¿Por qué un discurso “populista” y de extrema derecha prácticamente calcado al de ese gobernador
de Alabama tiene más éxito electoral en 2019 que en las décadas de los 60 y 70? La visión de un experto
Por Gonzalo Fiore Viani
Especial para Comercio y Justicia
Joe Biden asimiló recientemente a Donald Trump con George Wallace, una comparación que quizás no diga mucho fuera de las fronteras de Estados Unidos, pero que en ese país tiene un potencial simbólico muy grande, especialmente para la generación de la lucha por los derechos civiles y sus hijos. La alegoría lamentablemente vuelve a tener actualidad debido a la precaria situación de los migrantes provenientes de Centroamérica y el Caribe, por la frontera de El Paso.
George Wallace fue cuatro veces gobernador de Alabama. Su popularidad en ese Estado sureño era tan grande que cuando no pudo presentarse debido a un impedimento constitucional, en 1967, fue su esposa Lurleen quien tomó su lugar y arrasó en las urnas. El político es tristemente célebre por dos hechos que marcaron a fuego la historia estadounidense del siglo XX.
En su acto de asunción al frente del gobierno estatal, pronunció las históricas palabras: “Yo dibujé una raya en el polvo, arrojé el guante a los pies de la tiranía y dije segregación ahora, segregación mañana y segregación siempre”. Un año más tarde, en 1963, cuando aún imperaban las llamadas leyes de Jim Crow para la segregación racial, se paró en la puerta de la Universidad de Alabama para impedir el ingreso de Vivian Malone Jones y James Hood, dos estudiantes negros.
El entonces presidente John F. Kennedy respondió enviando a la Guardia Federal para desalojar la entrada y permitir el ingreso de los estudiantes. Wallace alegó que el gobierno federal había violado los derechos estatales de las leyes de Alabama. Durante los años 60 acusaba a Martin Luther King Jr., a los Kennedy y a todo aquel que se opusiera a las leyes de segregación racial de los Estados del sur de “comunistas”.
Luego de haber sido una figura central en la época más turbulenta del siglo XX estadounidense, la historia de Wallace tuvo una especie de secuela. Intentó ser candidato a presidente del país en dos oportunidades, primero en 1968 por el Partido Americano Independiente y luego en 1972 nuevamente en las filas del Partido Demócrata. Enarbolaba un discurso que hoy podría denominarse “populista”, despotricaba contra las “elites de Washington”, los liberales y la clase política tradicional, sin dejar nunca de usar epítetos racistas.
Sin embargo, en aquellos tiempos el país aún no estaba preparado para esa clase de personajes. La candidatura presidencial de Wallace no tuvo éxito y jamás logró franquear los límites electorales de los Estados del sur. Durante la campaña del 72, Wallace sufrió un atentado que lo dejó el resto de su vida en silla de ruedas. Entonces experimentó una conversión religiosa, se arrepintió en público de sus actitudes racistas, les pidió perdón a los afroamericanos y ganó sus últimas elecciones a gobernador, en 1982, con 90% del voto negro.
Joe Biden, ex vicepresidente del país y actual precandidato al Ejecutivo por el Partido Demócrata, es quien acusó específicamente a Trump de parecerse “más a George Wallace que a George Washington”. Es innegable que el discurso de Trump tiene grandes puntos en común con el de Wallace. Ambos, además, apelan al mismo electorado: las clases trabajadoras mayoritariamente blancas del interior profundo de Estados Unidos. En su momento, el enemigo propuesto por el sureño eran las minorías afroamericanas.
Hoy son los inmigrantes, los latinos, las mujeres y, al igual que en la década del 60, los liberales. Los jóvenes universitarios de las grandes capitales, las elites financieras y todo lo que huela un poco a cosmopolitismo son blancos de ataques fáciles de las voces oficialistas. Wallace tuvo la decencia de al menos pedir perdón al final de su vida por sus terribles dichos y acciones.
No es difícil establecer paralelismos entre los dos hombres. Ambos armaron su carrera política basados en mostrarse personas cercanas a los trabajadores, con un discurso llano y sin complejidades. A diferencia de los dirigentes tradicionales, Trump, igual que Wallace en su momento, se siente muy cómodo arremetiendo contra lo “políticamente correcto”, criticando a los medios y a los políticos opositores. Cuando les dice a cuatro diputadas demócratas de ascendencia latina que “vuelvan a sus países”, no se encuentra tan lejos como parece de pedir “segregación mañana y segregación por siempre”.
Es difícil avizorar en el futuro cercano que un hombre como Trump pueda llegar a mostrar el más mínimo atisbo de arrepentimiento por sus acciones en la frontera y el trato inhumano que reciben miles de migrantes mexicanos diariamente. De todas maneras, lo que realmente debe ser el foco de atención es por qué un discurso prácticamente calcado al de George Wallace tiene más éxito electoral en 2019 que en las décadas de los 60 y 70.