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Crisis internacional: ¿escollo u oportunidad para la integración regional?

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Por Jorge Marchini / Centro de Investigación y Gestión de la Economía Solidaria 

Las experiencias de integración de América Latina deben ser comprendidas como propósitos de inserción, complementación y posicionamiento común dentro de la región y hacia el mundo. Los acontecimientos históricos que han contextualizado cada una de sus modalidades han respondido a estrategias formuladas desde distintas concepciones y a las oportunidades o posibilidades que vislumbraron en cada momento los países, tanto individualmente como en conjunto.

La crisis internacional actual está generando tensiones y ajustes económicos y sociales profundos que dan lugar al cuestionamiento de la concepción prevalente en las últimas décadas favorable a relaciones internacionales regidas por libres movimientos financieros y de mercaderías. En este contexto, América Latina vuelve a evocar al regionalismo sustentando la idea de cooperación como una herramienta de vital importancia para afrontar desafíos históricos. Nuevas circunstancias que llaman a repensar esta estrategia ya no sólo como una instancia para sostener y complementar esfuerzos de crecimiento económico sino como herramienta esencial para encarar en forma común y complementaria los desafíos de un período histórico de enormes cambios e incertidumbre.

En esta perspectiva, deben ser reconocidas en particular nuevas tendencias en las relaciones económicas:

a) Se están produciendo cambios estructurales en las condiciones y las relaciones económicas Norte-Sur, previéndose la continuidad de un menor dinamismo de grandes economías del norte (EEUU, Europa) las cuales, por la propia crisis, están dejando de ser motores y centros dinámicos prevalentes de la economía y las finanzas mundiales.

b) Se observa una creciente significación de los vínculos sur-sur como vía alternativa para afrontar nuevos retos y protegerse de las consecuencias de la crisis mundial.

c) Existe un debate abierto, con posiciones opuestas, en relación con la vulnerabilidad de las economías regionales a la crisis internacional tanto por las perspectivas de precios y demandas de los productos de exportación como por la incertidumbre e inestabilidad existente en los movimientos de capitales.

d) Aun con políticas económicas diferenciadas se manifiesta una progresiva conciencia en América Latina de la necesidad de una mayor solidaridad y complementación que contemple desafíos comunes de desarrollo, tratando de no repetir errores, limitaciones o frustraciones del pasado.

e) Se expresa la preocupación común en que el avance de instancias de unidad regional o subregional sea perceptible y no únicamente declarativo o planteado sólo como una aspiración de largo plazo.

f) Tiende a reconocerse el peligro que políticas y acciones autónomas conlleven mayores desequilibrios y tensiones, y que es preciso afrontar cambios inciertos en la economía mundial fortaleciendo la unidad regional.

En el proceso de construcción y desarrollo de un proceso de integración regional, las sociedades deben en forma recurrente afrontar y responder interrogantes básicos:

I) ¿Cuáles son los países que deben ser incluidos como miembros del grupo regional?

II) ¿Cuál será la política del grupo regional en las relaciones intra y extrarregionales?

III) ¿Cuán profunda debe ser la integración regional?

IV) ¿Qué grado de extensión debe alcanzar el proceso de integración o qué áreas políticas, económicas, institucionales y culturales debe incluir?
De todas formas, la integración regional debe ser comprendida también como un paso hacia una mayor integración armónica y no descompensada con la economía mundial mediante:

I. Efectos de mayor escala y competitividad. Un mercado ampliado abre la posibilidad de establecer economías de escala y generar una mayor interrelación entre oferentes y demandantes, ponderando mayor eficiencia y transferencias de tecnología. De todas formas, tal como lo demuestra la dura experiencia europea actual, de no atenderse activamente y preventivamente las asimetrías entre países (ej., entre grandes y pequeños, aquellos dotados con recursos naturales en relación con los que no los tienen, los más industrializados y/o con menor nivel de infraestructura en relación con los más atrasados, etcétera) con políticas activas que apunten a prevenir desequilibrios crónicos de balanzas de pagos, puede rápidamente romperse el sustento económico y político para la integración. La vinculación interregional no puede dejarse librada a la simple liberalización de mercados -ya que ésta puede ahondar aún las diferencias existentes por espejo de diferenciales de productividad y competitividad previas- sino que requiere acciones públicas activas y marcos estables, efectivos y creíbles para la armonización de políticas, normas y acciones entre países y sectores.

II. Efectos en el comercio y la localización. Un mercado unificado más grande e integrado puede ayudar a la reducción de costos y ampliar el espectro de bienes y servicios accesibles para los pueblos, pero para ello se requiere conciliar normativas y reconocer la existencia de particularidades y derivados multiplicados económicos, políticos y sociales.

III. Efectos en los flujos financieros tanto intrarregionales como con relación a terceros países. Ello convoca también, por su alta sensibilidad, a la complementación y cooperación regional. En tal sentido, deben reconocerse los peligros potenciales de conflictos por la introducción unilateral de «devaluaciones competitivas», la falta de coordinación en el manejo de los movimientos de capitales y los peligros de contagio de dificultades coyunturales en un país hacia toda la región. El debate abierto por una Nueva Arquitectura Financiera regional (ej., Banco del Sur, Fondo del Sur, intercambios con monedas locales y/o canastas de monedas -SUCRE- ) debe ser centralmente comprendido en esta perspectiva. Entre otros desafíos centrales que deben ser considerados pueden mencionarse:

1. La alta inestabilidad financiera y monetaria internacional que conlleva alteraciones muy rápidas en las condiciones de competitividad y/o complementación económica entre los países (cambios de precios relativos, alteración y disputas por tipos de cambio, diferenciales de tasas de interés, cambios inciertos de políticas ante dificultades en balanzas de pagos, etcétera).

2. La existencia de condiciones, posiciones y dinámicas políticas distintas entre los países, pudiendo llevar a superponer o frustrar iniciativas y esfuerzos integradores, o a quedar éstos sólo planteados como expresiones de deseo, sin resultados concretos y sensibles en relación con expectativas o promesas ambiguas.

3. La necesidad de centrar la atención en la existencia de significativas asimetrías entre los países debido a diferencias de magnitud relativa de las economías y distinta dotación de recursos naturales, humanos, de infraestructura e industriales. Éstas no pueden ser superadas sólo mediante la liberalización comercial sino, tal como lo demuestra la reciente dramática experiencia europea, deben ser afrontadas con políticas activas y concertadas en un marco permanente de negociación y atención de condiciones generales y desenvolvimientos sectoriales y locales, de forma que los desequilibrios crónicos no vulneren estructuralmente los procesos de integración.

4. El reconocimiento de las existencia de un proceso mudial en marcha de grandes cambios geopolíticos, que pueden generar alteraciones insospechadas en las relaciones internacionales y regionales. Ello requiere también de consensos prioritarios básicos y posiciones comunes ante organismos multilaterles, negociaciones y foros internacionales que no sea alterado en relación con distintas instancias, interlocutores y prioridades circunstanciales de participación de cada uno de los países.

Las tendencias a un «sálvese quien pueda» de un período altamente inestable de la economía mundial no deben ser motivo para disminuir o desarticular el impulso integrador. Por el contrario, es aún más necesario indagar alternativas para la complementación y unidad regional. Esta necesidad debe ser fortalecida no sólo como herramienta de salvaguarda común ante la incertidumbre de un mundo cambiante que plantea nuevas condiciones, acechanzas y oportunidades para América Latina sino -y sobre todo- como camino para impulsar un modelo de desarrollo alternativo complementario, sustentable y socialmente inclusivo. Los desafíos son enormes pero es imprescindible afrontarlos.

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