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Dolor, muerte y violencia en el Campo de Marte

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El infierno tan temido está aquí y ahora. Un orate decidió que el mundo, una vez más, esté al borde del estallido de una guerra, esta vez global.

¿Quién ordenó al jefe del Batallón Vostok que disparara el misil tierra-aire que hizo estallar en mil pedazos el vuelo MH17 de Malasya Airlines con 298 personas a bordo?

Esa pregunta permanecerá sin respuesta. Seremos testigos de un constante flujo de acusaciones entre los contenedores de una guerra fratricida.

Aunque sabemos que, sea quien fuere el responsable, celebró la muerte y brindó por ello. Como celebraron, como siempre, los mercaderes de la muerte mientras lamentan en tono quejumbroso “los efectos colaterales no queridos” que causan el fuego de la metralla y los bombardeos.

Las reacciones -ante la tragedia- de todos los gobiernos, incluido el argentino, y de los organismos internacionales, fueron de una hipocresía sin límites. Traslucen un profundo desprecio por la condición humana y avisan a los desprevenidos de siempre que no responden a los intereses de sus pueblos sino a los de sus verdaderos mandantes y que están dispuestos a exterminar a quienes osen oponerse a sus nefastos dicterios.

Los romanos, maestros en el arte de la guerra y de la simulación, no sólo fundaron el más grande imperio de que se tenga memoria, sino que sentaron las bases de la filosofía de la guerra. Su vis pacen, para bellum (“si quieres la paz, prepárate para la guerra”) fue la mayor contribución a la justificación ética del militarismo. Y el debate se realimentó a lo largo de los siglos.

Por este tiempo, el rumano Edward N. Luttwat, quien fue consultor, en EEUU, de la Oficina del secretario de Defensa, del Consejo de Seguridad Nacional, del Departamento de Estado, de la Marina, el Ejército, la Fuerza Aérea, y de varios ministros de Defensa de la OTAN, anota:

“Desgastado por el uso excesivo, el proverbio romano ha perdido la capacidad de estimular nuestra imaginación. Pero sin embargo es precisamente su banalidad lo que lo hace revelador. La declaración es paradójica porque presenta una flagrante contradicción, como si fuera una proposición absolutamente lógica, algo que no esperaríamos de una mera banalidad”.

El culto a Marte -el dios de la guerra romano- es mucho más fuerte y vigoroso que la suma del poderío del dios de los cristianos, los judíos y mahometanos. No necesita de estructuras y de pontífices. Sus adoradores, que se suman por millones, celebran verdaderas orgías de sangre. Gaza, por estas horas, simboliza la inmolación de un pueblo en un el altar en el cual la paz y el hombre son las víctimas propiciatorias. Concelebran esa misa sacrílega asesinos, sólo asesinos que no se diferencian de otros miles, millones, que andan sueltos por el mundo desplegando odio y terror.

Nos develaba encontrar el catecismo en el cual estos sicarios, estos homicidas, fundan su fe. Mientras revolvíamos nuestro archivo se hizo la luz. La diputada del parlamento israelí Ayelet Shaked decidió echarnos un pial. En su página de Facebook, el 7 de julio pasado publicó su mirada en torno al conflicto palestino-israelí. Para ella es imperioso matar a las madres de todos los terroristas palestinos porque dan a luz a “pequeñas serpientes”. “Tienen que morir y sus casas deben ser demolidas. Ellos son nuestros enemigos y nuestras manos deberían estar manchadas de su sangre. Incluso las madres de los mártires, que los envían al infierno con flores y besos.

Nada sería más justo que siguieran sus pasos (…) Deberían desaparecer junto a sus hogares, donde criaron estas serpientes. De lo contrario, criarán más pequeñas serpientes”.

La humanidad por estos días espera las respuestas que no llegan. Los organismos internacionales, una vez más, no han encontrado las formas de prevenir las guerras. Las preguntas se suman. Son cerca de una centena. Intentar sintetizarlas sería una insensatez porque cada una de ellas reclama un tratamiento especial.

¿No será tiempo de que los dirigentes de las religiones mesiánicas sinceren su rol y se reconozcan como agentes del caos y la muerte? ¿Cuánto incide en la decisión de los gobiernos de ir a enfrentamientos armados el dominio de los yacimientos de gas y petróleo que esperan ser explotados frente a la profundización de la crisis energética?

Si estamos convencidos de que formamos parte activa de una sociedad que promueve valores democráticos y procura la ampliación de derechos: ¿por qué razón, desde todos los ámbitos -en especial los medios de comunicación- se promueve la guerra, la violencia y la destrucción del oponente? ¿Hace falta que señalemos a esos personeros del odio?

Consecuentes con esa idea, los gobiernos locales, con meros fines recaudatorios, hacen su aporte a la confusión general. Autorizan el funcionamiento de locales y espacios al aire libre donde se simulan ejercicios de adiestramiento militares y juegos de guerra.

Sin que nadie se responsabilice, esos maniáticos, expertos en seguridad y protección personal -como gustan llamarse-, transfieren su locura al espacio público apaleando a niños, jóvenes y adultos, por no responder a un presunto modelo humano encuadrado en un supuesto modelo de superioridad racial, que es visto con ojos admirativos por la sociedad política.

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