El verborrágico George Vest ganó su juicio más famoso tan sólo por sus palabras lacrimógenas.
Por Luis R. Carranza Torres
Pocos abogados en Estados Unidos del siglo XIX podían ganarle con la palabra a George Graham Vest. Oriundo de Frankfort, en el estado de Kentucky, y recibido de abogado en la Universidad de Virginia, era un sureño empedernido, con todo lo bueno y lo malo de dicha categoría. Pero nadie ponía en duda sus capacidades como abogado ni sus habilidades para la oratoria y ganar debates.
Concluida la guerra civil, volvió al condado de Pettis, en el estado de Missouri, y a la práctica profesional como abogado, en la localidad de Sedalia. Era como volver a sus inicios, cuando comenzó el ejercicio de la abogacía en otra población del mismo condado, Georgetown.
Con treinta y nueve años, una esposa y tres hijos, el 23 de septiembre de 1870 Vest tomó el caso destinado a subirlo a la fama jurídica mundial. Aceptó entonces representar al granjero Charles Burden, cuyo mejor perro de caza, un galgo llamado “Old Drum” (Viejo tambor) fue encontrado muerto de una bala en la cabeza, cerca de la casa de su vecino, el acaudalado Leónidas Hornsby. El mismo que, tiempo antes, había expresado su intensión de matarlo si lo encontraba en su propiedad, porque entendía que se introducía por la noche y mataba a sus ovejas.
Difícilmente en el condado hubiera otro perro más publicitado, pues Burden se deshacía en elogios a sus capacidades como cazador ante sus amigos, copas de por medio en la taberna, en tanto el paciente Old Drum lo esperaba echado frente a la puerta del local, pero del lado de afuera ya que no se admitían animales allí.
Cuando Burden, con el dolor terrible por la pérdida de su amigo canino, fue hasta los tribunales de Warrensbourg para pedir justicia, le dijeron que, como los perros no son humanos, no podía denunciar penalmente a su vecino y lo único que podía pedir era una indemnización por daños, que en el Estado tenía un tope de 150 dólares. También le dijeron que se buscara un buen abogado; y el granjero fue con Vest.
Cualquier otro abogado habría evitado el caso. Hornsby era un hombre poderoso y no había mayor conexión de éste con la muerte del perro que sus manifestaciones previas y el hecho de que hubiera aparecido muerto cerca de su casa. Todo muy circunstancial, sin ninguna evidencia concluyente. Pero como hombre del sur que era, George Graham Vest entendía perfectamente el potencial del caso y empezó a fogonear el asunto.
Declaró públicamente que “ganaría el juicio o se disculparía personalmente con cada perro de Missouri”, tras lo cual sentó al sospechoso Leónidas Hornsby en el banquillo de los demandados.
El proceso, con sus múltiples testigos a favor y en contra generó, desde el vamos, innumerables chismes, comentarios y afines. Al cierre de la prueba, la cuestión estaba justo donde se había iniciado: no había pruebas concluyentes de la “culpabilidad” de Hornsby en el asunto, aunque los indicios le apuntaran de lleno.
Es en ese punto que Vest pronuncia en su discurso de cierre, equivalente al alegato de las partes en nuestro proceso judicial, las palabras que pasaron a la historia universal de los juicios, con el nombre de “elegía al perro”. Dicha pieza de oratoria, desarrollaba como idea-fuerza, una frase destinada a arraigarse en la cultura popular de todos los tiempos: “Caballeros del jurado: el mejor amigo que un hombre pueda tener (…) El único, absoluto y mejor amigo que tiene el hombre en este mundo egoísta, el único que no lo va a traicionar o negar, es su perro”.
No habló ni una palabra sobre la prueba colectada, o por qué entendía que Leónidas Hornsby era culpable. Vest sabía dónde pegar en el alma sureña, todavía curándose de la ignominia de haber perdido la Guerra de Secesión, para obtener resultados. Por eso, habló de la fidelidad de los perros hacia sus dueños. Para cuando terminó, la sala entera del tribunal estaba tan conmovida, desde el juez al público, pasando por el jurado, que parecía haber descendido un silencio sepulcral que nadie se animaba a quebrar.
Cuando el jurado se reunió, todos tenían en claro que alguien tenía que pagar por la muerte del fiel Old Drum y el más a mano era Hornsby. Son las ventajas del sistema de la íntima convicción, en el que lo que 12 personas creen se traduce en un veredicto. Y todos ellos, sin excepción, estaban profundamente conmovidos por las palabras de Vest.
Por unanimidad, impusieron a Hornsby pagar daños por 550 dólares. Que la suma fuera 400 dólares más de lo que marcaba la ley no pareció inquietar a nadie. Ni a la Suprema Corte de Missouri, donde el condenado apeló y Vest le ganó nuevamente.
Después, el discurso tomó vida propia, y es así como la frase “el perro es el mejor amigo del hombre” llegó hasta nosotros. En recuerdo del pleito, en 1958 la ciudad de Warrensburg, donde el discurso tuvo lugar, erigió una estatua de bronce de Old Drum, justo en las afueras del edificio de tribunales en que se juzgó su caso.