Ernesto Laclau es en la actualidad uno de los intelectuales argentinos más respetados en el mundo, un referente indiscutible en la teoría política posmarxista y su producción teórica ha sido una de las más influyentes en los debates filosóficos-políticos de los últimos cuarenta años. Esta semana, las universidades Nacional (UNC) y Católica de Córdoba (UCC) le otorgaron sendos Doctorados Honoris Causa.
La figura de Laclau cobró relevancia pública también durante los últimos años por su cercanía al Gobierno nacional y a varias administraciones de la región que están intentando dejar atrás las reformas neoliberales.
Poco antes de recibir estas distinciones, dialogó con la prensa sobre los cacerolazos contra el Gobierno y una eventual reforma constitucional en el país.
– ¿Qué análisis hace del cacerolazo del 13 de septiembre y del que está previsto para noviembre?
– La oposición está en una situación compleja. Evidentemente el sistema de partidos opositores no consigue establecer ninguna política coherente, es una serie de grupos deshilachados que no coinciden en un programa y no tienen políticas alternativas. Entonces, es natural que otras formas extrainstitucionales, que no pasan por el sistema de partidos, expresen las protestas de otros grupos. En 2008 fue la protesta del campo, que representaba el desquiciamiento del sistema de partidos -que de todos modos en aquel momento estaba mejor que ahora-. Esas protestas sociales empiezan a canalizar energías que de otra manera no pueden ser vehiculizadas en los sistemas vigentes.
Seguramente existirá una guerra de posiciones, el Gobierno no va a dejar simplemente que la oposición gane la calle, va a organizar sus propias manifestaciones; o sea que vamos a tener una actividad política sumamente vivaz en los meses a los que nos estamos acercando.
– Ud. se ha manifestado a favor de una reforma constitucional. ¿En qué aspectos puede avanzar una reforma en Argentina, incluyendo allí el debate sobre la reelección presidencial indefinida, que es uno entre muchos otros debates?
– La reforma constitucional de 1994 ha sido de carácter más neoliberal, de acuerdo con las orientaciones del gobierno de turno en ese momento; o sea que volver a la regulación social de la propiedad, a las nacionalizaciones de las fuentes de energía y todo este tipo de medidas tienen que ser una parte central del proceso.
La otra cosa, dado que se menciona lo de la reelección: yo estoy a favor de la reelección no pensando en particular en Cristina, sino que estoy en general de acuerdo con que pueda existir una reelección indefinida, que la misma persona pueda presentarse a lo largo de sucesivas elecciones.
Me parece completamente antidemocrático que si la gente tiene la intención de votar por cierto candidato, no pueda hacerlo porque tiene una cláusula constitucional que se lo impide. En Brasil la gente estaba furiosa porque no podía seguir votándolo a Lula y entonces votaron a Dilma porque era la candidata de Lula.
Ése es un asunto que me preocupa bastante: cómo los sistemas políticos latinoamericanos se diferencian de los sistemas políticos europeos. El principio fundamental democrático en Europa ha sido el predominio del parlamentarismo, pues los parlamentos surgieron históricamente como limitación del poder real y en esa medida entonces el Ejecutivo siempre fue más restringido a un poder administrador y los parlamentos eran el estadio donde la democracia se jugaba.
En América Latina pasó algo distinto: se consolidaron los Estados liberales en la segunda mitad del XIX, pero esos Estados parlamentarios eran simplemente la base organizativa de las oligarquías regionales que controlaban los votos con métodos clientelísticos. Entonces muchas veces el Ejecutivo ha sido el poder más democrático porque había una interpelación popular frente al sistema de poder que transformó siempre las bases de la representación democrática.
Vamos a tener democracias muy consolidadas en América Latina pero van a ser de base mucho más presidencialista que las que existen en Europa. Ése es el debate, la cuestión de la reelección es un problema relativamente menor.
– ¿El oficialismo puede generar otro líder que pueda conducir el modelo?
– Estaríamos muy mal si una persona fuera totalmente insustituible. Lo que hay que ver es que la perpetuación tiene que ser compensada con la consideración de otro peligro, que es el de la difusión del poder; es decir que una serie de instituciones de carácter parlamentario fragmenten de tal modo la fuente de acción que cualquier proyecto de transformación resulte muy difícil. Yo he dicho muchas veces en los últimos tiempos que hay que tener en cuenta que las instituciones no son nunca neutrales sino la cristalización de las relaciones de fuerza entre los grupos y, por consiguiente, cualquier proyecto de cambio radical va a tener que modificar el marco institucional existente; eso es inevitable. La cuestión es que eso se haga de una manera democrática y no autoritaria.
Pero el autoritarismo en América Latina nunca ha venido del populismo sino del neoliberalismo: se necesitó la dictadura de Augusto Pinochet para aplicar el plan de los Chicago Boy’s en Chile; se necesitó a Videla para que Martínez de Hoz comenzara su política suicida. O sea que siempre las formas autoritarias han estado ligadas a los modelos neoliberales. Los modelos populares han sido distintos y especialmente son distintos en la coyuntura actual. El populismo clásico de Perón o Getulio Vargas tuvo componentes autoritarios, eso no se puede negar, pero eso no se da en los populismos actuales.