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Del debate por venir y las prácticas dialógicas (I)

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 Por Alejandra Ruiz*

¡Hasta dentro de cuatro años… gracias!! Con estas palabras se cerró en 2015 el tan esperado debate entre los candidatos presidenciales, con la implícita promesa de que volvería a realizarse en cuatro años, y sirvió entonces para titular nuestro artículo en esta columna aquel año. Y aquí estamos, casi en tiempo, nuevamente, de ser espectadores de un próximo encuentro que motiva problematizar sobe qué sucedió. Veamos algunos aspectos:
La ley 27337/16, que modifica el capítulo IV bis de la ley 19945 y modificatorias, Código Nacional Electoral y el reciente decreto reglamentario 429/19, dispone la obligatoriedad de los debates y ésta es para todos los candidatos a presidente que hayan superado 1,5% de los votos en las PASO. Que sea obligatorio es todo un dato, ya que a la luz de nuestras prácticas políticas muchas veces se opta por no aceptar el convite. Sobre todo,
contendientes que tienen sondeos con alta ventaja.

Que sean posiblemente dos instancias en un eventual balotaje, es una oportunidad para conocer más los temas que nos interesan a los ciudadanos mediante las propuestas de los aspirantes expresados en primera persona y expuestos tanto en modo discursivo oral como en su comunicación no verbal. Palabras, gestualidad, emoción, propuestas… y el componente indescifrable que a veces inclina al electorado en un sentido u otro. Cara o cruz.
Y, no menos importante, su regulación en lo que hace a temas, espacios y moderación. Un interesante avance, aunque no exento de polémica. Por ejemplo, en cuanto a la asignación de tiempo en los espacios gratuitos en medios audiovisuales que hizo el decreto nombrado ut supra. También es destacable que la Cámara Nacional Electoral sea asesorada, en lo atinente a reglas para la ejecución del debate, por organizaciones académicas y de la sociedad civil –“comprometidas con la promoción de los valores democráticos” según texto del art 5 de la ley 27337”-. Para ello debe convocar a una audiencia cuyo objetivo es lograr consensuar el reglamento para su realización y luego hacer público el resultado.

El debate entonces se espera que contribuya a un voto más informado y, por qué no, a un mayor seguimiento de las promesas electorales. Y confieso que entonces y ahora, siempre con la expectativa intacta, el análisis para esta columna tiene que ver también con lo que transcurre en lo que podríamos llamar “el entre tanto”. ¿Qué sucede con las prácticas conversacionales para la participación ciudadana entre períodos eleccionarios? Decíamos que aquél, el debate, era una interesante novedad para nuestras aún jóvenes prácticas democráticas. Saludable y deseable… pero insuficiente. Necesita ser retroalimentado. Quizás esa posibilidad la veamos reflejada en los temarios de las instancias por venir en este año electoral.
Fundamentamos, al recordar desde el punto de vista teórico, que los debates se desarrollan bajo paradigma adversarial, útil para resaltar las cualidades, propuestas, diferencias entre oponentes y favorecer la decisión del elector. Pero, entonces y ahora, la cuestión central pasa por los espacios de diálogo que deben instrumentarse para la participación de manera más continua.
Como ya hemos mencionado en este mismo espacio, participar implica la gestión de intereses diferentes que tienen la carga de potenciales conflictos De allí la necesidad de manejarlos constructivamente, y abrir un importante campo a la resolución de los mismos.

Las prácticas dialógicas se desenvuelven en paradigma colaborativo y aunque son muchos los actores políticos y sociales que propugnan su valor, aún se presenta como escaso y fragmentario. Inmediatamente surge la necesidad de pensar la visión que asocia los paradigmas confrontativos/colaborativos en la cultura de una sociedad. ¿Cómo es vista la decisión por consenso? ¿Se asocia a fortaleza o a debilidad? ¿Qué imaginario representa mejor la idea de poder para determinada sociedad?
¿Qué valor se asigna a la autorresponsabilidad en la constitución de los conflictos y, por tanto, en el poder de cada actor social para contribuir a la autocomposición, a la construcción de consensos? El mediador es esencialmente un preguntador. Interpela a las partes, a sus relatos, a sus percepciones. ¿Cuánto puede contribuir al arduo trabajo de reducir lo adversarial y encontrar puntos de interés común en estos conflictos también? (continuará…)

(*) Licenciada Ciencia Política-Mediadora-Docente-Investigadora UCC

Comentarios 1

  1. Raúl FREIRE says:

    Coincido con su análisis Lic. Ruiz en el sentido de que las prácticas dialógicas,consensos,debates,etc. fortalezen la democracia y la vida y protagonismo de los partidos políticos en lo macro y colaboran asimismo fuertemente con la reflexión del votante en lo micro. Tal vez,y este es mi humilde aporte,debiera dársele un rango de mayor jerarquia en términos de responsabilidad inhabilitante futura al que en esas prácticas como el debate realize promesas de gobierno luego no cumplidas durante el ejercicio de la gestión porque sino el debate se transforma en un campeonato de quién promete más y mejor y de ese modo un debate rico en ideas se transforma en una puja de lamentables ilusionistas de la opinión pública. El enriquecimiento del sistema democrático y dentro de él el sistema electoral debe ser un objetivo permanente si pretendemos calidad en los representantes y claridad en los representados.

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