipinas. Conquistas que permitieron reunir un inconmensurable botín en dinero, metales preciosos, joyas y obras de arte, producto del saqueo y la extorsión a poblaciones nativas y prósperas colonias chinas, “cuyo valor ascendería a poco más de 100 mil millones de dólares en oro, plata, piedras preciosas, antigüedades chinas y obras de arte” de insospechada antigüedad, pertenecientes a museos, iglesias y templos.
La historia de la Segunda Guerra en el Pacífico cuenta que las fuerzas japonesas expulsaron de Filipinas a los estadounidenses y sus aliados, en 1942. Éstos retornaron tres años después, con 50 mil hombres y enormes pertrechos, comandados por Douglas MacArthur.
Yamashita se replegó -dejando Manila tras una cruenta batalla que duró cerca de un mes- a la isla de Luzon. Es allí, ante lo inevitable del derrumbe, donde el alto mando nipón decidió no entregar el tesoro. Se cuenta que en una reunión secreta de la que participó Tomoyudi Yamashita, 28 oficiales de alto rango se juramentaron custodiar con su vida los mapas donde estaban marcados los sitios donde se enterraron 172 baúles de madera que contenían el botín.
Japón siempre desmintió oficialmente la existencia del tesoro. Se ocupó del tema hasta el primer ministro Sosuke Uno ante el Parlamento japonés. Quizás porque si se dijese la verdad, significaría admitir nuevos crímenes de guerra y convalidar las denuncias de las atrocidades cometidas por sus tropas en campaña, que no vacilaron en matar para apropiarse de las propiedades del enemigo y de la población civil.
Más allá de las declaraciones oficiales, cerca de 40 expediciones han seguido los rastros evanescentes del tesoro. “Hoy mismo -explica Julián Estrada Roqué, el aventurero devenido en conferencista de éxito- lo están rastreando ex hombres-rana de la marina estadounidense y boinas verdes veteranos de Vietnam. Sus sueldos los paga una empresa asentada en Hong Kong, llamada Nippon Star, bajo la conducción del general retirado norteamericano John Singlaub, reconocido operador de la CIA” -que saltó, agregamos, a la fama por su participación en el tráfico ilegal de armas para la contra antisandinista y en el Irangate, operación secreta por la que la central de inteligencia proveyó a los enemigos del Ayatolá Sayyid Ruhollah Musaví Jomeini 2.512 misiles antitanque TOW y 18 misiles antiaéreos Hawk, según la denuncia del diario The New York Times-.
“Los desencantados, entre los que me cuento a pesar de haber encontrado dos estatuas áureas de Buda en tamaño natural -continúa Estarad Roqué- aseguran que los sicarios del ex dictador filipino Ferdinando Marcos lo encontraron hace tiempo y se lo llevaron en una caravana interminable de camiones”. Otros, más tenaces, continúan hurgando las entrañas del archipiélago filipino, compuesto por más de 7.100 islas, en busca del prodigio.
“Cuando los cazadores de tesoros piensan en túneles, tienen en mente que al final del corredor encontrarán oro, pero hay cientos de túneles excavados por los japoneses como parte de su red defensiva que sólo esconden balas y huesos”, dice.