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El comediador

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Por Elba Fernández Grillo * exclusivo para COMERCIO Y JUSTICIA

Las personas de cierta edad estamos acostumbradas y, por ser mediadores un poco más, a encontrar lo positivo de alguna experiencia. Sabemos que, pasado un tiempo, aquello que nos pareció catastrófico no lo fue tanto y alguna cosa aprendimos de lo vivido. Intento reconocer qué nos está dejando de bueno la irrupción del covid en nuestras vidas, así como  sus consecuencias sociales, económicas y culturales, entre otras.

Pero no hay caso: todo lo que estamos transitando las personas que habitamos este planeta se parece más al drama que a la comedia. Que ya no pueda tomar el colectivo para ir al centro, a mi trabajo; que no pueda charlar con mis amigas y colegas en un bar sin barbijos y que vaya a una reunión y no pueda entender lo que me dice la persona que está a mi lado porque habla con tapaboca, que también llevo yo, con lo cual ella tampoco entiende bien qué digo.

Que las mediaciones virtuales reemplacen definitivamente las presenciales, habiendo quedado de lado la importancia de los relatos de las personas, no pudiendo tampoco percibir el lenguaje gestual, muchas veces ni siquiera escuchando correctamente las oraciones porque las conexiones son dificultosas, no me parece aún que sea una manera ideal de trabajar.

Un parche, alguna respuesta, es lo que hay, son las conclusiones a las que llego, pero se está lejos de la calidad de comunicación interpersonal que requiere este trabajo. Como ahora sólo vislumbro las pérdidas, también me cuesta procesar la ausencia de todos los compañeros que quedaron en el camino, aquellos mediadores que decidieron no continuar con esta modalidad.

Gente de mucha experiencia, negociadores de innumerables causas, con el pulso necesario para llevar adelante la prosecución de temas complejos, se fueron. No aceptaron trabajar en modo virtual y debo reconocer que ésta ha sido una pérdida importante.

Hemos armado nuevos equipos porque, según la ley de Córdoba, los mediadores son dos; buscamos nuevos compañeros, consensuamos nuevas agendas, nuevos criterios, pero muchos de estos queridos colegas ya no nos acompañan. A mi amigo comediador, a mi par, a ese otro con el cual me mimetizo sin dejar de ser yo y él o ella, tampoco dejan de ser quienes son. A esas ausencias que hace tiempo venimos procesando, primero porque la Caja de Jubilaciones, después por cambios de políticas y finalmente por la pandemia, van quedando compañeros que dejan -muchos contra su voluntad- la mediación.

Siempre digo que éste es un trabajo de disidentes, abogados que no litigan, contadores que no hacen balances, periodistas que no entrevistan ni relatan y que encontraron en la mediación un lugar, un trabajo, otra forma posible de realización, en la que la formación primera sirvió para acceder a esta otra segunda vocación.

Sin dudas, ser mediadores no es una actividad para todos porque además se necesita cierta cuota de altruismo, de solidaridad, de generosidad para ayudar a otros a encontrar un camino posible de salida de un conflicto. Tampoco es pura filantropía ya que pretendemos vivir de este trabajo, pero no podemos negar el carácter profundamente humano del vínculo entre las personas que nos traen sus pesares y nosotros, los mediadores.

Por eso, el equipo, la dupla que se forma entre los dos mediadores es tan importante, ambos son un engranaje que debe resultar, a los ojos de terceros, sólido, sin contradicciones. Estas construcciones de nuestras maneras de trabajar han sido forjadas con mucho tiempo y largas charlas, con consensos acerca de qué intervenciones usar, de cómo explicar alcances de un acuerdo, honorarios, reuniones conjuntas o privadas y demás.

Recuerdo mucho a una colega con quien siempre coincidíamos en priorizar el valor del acuerdo, jamás una diferencia por honorarios u otras cuestiones podían obstaculizar la resolución del problema, ésa era nuestra manera de entender la mediación. Jamás tuvimos una diferencia sobre cuánto cobrar si poníamos en riesgo la concreción del acuerdo.

Ambos mediadores forman, a través del tiempo y la experiencia, un dúo cuyo engranaje y funcionamiento se ha ido construyendo durante años, se ha ido consensuando con lo mejor de cada uno y así se presenta ante la mirada de los otros: como algo sólido.

Alguna vez un profesor dijo que el mediador y el comediador hacen una danza, en la cual uno se complementa con el otro; uno habla y el otro mira a las personas presentes, a los abogados; uno se levanta y se lleva consigo una parte a una reunión privada y el otro continúa trabajando con los que permanecen en la mesa. Todos estos movimientos han sido construidos a través del tiempo y de muchas horas de mediar.

Esta nueva normalidad nos ha impuesto acomodarnos a la ausencia de muchos de nuestros colegas mediadores. También a modificar los procedimientos: ya no podemos con un golpe de mirada, con un gesto inmediato, seguir dialogando con unos y luego con otros.

Si bien es posible interrumpir el audio y la imagen en un Zoom, muchas veces hemos perdido largos minutos, al comienzo de la audiencia virtual, para que todos se puedan conectar. Entonces ese tiempo es aprovechado al máximo y no se nos ocurre pasar a reunión privada tan fácilmente como lo hacíamos en lo presencial. Sí nos ayudamos con el celular para mantener una charla por fuera del Zoom; pero insisto: estas tecnologías muchas veces no sustituyen la palabra oral, la mirada, el gesto. Tampoco podremos olvidar a las compañeras mediadoras que perdimos en el camino, colegas irremplazables, gestoras de tantos acuerdos que ayudaron a evitar juicios, incansables luchadoras en la construcción de caminos no adversariales, abogadas queridas de las cuales aprendí muchísimo, quienes me contuvieron y yo contuve cuando la desazón o la frustración nos invadían. Por eso, esta nota valga como un reconocimiento a todas ellas y ellos; mis amigos, mis colegas, mis compañeros comediadores.


(*) Licenciada en comunicación social y mediadora

Comentarios 1

  1. Graciela LIBORIO says:

    Excelente reflexión. Gracias

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