La modernidad de sus ideas se tradujo en grandes avances como nunca antes
Un 12 de octubre de 1874, Sarmiento entrega la banda presidencial a su sucesor. A los 37 años, Nicolás Avellaneda accede a la presidencia. Un distinguido orador, de grandes ideas. Ha sido el realizador del vasto plan educativo sarmientino. De largas barbas negras y ojos inquietos, disimula con zapatos de tacón su baja estatura. Acaso el único complejo que tiene en su personalidad desenvuelta. Lo apodan por eso “Taquito” o “Chingolo”.
El presupuesto nacional arrastra un déficit por los gastos que insumió la Guerra del Paraguay. Avellaneda restablece el equilibrio fiscal con base en un plan de austeridad administrativa.
En su mensaje al Congreso Nacional del 1 de mayo de 1876, anunció un ambicioso proyecto: “Podemos distribuir mejor la inmigración extendiéndola por todo el país, radicarla y ofrecerle un incentivo con la adquisición de la propiedad territorial, abriéndole en el exterior al mismo tiempo nuevas corrientes. Economicemos sobre todos los ramos de los servicios públicos pero gastemos para hacer más copiosas y fecundas nuestras corrientes de inmigración”.
Se promueve la formación de colonias de inmigrantes y el desarrollo de los cultivos, merced a la llamada “Ley Avellaneda” para el fomento de la inmigración. Pero también impulsa la radicación de industrias. Se conforman, durante su mandato, el Club Industrial, la Casa de la Moneda y se aprueba la Ley de Aduanas. Se extienden nuevas líneas férreas, se realizan las primeras exportaciones de cereales y en 1876 la aparición del buque Le Frigorifique permite hacer el primer envío de reses ovinas conservadas por frío, a cero grado, a Inglaterra. Era una consecuencia de sus ideas, al sostener: “Todo está salvado cuando hay un pueblo que trabaja”.
Durante su mandato se da inicio a la ocupación efectiva de los territorios patagónicos, con la Campaña al Desierto de su ministro de Guerra, general Julio A. Roca, y del Chaco.
Cuando, en 1878, la cañonera chilena “Magallanes” captura el buque Devonshire, de Estados Unidos, que tenía un permiso argentino para extraer guano en Santa Cruz, envía a la región una escuadra, al mando del comodoro Py. Sus órdenes eran tomar posesión de la región, por la fuerza de ser necesario. Sin embargo, el establecimiento de puertos militares en la desembocadura del río Santa Cruz y de la población de Puerto Santa Cruz, se llevaron a cabo sin incidentes.
Como parte de esa obra de afirmación de la soberanía, se funda el Instituto Geográfico Militar y se inaugura la Casa de Correos y Telégrafos, iniciada por Sarmiento. Éste fue el primer edificio con instalación de luz a gas en el país.
Poco antes de finalizar su mandato, la cuestión de la capitalización de la ciudad de Buenos Aires, que amenazó con dividir en dos el país nuevamente, se supera con éxito merced a dosis iguales de firmeza y conciliación con los vencidos.
Luego de su presidencia, fue elegido rector de la Universidad de Buenos Aires, en 1881, y senador por Tucumán. Si bien nunca había tenido buena salud, por ese tiempo apareció en su maltratado organismo una nefritis crónica, el “Mal de Bright”, respecto a la cual no existía cura. Entre otros trastornos, esa patología sumía al enfermo en un inmenso cansancio, una fatiga permanente.
En 1884, ya muy enfermo, Nicolás Avellaneda volvió por última vez a Tucumán. Permaneció allí de julio a octubre, salvo diez días en Rosario de la Frontera para tomar unos baños termales que resultaron salutíferos al comienzo. En su ciudad natal, una de sus actividades era caminar a diario por la plaza Independencia, acompañado por su hermano Manuel. Gregorio Aráoz Alfaro, de niño un testigo presencial de dichos paseos, lo retrató: “Sentado, con viejos amigos, bajo los naranjos siempre verdes”, encontrando a Avellaneda “pálido y prematuramente envejecido pero siempre enamorado de lo bello, siempre ameno y jovial”.
Ocurrió por esos días el recambio de gobernador, siendo el saliente un amigo de juventud, a quien se le permitió escribir en el álbum de despedida sobre el recuerdo que aún tenía de aquellos dos niños que en el “febrero de un año ya muy lejano” partieron a estudiar a Córdoba. “Estos dos niños son hoy el magistrado, ilustrado y recto”, destinatario del álbum, “y el hombre público que, después de las prolongadas vicisitudes de una carrera tormentosa, escribe con mano ya débil las presentes líneas”.
En 1885 propone en el Senado un texto para organizar la educación universitaria, que luego llevará su nombre. Es la primera norma de ese tipo; otorga a las universidades la atribución de expedir títulos profesionales con exclusividad. También, asegura la autonomía universitaria, organiza su autogobierno y define sus atribuciones básicas. Seguiría vigente hasta 1947.
El 9 de junio de ese año partió a Europa en búsqueda de un alivio para su enfermedad, que no halló. Se embarcó de vuelta, desahuciado, el 5 de noviembre. No llegaría vivo a Buenos Aires. El día 25 a las 5.45 de la tarde murió, a la altura de la isla de Lobos. Sus restos fueron desembarcados dos días más tarde en Montevideo y llegaron a Buenos Aires el 29 para recibir imponentes funerales.
Un justo tributo a quien había hecho ingresar a la Argentina en la modernidad.