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El antimundial

Por Luis Carranza Torres* y Sergio Castelli**
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Medio mes atrás hablábamos de la polémica que este Mundial de Fútbol número 20 de FIFA, a disputarse en breve en Brasil, traía consigo.

Las discusiones tenían como punto de partida que la justa se ha convertido, por lejos, en el más caro de la historia. Y que las cifras difieren respecto de lo gastado, lo no gastado, lo que se escurrió entre uno y otro ítem.

El país mais grande do mundo, con su sueño de potencia regional (que casi es realidad) apostó fuerte al evento, como escenario privilegiado para mostrar al mundo sus logros. No es poco el prestigio mundial que acarrea llevar a cabo un mundial de forma impecable.

A tales fines, la inversión total, tanto del sector público como privado, llega a cerca de 23% de su PIB. Recordemos que para llevar a un hombre a la Luna, Estados Unidos en la década de 1960 invirtió únicamente 25% del presupuesto federal. Un dólar de cada cuatro que el Tío Sam recaudaba, emitía o pedía prestado.

No está mal la cifra. Lo que sí, para sostenerla, debemos estar hablando de un proyecto que genuinamente englobe a la inmensa mayoría de un país.

Y antes que alguien empiece a decir que los brasileños son fanáticos del fútbol (que es verdad), nosotros le contestamos que eso no quiere decir necesariamente que estén de acuerdo con los gastos del Mundial. Más aún, creemos que la pasión futbolera y cómo se gasta para construir un estadio, tienen poco que ver. Más allá de que los interesados de siempre digan todo lo contrario.

Hay que separar la pasión por el juego del ansia de hacer negocio. Dos cosas distintas. Y aún más separadas están la pasión por el juego y la inconfesable delictualidad de hacer caja con algún pedacito de infraestructura. O no tan “pedacito”.

En esa ni el mismo estadio Maracanã se salva de la polémica, de que algunos vivillos se han quedado con unas cuantas bolsas de cemento que deberían haber ido a su remodelación.

Una empresaria local que fue a Salvador de Bahía a principios de este 2014 nos confirmó el gran escándalo nacional, cuando se descubrió que cinco Estados del país gastarán más para construir estadios que el total de sus presupuestos de educación o salud.

En los medios, tradicionalmente conservadores, ya se habla de “despilfarro de dinero público”. Y cada vez son más los que se apuntan en el movimiento del “antimundial”, personas que no quieren el evento al costo que está teniendo. Nadie duda de la honestidad como persona de la presidente Dilma. Pero también, nadie confía en muchos de los sospechosos de siempre que tiene a su lado.

A las manifestaciones en la calle ahora se les ha sumado la red de redes. El graffiti de un niño de raza negra llorando, sentado a una mesa con cuchillo y tenedor, pero en cuyo plato en lugar de comida hay una pelota de fútbol, ha recorrido Internet. Al pie sólo se lee, en inglés. “Need food, not football”. Necesito comida, no fútbol. Cuando lo subieron a Facebook tuvo 30.000 me gusta y fue compartido 5.772 veces. Nos dirán que en un país de 198.292.000 personas, cuyo 45,6% tiene acceso a Internet, eso es una gota en el océano. No estamos de acuerdo. Se trata de un botón de muestra, de un movimiento social que se expande. Y cuyas consecuencias resultan imprevisibles, sobre todo si tenemos en consideración que en octubre, el país concurrirá a las urnas para elegir nuevo presidente.

 * Abogado. Doctor en Ciencias Jurídicas.** Agente de la Propiedad Industrial.

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