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El legado de Oscar de la Renta

Por Luis Carranza Torres* y Sergio Castelli**
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Convirtió su nombre en sinónimo de estilo. Pero es más lo que deja en materia de valores y rasgos de carácter. Creía en el trabajo duro, los sueños a largo plazo y la importancia de los modos y la apariencia.

Oscar es a la moda de la segunda mitad del siglo XX lo que Cocó Chanel fue a la primera mitad.

Su muerte, el pasado 20 de octubre, en su casa de Kent (estado de Connecticut), a los 82 años, fue el epílogo de un doloroso y largo proceso de enfermedad de ocho años. Una vez más, el cáncer, esa enfermedad maldita, ha sido el culpable.

Aun enfermo y con una vida hecha en materia de logros, durante la fase final de su vida Oscar hizo crecer su negocio 50%, llevando su facturación a la cifra de 150 millones de la verde moneda en ventas.

En todo evento destacado o gala que se preciare de tal había un diseño suyo. Las actrices se peleaban por tenerlo como su diseñador. Su última creación en ese campo fue el vestido de tul marfil que realizó para la abogada Amal Alamuddin cuando se casó con el actor George Clooney, en Venecia.

Modisto de alta sociedad, impositor de estilos y figura obligada de casi todas las alfombras rojas, en su larga carrera Oscar exhibió una capacidad de adaptación y respuesta al cambio cultural difícil de emular. Entendía qué era lo que se modificaba y lo que simplemente era un capricho pasajero, en cuanto al vestuario. Algo que muchos de sus colegas, marcados por el pecado del egocentrismo, no veían siquiera.

Ésa es una de la enseñanza más provechosas -y aplicables a cualquier nivel- que el paso de Oscar por esta tierra nos deja. No sólo era un empresario hecho y derecho, además de un creador imbatible. Entendía el mercado en el que se desenvolvía. Lo comprendía perfectamente y atendía a sus clientes en consecuencia. Nunca se cerró en destacar por sí, sino mediante darles buenos productos a sus clientes.

La solidaridad y el desinterés social estuvo más presente en su vida de lo que se cree. Por ejemplo, poco saben que diseñó en 1980 el nuevo uniforme de los Boy Scouts de Estados Unidos. No fue algo a la ligera. Le dedicó dos años al proyecto sin cobrar un cobre.

También, fue un experto en diversificar sus creaciones a muchas áreas del diseño. Poner su ropa a disposición de todos fue una de las directrices de su trabajo. Crear para distintos públicos, ocasiones y bolsillos. Gran parte de su éxito económico responde a eso.

La ropa no es sólo ropa. Habla mucho, para bien o para mal, de nosotros. Es una declaración de cómo nos presentamos ante la vida. Y en eso no tiene que ver si es de marca o no, o cuánto vale. Se relaciona con que pueda demostrar lo mejor de la persona que la lleva puesta y la haga concordar y destacar a la vez en el ámbito que la usa. Fuera una primera dama de Estados Unidos o una anónima clienta, Oscar entendía eso y podía lograrlo a la perfección.

Nunca renegó de sus orígenes ni de haber nacido en Santo Domingo. De hecho, le encantaba ser más que uno de los diseñadores famosos del mundo, que se lo asociara con la República Dominicana. Volvió allí cuando tocaba las cimas más altas del éxito, construyó dos casas y comenzó a pasar los momentos de descanso de su vida. Era un hombre que reivindicaba sus orígenes. Entendía que lo que somos es lo que podemos dar. O producir, en el caso de los hombres de empresa.

* Abogado. Doctor en Ciencias Jurídicas. ** Agente de la Propiedad Industrial

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