sábado 23, noviembre 2024
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Comercio y Justicia 85 años

El frío y la vulnerabilidad

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Por Luis Carranza Torres (*) y Carlos Krauth (**)

Volvió el frío y, con él, se hacen más visibles las carencias y necesidades de gran parte de nuestros compatriotas. Lo que de por sí ya es preocupante, se agrava porque, conforme pasan los años, el número de personas que vive en condiciones extremas aumenta de manera dramática.

Días pasados se produjo en nuestra ciudad un incendio en la villa (ahora hay que decirles barrios populares) “La Tablita”, en el que resultó muerto Lautaro, un adolescente de 16 años, quien no pudo escapar de las llamas que afectaron la casilla donde vivía. El hecho, por lo luctuoso, dio lugar a su exhibición en distintos medios y reiteró el debate sobre la decadencia social y económica en que estamos sumidos como país.

Desde hace unos cuantos años a esta parte venimos en un plano trágicamente descendente, sin que quienes, de hecho y de derecho, tienen que evitarlo, asuman su responsabilidad y diseñen y ejecuten políticas serias que al menos permitan vislumbrar un atisbo de solución a este verdadero drama. Es decir, empezar a revertirlo en lugar de sólo paliar algunos de sus efectos puntuales, por algún tiempo, respecto de algunos.

Como nos dice Lydia Feito en su trabajo “Vulnerabilidad”, publicado en Anales del Sistema Sanitario de Navarra, del año 2007, volumen 30, suplemento 3: “A pesar de ser aparentemente tan comprensible y conocido, el término ‘vulnerabilidad’ encierra una notable complejidad. Vulnerabilidad es, en primer lugar, un concepto con múltiples significados, aplicables a ámbitos muy diversos: desde la posibilidad de un humano de ser herido hasta la posible intromisión en un sistema informático. En segundo lugar, la vulnerabilidad es una característica de lo humano que parece evidente desde una perspectiva antropológica, pero que la tradición cultural más cercana a la defensa del individualismo, la autonomía y la independencia, se ha encargado de dejar en un segundo plano o, incluso, de relegar por considerarla de rango inferior. En tercer lugar, la vulnerabilidad, en tanto que posibilidad del daño, es considerada la misma raíz de los comportamientos morales, al menos de aquellos en que el énfasis se sitúa en la protección y en el cuidado, más que en la reclamación de derechos”.

No negamos que muchos se preocupan y se encargan de paliar esta situación -sea mediante ONG o sea por su propia iniciativa-, sin embargo, claramente, ello no alcanza. Es meritorio y plausible que haya quienes solidariamente se preocupan “en aminorar los padecimientos que generan la pobreza y la indigencia”, como nos afirmaba alguien que se ocupa -mucho- de este tema; sin embargo, la verdadera política -nos decía- debe estar encaminada a sacar a la gente de esa situación y no sólo acompañarla para que “no la pase tan mal”. Son nuestros gobernantes quienes deben dar esas soluciones.  Pero, pese a que ésa es su función, no se vislumbra demasiada actividad en el asunto. Tal vez, como nos decía nuestro interlocutor, porque la pobreza es un negocio con distintas caras para muchos.  

Recordábamos con él la denuncia pública -que fue confirmada- respecto al porcentaje del plan social que los referentes de un movimiento social le quitan a sus “representados”. También mencionábamos la “movida” que se hizo antes de las elecciones de 2019, en la cual importantes clubes, personas, instituciones, etcétera, abrieron sus puertas para dar de comer y albergar a personas en situación de calle. Pasaron las elecciones, vamos transitando el tercer invierno desde esa época y nada más han hecho, pese a que claramente el hambre y las necesidades no han desaparecido. Son muchísimas las situaciones análogas a éstas que se pueden mencionar. Sujetos públicos más ocupados en los proyectos personales de poder que en generar políticas públicas superadoras de los problemas que padecemos en el presente.

No obstante, para no ser injustos debemos reconocer que hay quienes en el Estado se ocupan del tema. Citamos como ejemplo el caso de la Municipalidad de Córdoba, que hace pocas semanas inauguró -dentro del programa destinado a las personas en situación de calle- “Nuestra Casa”, un lugar para alojarlas. Sin embargo, son medidas que sirven, como dijimos, para paliar, pero no para solucionar el problema de fondo.

Es que sin políticas públicas destinadas a generar trabajo regular y en blanco, sin una educación seria que iguale y dé oportunidades a quienes menos tienen, un sistema de salud esencialmente preventivo desde la misma gestación que no se corte luego del nacimiento, no se reduce la pobreza, por el contrario, la historia continuará repitiéndose y nos encontraremos nuevamente hablando de otro caso como el de Lautaro, del que casi nadie se acordará pero que se reiterará, ante la preocupación de muchos de los que no depende la solución y la inacción de quienes deberían brindarla.


(*) Abogado. Doctor en ciencias jurídicas  (**) Abogado. Doctor en derecho y ciencias sociales

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