Por Carlos Ighina (*)
En la casa de calle Javier López 1347, de barrio Bajo Palermo, pasó sus últimos años Rubén Darío Gamboa, prolífico autor de inolvidables valses y canciones que tuvieron por motivo la evocación sentimental de la Córdoba de su tiempo. Una Córdoba amable, cultivadora de ilusiones, sin demasiados estrépitos y gentilmente respetuosa.
Desde la voz señera de Edmundo Cartos hasta las interpretaciones de Los del Suquía, y aún después, difícil es encontrar un trovador de la Córdoba entrañable que no rasgara su guitarra para entonar alguno de sus temas, plenos de sentimientos y de aureola romántica que nos llevaron serenateros por sitios plagados de emociones, contenedores de una permanente evocación al amor.
Junto a la fuente, tu viejo banco,
Testigo fue,
De la ternura de aquellos labios
Que yo besé.
“Mi tarjeta de presentación es Plaza Colón, con ello es suficiente”, solía decir. Y en verdad que tenía razón, don Gamboa, pues el vals Plaza Colón no sólo ganó el corazón de los cordobeses sino que recorrió el mundo a modo de emblema musical de nuestra ciudad.
Colón y Avellaneda,
Esquina de las citas,
Las flores más bonitas
Te dejo en mi partir.
Y es inevitable evocar aquellos romances juveniles de parejas que se encontraban en un marco todavía de casas bajas, sin las sombras forzosas de las construcciones de altura que hoy se adueñaron del espacio. Avellaneda era la vieja calle del Observatorio y Colón había tomado definitivamente su nombre luego de cuatro intentos anteriores. Calle Larga, Calle de la Caridad, Congreso y Juárez Celman. María Auxilidora, en el otro extremo, por el que cruzaba la antigua calle Artes, luego Rodríguez Peña, era apenas una cripta -y lo fue por mucho tiempo- con un edificio superior detenido por décadas, como vacío alojamiento de palomas que sólo interrumpían la placidez de sus días con el sonar de las campanadas que anunciaban misa.
Rubén Darío Gamboa era oriundo de Goya, Corrientes, y había llegado a Córdoba para realizar sus estudios universitarios. Fue autor de más de mil composiciones musicales, pero su inspiración de 1940, en el esplendor de las musas de su edad floreciente -sin pretensiones autorales- por la mera exaltación de cantar las sugerencias del alma, fue la que lo propuso para siempre en el afecto de la ciudad de Cabrera.
A ese fino licor de la alquimia interior del correntino lo cantó, como dijimos, don Cartos, el bien llamado “trovador de Córdoba”, de recuerdo dulce en nuestras abuelas, uno de los grandes amigos de Gamboa, como también lo fueron Cristino Tapia y Atahualpa Yupanqui.
A partir de ese momento, Plaza Colón comienza a andar sola por territorios inesperados: América, Europa y hasta Asia. Se conoce en Francia, Italia, España y Japón, su ritmo cargado de sentimientos se pega en los oídos más universales. Cuando en el Teatro de la Ópera de Palermo -la importante ciudad del sur de Italia- se celebró el Día de las Américas, la orquesta sinfónica local interpretó las composiciones musicales más representativas de cada país del Nuevo Mundo. Argentina llenó el auditorio con La cumparsita, en realidad de un uruguayo, Gerardo Matos Rodríguez, y Plaza Colón.
Don Rubén vivió un momento especial de la Córdoba que se fue y su espíritu sensible tradujo creativamente una fecunda delicadeza de expresión. Allí está también su Lunita de San Vicente, ahora convertida en himno de irreductible nostalgia para las familias de ese barrio de quintas ubérrimas con vocación de república:
Lunita serenatera,
Dónde te fuiste a ocultar.
Lunita de San Vicente
Vuelve de nuevo a brillar.
Asimismo, las orquestas sinfónicas de Milán y Madrid, como también la Orquesta de Cámara de Israel, grabaron sus temas, entre los que tampoco puede soslayarse Paseo Sobre Monte.
En 1994, el autor ya estaba en silla de ruedas y la Municipalidad de Córdoba lo distinguió como uno de sus vecinos más preclaros al otorgarle, en una hermosa velada celebrada en el Teatro Real, la distinción “Jerónimo Luis de Cabrera” con que la ciudad reconoce a aquellos que han sobresalido por su trayectoria personal y de proyección comunitaria. Junto a él, compartiendo el mismo acontecimiento, estuvieron personalidades como Juan Filloy, Efraín Bischoff, César Ferreyra, Pedro J. Frías, Enrique Mónaco, Adelmo Montenegro y Marina Waisman.
Muchos amores se forjaron en la vieja Plaza Colón, la de antes de 1956, formando hogares repartidos en toda la geografía de la patria, que en su seno una y otra vez recuerdan los versos de Gamboa:
Vieja Plaza Colón,
Enfrente a la Normal,
Los años pasarán,
Llevando mi ilusión.
Y un día se fue Rubén Darío Gamboa dejándonos el mensaje eterno de sus versos, “siguiendo un viejo tranvía por calle Agustín Garzón”.
Por un tiempo llevó guardapolvo, como uno de los tantos estudiantes que convivían en el barrio Clínicas, los de la vuelta del perro, los de las tardecitas de primavera, los que piropeaban a las normalistas también ataviadas de blanco, pero no alcanzó su título. Fue, sí, un correcto y hasta devoto empleado de la Facultad de Odontología, donde se jubiló.
Hoy vuelvo como ayer,
La noche a contemplar,
Y a tu lado evocar,
Las cosas que viví
(*) Abogado-notario. Historiador urbano-costumbrista. Premio Jerónimo Luis de Cabrera.