sábado 23, noviembre 2024
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Comercio y Justicia 85 años

El juicio del avión espía

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Por Luis R. Carranza Torres

Política, espionaje y un piloto abandonado a su suerte se conjugaron en un tribunal moscovita

Un 17 de agosto de 1960 se iniciaba en Moscú el más mediático de los procesos judiciales de la Guerra Fría. Allí, en el “Salón de las Columnas” del Consejo de los Sindicatos, se comenzó a juzgar al piloto estadounidense Francis Gary Powers, derribado sobre territorio soviético mientras llevaba a cabo una operación encubierta de reconocimiento de sitios de misiles nucleares en su avión U-2 “Dragon Lady”, especialmente diseñado por la empresa Lockheed Aircraft Company para la CIA a tales fines.
Dicho vuelo fue llevado a cabo en vísperas de la realización de una cumbre entre Estados Unidos y la Unión Soviética que tenía el fin, por primera vez, de sentarse a discutir sobre cómo mantener arsenales nucleares sin que el mundo saltara por los aires y que incluía una visita del presidente Dwight David “Ike” Eisenhower a Moscú.
El primer mandatario de EEUU no estaba muy seguro de autorizar ese sobrevuelo de casi medio día para sacar fotografías, cruzando a lo ancho la Unión Soviética, desde Asia central hasta el mar de Barents. Pero la CIA le aseguró que volaría a una altitud tal que los soviéticos no dispondrían de armas para derribarlo. Ya lo habían probado, con todo éxito, otras veces. Lo que se les escapaba es que los rusos habían desarrollado un nuevo misil antiaéreo, el V-750VN, cansados de que les volaran encima y con eso derribaron el avión de Powers. Que, para peor, no pudo accionar el botón de autodestrucción de la aeronave ni se suicidó con veneno provisto en caso de ser capturado. Los soviéticos lo apresaron junto a los restos del avión, mostrando su premier, Nikita Serguéievich Jruschov, las pruebas de la injerencia de Estados Unidos a todo al mundo, exigiendo una pública disculpa y la formal promesa de no hacerlo nuevamente en el futuro. Tras ello tanto la cumbre como la visita de “Ike” se fueron al diablo.
Algunos historiadores afirman que esto implicó una profundización de la Guerra Fría y el primer paso hacia la Crisis de los Misiles de 1962.
A Powers, tras tenerlo incomunicado del mundo por tres meses, interrogándolo en forma extensa, los soviéticos decidieron someterlo a un juicio público por espía. Antes que un deseo de justicia era una forma de enrostrarles de nuevo su fracaso a los estadounidenses.
La maquinaria soviética de propaganda preparó todo para la ocasión. El lugar donde se llevaría adelante el proceso era por demás emblemático para el asunto. Allí mismo se habían desarrollado los notorios “Juicios de Moscú” de 1931, a los mencheviques y otros pseudo-procesos entre 1936 a 1938, conocidos como las “Purgas rojas”, fruto de la demencia asesina de Stalin.
También en dicho lugar se realizaban de ordinario los congresos del Partido Comunista y se habían celebrado las exequias de Vladimir Lenin y Joseph Stalin, antes de ser enterrados en la Necrópolis del Muro del Kremlin en la Plaza Roja.
La prensa mundial tuvo completo acceso al proceso y todas las facilidades técnicas para transmitirlo, incluyendo un nutrido contingente de Estados Unidos. También podría asistir público soviético en un buen número, aunque no pocos eran agentes del KGB y sólo se permitió algunos pocos extranjeros, cuidadosamente seleccionados.
También se autorizó que la madre y la esposa de Powers, junto al abogado estadounidense Carl A. Mc Afee, estuvieran en la sala, aunque tenían vedado intervenir.
Para peor, el sistema jurídico soviético no le jugaba en nada a favor del enjuiciado. El derecho penal en la antigua URSS se dividía en dos tipos de procesos criminales: aquellos que trataban sobre delitos comunes y los que involucraban la “seguridad del Estado”. En estos últimos el fin esencial del juicio era garantizar dicha seguridad y no los derechos del imputado, conllevando una serie de restricciones a sus posibilidades de defensa.
En su libro Strangers on a Bridge: The Case of Colonel Abel and Francis Gary Powers, James Donovan, quien defendió al primero de ellos en Estados Unidos y luego negociaría para liberar al segundo, critica tal dualidad como una afrenta del debido proceso y a los derechos fundamentales de las personas. Estamos de acuerdo en eso, pero no en su posterior aseveración de que tal inequidad no existe en las leyes de los Estados Unidos. De hecho, los estadounidenses tienen establecido respecto del juzgamiento de espías la instauración de las Military commissions, con similares restricciones en los derechos básicos de los acusados que los soviéticos, las que ya habían empleado, por ejemplo, durante la Segunda Guerra Mundial para condenar y ejecutar a espías alemanes.
Powers fue sentado en el banquillo de los acusados ese 17 de agosto bajo el cargo de espionaje en contra del pueblo de la Unión Soviética y en virtud del artículo 2º de la ley soviética sobre Responsabilidad Penal de Delitos contra la Seguridad del Estado. De encontrarlo culpable, tal calificación legal habilitaba a que pudiera imponérsele la pena de muerte. Precisamente, lo que la prensa en Rusia pedía como un castigo ejemplarizador.
Se le nombró, de oficio por parte del tribunal, un abogado soviético para que ejerciera su defensa. Se trataba de Mikhail I. Griniev, de 55 años, quien apenas chapurreaba algo de inglés. Nadie esperaba demasiado de su trabajo, pero la historia subsecuente demostraría otra cosa.

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