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El curioso sistema impositivo griego

Restos del Partenón en Atenas, edificio que posiblemente fue costeado por el sistema impositivo.
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Se trató acaso del más particular de la historia del mundo clásico

En la Antigua Grecia, el impuesto estaba situado en el terreno de la ética. Se trataba de un deber cívico y no de una obligación legal. Ni la ley ni la burocracia obligaba a tales contribuciones sino la tradición y el sentimiento público.

El significado de liturgia por esos tiempos es muy distinto de como la entendemos hoy. Tal palabra del griego antiguo provenía, conforme Pierre Chantraine en su Dictionnaire étymologique de la langue grecque, de la unión de “laós”, el pueblo, y la raíz “ergo”, hacer, cumplir.

Se trataba de la principal forma de financiación de los asuntos públicos de la polis. Consistía en un servicio público obligatorio para los ciudadanos o metecos más ricos, que traía aparejado gestionar y financiar con recursos propios alguna obra o actividad pública. Las había de diversos tipos que iban desde el funcionamiento del gimnasio por el “gimnasiarca”, el sostenimiento de los miembros del coro del teatro por el “corego”, hasta el “trierarca”, que tenía a cargo la construcción y el mantenimiento de una trirreme o buque de guerra y su tripulación por un año. 

El sistema litúrgico se remonta a los primeros tiempos de la democracia ateniense. Cayó progresivamente en desuso a partir de finales del siglo IV a. C. La mayoría de las obras públicas de la época, incluidas reformas de la Acrópolis, y posiblemente el Partenón, se financió de esta forma. Autores como Filocoro, Iseo y, en particular, Demóstenes en sus escritos -quien fue repetidamente liturgo-, nos dan una idea, no siempre completa, respecto de él. 

El número tanto de éstos como de liturgias podía evolucionar en función de las necesidades de financiación de la ciudad. Se trataba de un área bastante cambiante, en la que el “empirismo” reinaba, por lo que “las ciudades eran capaces de crear nuevas liturgias en función de sus necesidades, o de suprimirlas, temporal o definitivamente”, como se expresa en la obra dirigida por Marie-Françoise Baslez, Économies et sociétés – Grèce ancienne 478-88.​ 

A diferencia de las relativas a las obras públicas, actividades o festividades religiosas que eran permanentes, las liturgias militares sólo se establecían en caso de necesidad -guerra o similar-. La principal era la trieraquía, la más cara pero también de mayor prestigio, pero existió luego la “proeisphora”, por la que un conjunto de individuos pudientes asumía colectivamente la carga de la “eisphora”, una contribución excepcional para cubrir los gastos de las guerras. 

Según Filocoro, a tal efecto los atenienses fueron divididos por primera vez en sinmorías conforme su fortuna, bajo el arcontado de Nausinico en 378 ó 377 a. C., -si bien el primer pago certificado históricamente data del 364 a. C-. Cada sinmoría agrupaba una docena de miembros y tenía a su cargo costear una centésima parte de la eisphora recaudada por la ciudad mediante la decisión de la asamblea de ciudadanos.

Los miembros de cada sinmoría se designaban de modo que el capital en conjunto fuera equivalente al de las otras. Los tres miembros más ricos de cada una estaban encargados de anticipar la suma debida, que les era reembolsada luego por los restantes integrantes. 

Más discutida en la “hipotrofia”, destinada al sostenimiento de la caballería ateniense, que se dio luego de las Guerras Médicas, aunque algunos autores -como expresa Leslie Worley en The Cavalry of Ancient Greece, ponen en duda hasta su misma existencia-.

A la par del deber público, la motivación de los liturgos era la recompensa en forma de honor y prestigio que sus contribuciones traían aparejada. De hecho, ya fuera por convicción cívica o presión social, la mayor parte de los atenienses estaba inscrita en la lista de los trierarcas, que era la más onerosa de ellas, a la que se accedía por serlo como por descender de un antiguo trierarca.

A diferencia de los tiempos antiguos, cuando sólo los guerreros podían convertirse en héroes de la ciudad, los liturgos también pudieron acceder a ese estatus. Esto dio como resultado que muchos donaran incluso hasta tres y cuatro veces lo que implicaba sufragar el gasto del caso. Algo que, en nuestros tiempos actuales de pagar tan poco como sea legalmente posible, puede parecer extraño.

Tal como dice Anne Queyrel en Les citoyens entre fortune et statut civique dans l’Athènes classique, la liturgia otorgaba la oportunidad, con sus bienes, tanto de mostrar “su compromiso con la ciudad como reivindicar su lugar entre las personas de importancia”; de allí que, a pesar de ser -por regla general- voluntaria, no se tuviera problemas en disponer del número de personas necesarias.

El sistema fue bien aceptado en un primer momento, siendo mutuamente beneficioso para los aristócratas ricos y la polis, que a cada gasto público podía darle una fuente de ingreso fácilmente accesible. Algo no menor en tales tiempos de incertidumbre presupuestaria dada por guerras, pestes y sequías. 

Luego, por la expansión del gasto público, el cuestionamiento de ciertos gastos inútiles o suntuarios y la proliferación de conflictos armados, pusieron el sistema en entredicho, para desaparecer en torno del siglo V a. C. Algo que sí podemos entender en el presente y que no resulta nada nuevo bajo el sol de los fenómenos tributarios.

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