martes 5, noviembre 2024
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Comercio y Justicia 85 años

El cambio de época también preanuncia la hora de los pueblos

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Por Luis Esterlizi (*)

Una propuesta trascendente

Los individuos de una sociedad, al advertir que están organizados e integrados con valores, principios y virtudes en un mismo proyecto nacional, fundamentan la existencia y la razón de ser de una comunidad organizada que -convertida en el factor esencial del Estado- ejerce plenamente la libertad de decidir el destino de su Patria.

El pueblo -de esta manera- toma conciencia de ser un conjunto unido, en el que cada ciudadano que lo integra con su presencia activa, responsable y compartiendo las decisiones estratégicas, ennoblece su personalidad para ser ejemplo y guía de sus hijos y de las nuevas generaciones.  

Sin embargo, para alcanzar este propósito hay que ser precavido y saber que en esta vida terrenal convivimos con la maldad, el egoísmo, la delincuencia y propósitos subalternos que sólo triunfan cuando un pueblo no tiene una consistencia efectiva y es considerado una multitud variopinta, complejizada, fácilmente maniobrable y propensa a deformarse por imposiciones que la degradan y la convierten solo en una circunstancia.

Al actual modelo de gobernanza solo le importan las elecciones porque a partir de la obligación de “votar” -yo más bien digo “optar”- por alguno de los candidatos que representan a los partidos y sectores que sustentan algún poder, justifican la existencia de la democracia especialmente concentrada en esa participación de la ciudadanía.

Este régimen promueve la diversidad de opiniones, no como riqueza de una sociedad en su conjunto sino como méritos de circunstanciales agrupamientos electorales, lo que como arma letal conduce a los ciudadanos hacia su inanición política ya que delegan la toma de sus propias decisiones esenciales a quienes -en realidad- no son sus legítimos representantes. 

De esta forma, al término de las elecciones, los ciudadanos se encuentran nuevamente solos frente a la omnipotencia de un Estado que no los contiene o de cualquier otro poder fáctico interno o externo, debiendo recurrir a sus organizaciones sociales, sectoriales, etcétera, para que -mediante sus legítimos representantes- luchen, reclamen o soliciten políticas públicas que realmente solucionen sus problemas.

Organización e integración

El mejor ejemplo lo tenemos con nuestra propia realidad ya que Argentina posee -tal vez- una de las comunidades que cuenta con la mayor cantidad de organizaciones sociales, deportivas, educativas, del trabajo, la producción, las ciencias, etcétera, permanentes y no circunstanciales como la de los partidos, pero que -por no estar integradas en un proyecto de finalidad común- cada una puja por sus necesidades y propuestas particulares. 

Entonces nos preguntamos: ¿por qué todas estas entidades intermedias no cumplen con la cuota de responsabilidad social de integrarse para solucionar -en conjunto- los problemas estructurales que sufre toda la comunidad? ¿O es que la inseguridad, la falta de una educación en valores y virtudes, la ausencia de salud, de vivienda, la desocupación, la inflación, la pobreza, la inseguridad, el cuidado de nuestros recursos y del medio ambiente, etcétera lo deben solucionar los políticos, mientras la sociedad queda expectante de sus aciertos o errores?

Es comprobable el porqué en este modelo de gobernanza las propias organizaciones no asumen el enorme poder que les da la integración solidaria, en lugar de pelear cada una por sus problemas, cuando en la mayoría de los casos son inherentes a todas. 

Hay que considerar que cuando apareció la democracia en los modelos de gobernanza, el disparador fueron las movilizaciones y luchas de las comunidades -frente a los regímenes feudales y autocráticos-, exigiendo el derecho y la libertad de ser protagonista de su historia.

Fue entonces cuando la pequeña burguesía consiguió que se crearan los partidos políticos, aunque en gran medida los que sustentaban el poder institucional disimularon lo que en realidad pretendían, que era dividir a la sociedad en partidos, ya que -según lo concibe el liberalismo- hay que dividir para reinar. 

Un futuro con democracia social

Por lo tanto, abrir la democracia a la participación efectiva del pueblo conlleva la misión de que cada argentino trascienda desde su yo al nosotros, para que -como pueblo organizado e identificado como tal- generemos las decisiones del conjunto, integrando y armonizando nuestras expresiones. 

Para este proceso -sobre todo en los temas estratégicos- debemos aprovechar la existencia legal de estas organizaciones intermedias, ya que por medio de sus auténticos representantes, que son los dirigentes que realmente conviven con los distintos sectores del pueblo, accionen en consecuencia sobre la definición y ejecución de las políticas públicas.

Este cambio de época, que anuncia la llegada de La Hora de los Pueblos, sucede porque éstos quieren ser considerados y respetados como factor excluyente de un sistema democrático de gobernanza, en el cual la toma de decisiones sea producto de su participación organizadamente institucional, mientras los gobernantes elegidos deberán encargarse de implementarlas -no al revés de este sistema caduco y antidemocrático, que desde hace muchísimos años vienen soportando muchos pueblos y comunidades del mundo-.

(*) Ex ministro de Obras Públicas de la Provincia de Córdoba

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