viernes 22, noviembre 2024
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Comercio y Justicia 85 años

El espionaje, ¿bendecido y protegido por Jehová?

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Por Silverio E. Escudero

Los viejos manuales de política y gobierno insisten en recordar que gran parte de las informaciones que utiliza el Estado para la toma de las decisiones proviene de los servicios secretos.

Esa oscura –y poco edificante- tarea es instrumentada por los gobiernos para penetrar en los secretos de las naciones –rivales o no- limítrofes y en la intimidad de las personas, para así tratar de desentrañar sus acciones futuras o ejercer control de la intimidad de sus opositores. El caso Profumo nos exime de mayores comentarios.
Esta afirmación no es antojadiza. Así leemos en el Antiguo Testamento que Josué “envió desde Sitim dos espías secretamente, diciéndoles: ‘andad, reconoced la tierra, y a Jericó. Y ellos fueron (…)’, lo que proporcionó a los judíos una ayuda invalorable. En el cuarto libro de Moisés -Números- el profeta narra como el Señor lo indujo a elegir doce de los jefes de las tribus de Israel para cumplir una peligrosa misión. “Así que Moisés envió desde el desierto de Parán a doce jefes de los israelitas, tal como Dios se lo había mandado (…) a explorar el territorio de Canaán. Les dijo: ‘Vayan por el desierto hasta llegar a las montañas. Fíjense en el país y en la gente que allí vive, si es gente fuerte o débil, y si son muchos o pocos. Fíjense también cómo han construido sus ciudades, y si son fuertes o frágiles como tiendas de campaña. Vean si su territorio tiene árboles, si es bueno y da muchos frutos, o si es malo y sin frutos. No sean miedosos y traigan de allá algo de lo que la tierra produce.´”

Y los espías “regresaron a Cadés, en el desierto de Parán” tras cuarenta días en territorio hostil y rindieron cuenta de lo que habían visto y así se lo dijeron a Moisés: “Fuimos al territorio adonde nos enviaste. Es un territorio muy fértil; ¡allí siempre habrá abundancia de alimentos! Mira, éstos son los frutos que se dan allá. Lo malo es que la gente que vive allá es muy fuerte y ha hecho ciudades grandes y bien protegidas. ¡Hasta vimos a los descendientes del gigante Anac! En el desierto viven los amalecitas, en las montañas viven los hititas, los jebuseos y los amorreos, y entre el mar y el río Jordán viven los cananeos”.
En esta apretada síntesis histórica del espionaje, obviando la discusión acerca de los métodos y técnicas que se utilizan, queremos dejar constancia de los nombres de los más importantes espías en el mundo. El mismo Antiguo Testamento da fama a Dalila, la preciosa amante de Sansón, cuyas habilidades de rapador son por todos conocidas y no necesita de mayores presentaciones. Le siguen, a nuestro criterio, Bel Marduc, el sacerdote babilonio que Ciro II el Grande (allá por el año 539 antes de nuestra era), quien a cambio de un “puñado de dólares”, facilitó el triunfo del rey aqueménida de Persia sobre Belsacer; Marco Lucrecio Craso, integrante del Primer Triunvirato, cuyos espías pusieron a Roma bajo su dominio y, Juan de Capadocia, prefecto del pretorio del Imperio Bizantino, que, apoyado por una poderosa formación de espías, se batió sin dar cuartel contra la emperatriz Teodosia, apuntalada por un número mayor de confidentes y buchones, por el logro de los favores públicos y privados de Justiniano, el gran codificador. Sería injusto olvidar la poderosa estructura que montó Subutai, aquel general mongol que, según distintos cronistas, tenía su mesa de trabajo plagada de informes puntillosos de sus agentes infiltrados en todos los gobiernos de la región. Algunos, como el arabista italiano Francesco Gabrielli, aseveran que los árabes conocieron y usaron, en primera instancia, esa información para planificar su expansión por el norte de África y alcanzar España.

La Iglesia Católica, de la mano del fraile de la Orden de los Predicadores, Tomás de Torquemada, Inquisidor General de Castilla, organizó uno de los sistemas más eficaces de espionaje de la historia. Procuraban, de esa manera, premiando la delación y la mentira, la supresión de la herejía, delito que se purgaba hasta con la muerte. Numerosos artistas -como Pedro Berruguete- rompieron el cerco informativo y la censura, denunciando en 1475 la tragedia en su celebérrimo Auto de Fe, escena replicada, siglos después, por Francisco de Goya y Lucientes.
Esta nómina se enriquece con la presencia de Cristóbal Urswick, el principal espía de la Casa de los Tudor que sirvió a Enrique VI de Inglaterra y, Marie de Rehan, la aristócrata francesa cuyo salón fue centro de las mayores intrigas. Intrigas que tornaron en un ser débil, taciturno y temeroso al todopoderoso Armand Jean du Plessis, cardenal-duque de Richelieu, primer ministro del rey Luis XIII, cargo en el que permaneció hasta su muerte, acaecida en 1642, siendo sucedido por Julio Mazarino.

Un capítulo especial en esta breve historia en dos actos que estamos proponiendo, merece Daniel Dafoe, el primer cronista económico de la historia y autor de Robinson Crusoe, que organizó el servicio secreto británico tras presentar, en 1704, al presidente de la Cámara de los Comunes, un proyecto de organización de una extensa red de espionaje dentro y fuera de Inglaterra. Posición que aprovechó para organizar sus propios negocios utilizando, en beneficio propio, los fondos confiados a su custodia. Recientemente se descubrió que había entregado fuertes sumas a un tal Claude Guillot, que no era otro que él mismo.

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