Por Silverio E. Escudero
Costa Rica se transformó en el primer país del mundo en no tener militares; en decidir que no son prioritarias las hipótesis de conflicto y usar esos recursos para financiar programas educativos, de bienestar social y de salud
Recorrer la ancha avenida del pensamiento latinoamericano es una aventura sin par. Mucho más apasionante resulta si quien la emprende es capaz de olvidar preconceptos, ataduras políticas y/o religiosas, porque le impedirán el placer de navegar por las procelosas aguas de la reflexión americana.
Nuestro bajel pone proa hacia el mar de las Antillas. En el horizonte se dibujan las maravillosas playas de Costa Rica. Nación que ha sabido transitar sus últimos 70 años sin ejército tras tomar la decisión revolucionaria de abolirlo.
El hecho motivó la grita indignada de una sociedad colonialista que fincaba su hegemonía en la punta de las bayonetas.
El debate, por cierto, no está saldado y resurge cuando los halcones se erizan frente a las ansias expansionistas de Nicaragua, que avanza sobre territorios costarricenses a pesar de los fallos de la Corte Internacional de Justicia.
José Figueres, el hombre que tomó la decisión, allá por diciembre de 1948, sorprendió a propios y extraños.
Es que al abolir el ejército, pocos meses después de su triunfo militar en defensa de la pureza del sufragio, renunciaba a la fuente de su poder.
Así fue como Costa Rica se transformó en el primer país del mundo en no tener militares; en decidir que no son prioritarias las hipótesis de conflicto y canalizar esos recursos para financiar programas educativos, de bienestar social y de salud. Disposición que con el tiempo llenó de orgullo al pueblo y gobierno “ticos” porque demuestra que es posible vivir sin ejército y sin el lastre que ha significado el militarismo.
Este hecho transformó a Figueres -Don Pepe- en enemigo jurado de todos los dictadores y autócratas que padeció América Latina. Tiranos y déspotas que usaron sus ejércitos como fuerzas de ocupación de sus propios territorios. Mientras facilitaban, a modo de reaseguro, la creación de una casta de guerreros que se erige en tutora de la sociedad civil, al tiempo que es sirviente del capital financiero “que no está solamente interesado en controlar las fuentes de materias primas, sino las del mercado del país dominado, es decir, de toda fuente de energía, así como en las inversiones y reinversiones que define Estados Unidos para la región”, anota José Ortega en su imprescindible La estrategia USA en Centroamérica.
Costa Rica es, a todas luces, el país más desarrollado de América Central y el Caribe. Se encuentra entre los seis primeros lugares en América Latina por su mejor índice de desarrollo humano. La alfabetización supera 97,8%, hay atención médica universalizada, enseñanza primaria gratuita y obligatoria, la pobreza llegó en la última encuesta de hogares a 21,3% y es líder en el istmo centroamericano en exportaciones (unos 9.900 millones de dólares anuales). Además, se ubica en tercer lugar en el mundo por su desempeño ambiental y es tercero en Latinoamérica por calidad de vida.
La abolición del ejército ha sido quizá la decisión más importante (adoptada por el país) en su historia, ha dicho Laura Chinchilla Miranda, politóloga y política costarricense. “Ha significado hacer una apuesta a la vida y al desarrollo social, una abolición a la tentación autoritaria y a la madurez de su población que, cada vez que se produce alguna provocación, sabe que debe guarecerse en las normas que rigen las relaciones entre los Estados”, consideró.
Para pueblos como el nuestro acostumbrados a la militarización de las fuerzas policiales vale preguntar cómo se administra la seguridad interior. Tras la abolición de las fuerzas armadas, explican, la seguridad de Costa Rica descansa sobre una fuerza pública compuesta por unos 19.000 policías. No tiene aviones o helicópteros artillados, marina, tanques, siquiera un obús. “Esto es lo que nos hace orgullosos, pero hay que aclarar que el no tener ejército no quiere decir que estamos indefensos”, explica José María Tijerino, un abogado y ex fiscal General, que fue ministro de Seguridad Pública.
