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Eco – Martini: invitación para atreverse a pensar

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“Querido Umberto Eco: he aquí la pregunta que, como ya le anticipé en la última carta, tenía intención de hacerle. Se refiere al fundamento último de la ética para un laico, en el cuadro de la posmodernidad.
Es decir, más en concreto, ¿en qué basa la certeza y la imperatividad de su acción moral quien pretende no remitirse, para cimentar el carácter absoluto de una ética, a principios metafísicos o en todo caso a valores trascendentes y tampoco a imperativos categóricos universalmente validos?”
Carlo María Martini (obispo de Milán)

“Querido Carlo María Martini: (…) La dimensión ética comienza cuando entran en juego los otros. Cualquier ley, por moral o jurídica que sea, regula siempre relaciones interpersonales, incluyendo las que se establecen con quien las impone (…) los demás están en nosotros.
Pero no se trata de una vaga inclinación sentimental, sino de una condición básica. Cómo hasta las más laicas entre las ciencias humanas nos enseñan, son los demás en su mirada, lo que nos define y nos conforma. Nosotros no somos capaces de comprender quién somos sin la mirada y respuesta de los demás”.
Umberto Eco.

Ha pasado un tiempo prudencial desde la muerte de Umberto Eco para intentar nuestro homenaje sin caer en el ditirambo de los obituarios de ocasión ni en la infame simplificación de las redes sociales, reservorio de lugares comunes, del plagio y la ignominia.

Así, desde esta pequeña trinchera del librepensamiento, levantamos nuestras banderas en honor del humanista ausente. Ese hombre que se mostró como defensor de la libertad y fue militante del anti dogmatismo; que se dio a la tarea de construir espacios de diálogos para superar la violencia del grito, que es la expresión más acabada del fanatismo.

Quizás -alejándonos de la crítica literaria- su obra más importante sea aquel pequeño libro que nos sorprendió en un anaquel de nuestra librería de cabecera titulado ¿En qué creen los que no creen?, resultado de un intenso diálogo epistolar entre el Cardenal de Milán, Carlo María Martini, y el filósofo de la Universidad de Bolonia, Umberto Eco. Dialogo promovido por la revista “Liberal” y que se publicó trimestralmente de marzo de 1995 a marzo de 1996. Textos que tuvieron una recepción inusitada entre los lectores de todo el mundo, generando uno de los más trascendentes debates de los últimos cien años. El que, por cierto, la mayoría de los medios de comunicación no entendió, mostrando, de paso, la supina ignorancia de sus comentaristas que no estuvieron a la altura de las circunstancias ni de ser polea de transmisión al resto de la sociedad.

La propuesta era tan rica y vital que hubo necesidad de abrirla a la interpretación de terceros. Para ello se convocó a Emanuele Severino, Manlio Sgalambro, Eugenio Scalfari, Indro Montanelli, Vittorio Foa y Claudio Martelli, para que, en coro, analizaran aspectos diversos de la polémica que nos ocupa. Argumentaciones que enriquecieron aún más el encuentro de aquellos titanes del pensamiento.

La lectura de “¿En qué creen…” apasiona. No sólo por la riqueza intrínseca de cada una de las epístolas sino porque constituye un corpus, un himno a la tolerancia y respeto entre personas que se ubican en tradiciones culturales y religiosas distintas, en tiempos de florecimiento de los extremismos religiosos y el odio racial.

Eco y Martini reivindican el ejercicio pleno de la libertad de conciencia. Dejan de lado las recetas fáciles y los estereotipos que la sociedad, sectaria, conservadora e intolerante por naturaleza, pretende proyectar sobre ellos.

Se trata, como reconoce Eco, de «un intercambio de reflexiones entre hombres libres». Martini, por su parte, entiende a la perfección el juego que se le propone. Deja de lado al apologeta, actitud que generó tormentas hacia adentro de la jerarquía católica que se alarmó y como cuscos chicos, amenaza con suspenderle en su ministerio.

El arzobispo no defiende las verdades de la fe apelando a las definiciones dogmáticas.

Razona y no descalifica las razones del no creyente. El laico Eco no anatematiza la religión; reconoce, más bien, la existencia «de formas de religiosidad, y, por lo tanto, un sentido de lo sagrado, del límite, de la interrogación y de la esperanza, de la comunión con algo que nos supera», incluso sin creer en un Dios personal.

Es el diálogo en el peripato, en el liceo aristotélico. Es a la vez un homenaje a la Ilustración.

Es la quintaesencia del razonamiento, de la argumentación donde los contendores coinciden en que la historia no puede reducirse a un conjunto amorfo de hechos huecos y absurdos, sino que tiene un sentido y una dirección y se sitúan en el horizonte ilustrado de la filosofía y de la teología de la historia y toman distancias del «pensamiento débil», muy presente en la filosofía y la cultura italianas y que se transmite al resto de Occidente

Finalmente, Umberto Eco y Carlo María Martini recuperan el valor de las cartas, de las correspondencias, como vehículos de la transmisión de las ideas.

Práctica olvidada por una sociedad que -corriendo hacia ningún lado- está convencida de que todo puede decirse en 140 caracteres.

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