Corría el año 1962 y la “Edad de Plata” —Silver Age— de las historietas estaba en sus inicios. El mundo había cambiado y dejaba la necesidad de un mundo de fantasía para escapar de la realidad. Quería lidiar con ella, enfrentarla, encontrar un modo de soportarla.
Por Luis Carranza Torres (*) y Sergio Castelli (**) – Exclusivo para Comercio y Justicia
En materia de superhéroes, ese reclamo sociológico del momento suponía dar un giro no menor al argumento y hasta la forma de graficar las historias en el ramo. Los superhéroes se volvieron más realistas y comenzaron a lidiar con situaciones de la vida real, al igual que los simples mortales.
El Hombre Araña fue uno de los personajes típicos de esa era. Y el que llegó más lejos que todos en la consideración del público estadounidense. Al punto de volverse la figura insignia de la empresa que le había dado vida gráfica: Marvel, nada menos.
A la fecha, ha tenido presencia en cuanto género artístico puede ser posible. Desde televisión animada o en vivo, historieta en revista o como tiras cómicas del periódico, películas varias hasta un musical éxito en Brodway en 2010: Spider-Man: Turn of the Dark.
Pero el primer dañino con que debió vérselas la identidad secreta de Peter Parker no fue un villano del mundo de la historieta sino un fenómeno económico de la vida real: la inflación.
Pocos pueblos como el nuestro resultan tan aptos para hablar del tema. No creemos que sea una virtud sino la consecuencia de un defecto sistémico.
Técnicamente, la inflación resulta un proceso económico caracterizado por alzas generalizadas y sostenidas de precios en el tiempo.
Pero cualquiera sea la escuela que se tome respecto de ella, es claro que cuando el fenómeno inflacionario alcanza cierta magnitud y permanencia produce no sólo nocivos efectos económicos respecto de los valores en cuanto a bienes y servicios sino también, y de modo inevitable, consecuencias sociales profundas que afectan el modo de vida y los hábitos cotidianos de las personas.
Una de esas consecuencias es que entorpece y disminuye la cantidad y calidad de los intercambios económicos. Eso es precisamente lo que pasó con las revistas de historietas en Estados Unidos en la década del 60. Durante los 27 años anteriores a 1962 su precio fue uniforme, alrededor de 10 centavos de dólar por libros de 64 páginas. Pero al verse afectados por la inflación, los editores mantuvieron el precio disminuyendo los costos, para lo cual publicaban una menor cantidad de páginas. Primero disminuyeron a 52 y luego a 32, que se transformó en el estándar de la industria. Luego se prosiguió manteniendo la cantidad de páginas pero se disminuyó su tamaño.
En 1962 tuvo lugar el primer aumento de precio, con el cual las historietas pasaron de costar 10 centavos a 12 -un aumento de 20%-. En 1969, el precio pasó a 15 centavos.
Sólo un superhéroe que captara la atención y el entusiasmo popular podía triunfar en dicho contexto. Y le cupo en suerte al Hombre Araña salir victorioso en las ventas de sus historias, a pesar de la escalada de precios.
Algún conocido, al ver el borrador de esta columna, hizo el comentario de que quizás en nuestra presente situación necesitaríamos de alguien como el Hombre Araña. Aun no siendo partidarios de que evadamos las obligaciones de la hora merced a la búsqueda de hombres providenciales, a todo evento dejamos planteado el particular. ¿Lo llamamos o no al Hombre Araña?..
* Abogado. Doctor en Ciencias Jurídicas.** Agente de la Propiedad Industrial.