Mientras retumban tambores de guerra y la locura se corporiza en el resurgimiento de la ultraderecha, los costarricenses están preocupados por construir en paz y libertad. Porque “el siglo XXI presenta retos que van más allá del acceso a la educación, dilemas que se relacionan con un mundo globalizado (…) que exige pensar en procesos educativos de calidad, más dinámicos, diversos y creativos, centrados en la construcción continua y en las posibilidades de acceso al conocimiento y no en impartir conocimientos acabados”, leemos en un paper distribuido por el Ministerio de Educación Pública costarricense.
Por lo que se requieren “procesos educativos que aborden la promoción de valores, actitudes, habilidades y destrezas necesarias para el aprendizaje continuo a lo largo de la vida, para la innovación y la creatividad en el quehacer individual y colectivo, y para la promoción de aspectos como: el respeto y la coexistencia pacífica en un mundo cada vez más internacionalizado, el reconocimiento de la fragilidad de nuestro ambiente y de la incidencia de fenómenos globales (como el calentamiento global, los peligros de la contaminación ambiental, los estilos de vida saludable, los derechos humanos, entre otros) en nuestra vida cotidiana, como parte de la toma de conciencia de que toda acción repercute en la vida de las personas y en la de otros seres vivos.”
Pero volvamos a José Figueres, que decidió per se abolir el ejército costarricense, para librar a su patria “del cáncer que la consumía”. Su gesto fue magnífico, profundamente simbólico. Sucedió en el Cuartel Militar Bellavista, hoy sede del Museo Nacional. Así lo cuenta la historia: “El señor José Figueres, por entonces presidente de la Junta de Gobierno, con un mazo derribó uno de los muros de dicho cuartel para decretar la abolición del Ejército en Costa Rica.
Desde esos años, los cuarteles militares se convirtieron en centros educativos. Donde hoy está el Liceo Napoleón Quesada de Guadalupe, antes era el recinto de la Policía Militar; donde estuvo por muchos años el CIPET de Alajuela, fue el cuartel militar de dicha provincia”.
La lectura del acta conmueve: “El Ejército regular de Costa Rica, digno sucesor del Ejército de Liberación Nacional, entrega hoy la llave de este Cuartel a las escuelas, para que sea convertido en un centro cultural.
La Junta Fundadora de la Segunda República declara oficialmente disuelto el Ejército Nacional, por considerar suficiente para la seguridad de nuestro país la existencia de un buen cuerpo de policía.
Los hombres que ensangrentamos recientemente a un país de paz, comprendemos la gravedad que pueden asumir estas heridas en la América Latina, y la urgencia de que dejen de sangrar. No esgrimimos el puñal del asesino sino el bisturí del cirujano. Como cirujanos nos interesa ahora, más que la operación practicada, la futura salud de la Nación, que exige que esa herida cierre pronto, y que sobre ella se forme cicatriz más sana y más fuerte que el tejido original.
Somos sostenedores definidos del ideal de un nuevo mundo en América. A esa patria de Washington, Lincoln, Bolívar y Martí, queremos hoy decirle: ¡Oh, América! Otros pueblos, hijos tuyos también, te ofrendan sus grandezas. La pequeña Costa Rica desea ofrecerte siempre, como ahora, junto con su corazón, su amor a la civilidad, a la democracia.”
Decisión que más tarde se llevó al texto de la Constitución Nacional para evitar que a algún aventurero con poder político se le ocurra restablecer el ejército.
He aquí el texto del artículo 12 del texto constitucional: “Se proscribe el ejército como institución permanente, para la vigilancia y conservación del orden público habrá fuerzas de policía necesarias. Sólo por convenio continental o para la defensa nacional podrán organizarse fuerzas militares, unas y otras estarán siempre subordinadas al poder civil. No podrán deliberar ni hacer manifestaciones o declaraciones en forma individual o colectiva.”