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Donald, Kamala y la persistencia del militarismo yanqui en América Latina

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Por Silverio E. Escudero

No es por cierto necesario subrayar que Estados Unidos puede ser analizado desde las más diversas ópticas. Cada una de ellas, desagregadas según se comprometa en parte su poder real -o simbólico- tan cuestionado por la comunidad internacional, atento al comportamiento de sus representantes. Comportamientos dispares que se han condenado en forma casi unánime antes y después de uno de sus momentos más trascendentales de la historia mundial: la caída del muro de Berlín.

Intentar evaluar la participación del Pentágono y de la CIA en la toma de decisiones en Washington es una tarea de por sí compleja. Mucho más, como en este caso, cuando se procura especular sobre el futuro cercano de nuestra región. Porque debemos desdeñar la idea de contemplar a Estados Unidos como un todo: “Como enemigo inevitable o aliado pleno, es erróneo (…) porque nunca terminaremos de comprender su dimensión militar” (Carta de José Martí a Roque Sáenz Peña, Washington, 20 de noviembre de 1889).

La advertencia de Martí fue certera. Estados Unidos, desde el momento mismo de su independencia, se convirtió en un severo problema para la región, gobierne quien gobierne a pesar de sus anuncios y cambios de estrategias para América Latina y el Caribe. 

Los fundadores de los Estados Unidos jamás escondieron su vocación imperial. Las primeras víctimas propiciatorias fueron México, Puerto Rico, Cuba, Guam y las Filipinas en el siglo XIX. 

Más tarde fue el turno de las repúblicas centroamericanas, de la mano de una alianza delincuencial entre la Casa Blanca -con la complacencia del Congreso- con mercenarios y aventureros financiados por la United Fruit Company que, muy pronto, se constituyó en una poderosa fuerza política y económica que decidió la suerte de esa porción del continente a la que sumaron Colombia, Venezuela y Ecuador.

Tragedia que Juan José Arévalo, entre cientos de otros autores latinoamericanos, dejó plasmada en cuatro libros de lectura cuasi imprescindible: Istmania; o, La unidad revolucionaria de Centroamérica (1954); Fábula del tiburón y las sardinas: América latina estrangulada (1956); Antikomunismo en América Latina: radiografía del proceso hacia una nueva colonización (1959) y, Guatemala, la democracia y el imperio (1964).

Durante la Guerra Fría, en la Sala Oval predominó la doctrina Truman o de contención, que se basaba en ofrecer asistencia económica y militar a todos los países del mundo para evitar que cayeran en la órbita soviética. 

Es decir, trataba de frenar los impulsos hegemónicos de la Unión Soviética y, de paso, atacar sus posiciones y destruir sus vínculos con las naciones integrantes del Pacto de Varsovia y del resto del mundo para detener, de cualquier forma, la rebelión de los pueblos sojuzgados por el capitalismo.

En el ámbito continental la grand strategy de la Casa Blanca se complementaba con una especie de subdoctrina o, “asterisco regional” al decir de Henry Kissinger. Se aseguraba a nuestras naciones no participar en la guerra global a cambio de aceptar in totum la doctrina de seguridad nacional, para “combatir al enemigo interno”, al comunismo nacional y otras expresiones políticas que cuestionan la injerencia gringa en los asuntos internos de nuestras naciones.

El 11 de septiembre de 2001 causó una crisis profunda en la casona de la avenida Pensilvania. Las medidas que se tomaron fueron draconianas. Anularon el secretismo que imperaba entre las diversas agencias de inteligencia para reordenar el mapa de sus dominios. No se aceptan competidores en la cumbre del poder mundial. China y Rusia lo saben hasta el hartazgo. 

Sus enfrentamientos en Ucrania, Taiwán, Medio Oriente y en el Océano Indico se asemejan a fuegos artificiales. Moscú y Pekín tienen otras preocupaciones; otras prioridades fronteras adentro.

Putin habría fracasado ante el poderío creciente del Movimiento Partisano de Rusia que encabeza una sólida federación combatiente a la que se unió la guerrilla anarco-comunista del Kronstadt, la Legión por la Libertad de Rusia, el Frente Checheno y una cincuentena de grupos armados que, con ayuda de Estados Unidos y la OTAN, debilitan el poder de fuego ruso.

China, en tanto, ensaya su propia doctrina de la seguridad nacional. Quiere y no logra acabar con el Movimiento por la Independencia del Tíbet. Disimular cientos de campos de concentración instalados en la Región Autónoma Uigur de Xinjiang, donde se internan en condiciones infrahumanas a uigures, kazajas y hombres y mujeres pertenecientes a otras minorías étnicas de religión musulmana.

¿Qué reserva el futuro para nuestra región si el nuevo presidente de Estados Unidos fuese Donald o Kamala Harris? Las diferencias apenas se notarían en el trato cotidiano. Una larga historia de intervenciones norteamericanas en México, América Latina y el Caribe enseñan que los métodos de republicanos y demócratas, demócratas y republicanos se parecen demasiado. Los “burros” presumen de ser más cordiales.

La “doctrina subalterna” que acompaña la redefinición estratégica global no goza de gran consenso en los círculos militares latinoamericanos. Surgieron sarpullidos nacionalistas. ¿Ésa sería la razón por la cual se multiplica la presencia en nuestros mares de naves de gran porte pertenecientes al Comando Sur del ejército yanqui para “contribuir a la estabilidad y seguridad regional”?

Las señales de que se acerca un nuevo periodo de disciplinamiento son evidentes. Según la literatura especializada, altos oficiales navales de algunas naciones del Mercosur intentaron mascullar su inconformidad cuando se les notificó de los cambios en el régimen de vigilancia de sus fronteras y de la navegabilidad en los ríos que conforman la Cuenca del Plata. 

Con premura -cuenta la literatura especializada- se acalló el chismorreo. Se habría hecho cuando se conocían manuales de instrucción que explicaban como una novedad teórica la doctrina de las nuevas amenazas ante el recalentamiento de las fronteras por el crecimiento del terrorismo global, el crimen organizado transnacional y el narcotráfico. Peligros graves, según se avisa, porque han reemplazado al Estado en sus funciones esenciales. 

Otros expertos en materia de defensa y política internacional insisten en afirmar que el Pentágono exige dejar atrás la tradicional división entre seguridad interna y externa; entre las labores policiales y de las fuerzas armadas intercambiando experiencias y datos de inteligencia. 

Experiencia que ha tenido idas y vueltas, fracasos notables y éxitos relativos como ocurrió en 2008.con el llamado “Plan México” que reprodujo en un todo el “Plan Colombia” del año 2000, que debía ser el instrumento idóneo para derrotar el narcotráfico y acabar con sus vínculos con las diversas agrupaciones guerrilleras y parapoliciales. 

Esa idea del comando conjunto y la unidad en la acción tuvo su prueba de fuego en Brasil, cuando se decidió avanzar sobre las favelas y no dar cuartel al combate contra los narcotraficantes que habían desarrollado un poder de fuego similar o superior al de las policías estaduales.

¿Los candidatos a la presidencia de Estados Unidos serán capaces de sincerar sus planes continentales? ¿La prepotencia de Trump sumará nuevos enfrentamientos en la región? La incógnita es Kamala Harris. ¿Será capaz de frenar el avance de la derecha radical y el militarismo en el continente? Antes, la Convención Nacional Demócrata, debe ratificar la candidatura de La Mujer Maravilla. 

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