Los Balcanes ocupan, desde los comienzos de la civilización, un lugar destacado en el mapa de la violencia racial y de las guerras. Ocultados por la trascendencia de otras noticias o la arbitrariedad de los editores de las grandes cadenas, desaparecen, periódicamente, de los medios de comunicación hasta que un hecho de magnitud les lleva a los grandes titulares.
Por la ruta de los Balcanes han transitado todos los conquistadores de Eurasia. Sin orden ni concierto, anotamos el paso de egipcios, asirios, caldeos, fenicios, griegos, macedonios y romanos; las huestes de los cruzados y otomanos que justificaban las matanzas por la posesión del Santo Sepulcro y de la ciudad de Jerusalén.
Fue escenario, en los tiempos modernos, de las guerras que, sin solución de continuidad, enfrentaron -entre 1876 y 1913- a serbios, turcos, albaneses, griegos, rusos, búlgaros, rumanos, macedonios y montenegrinos.
El siglo XX le reservó a la región épicas batallas en la Primera y la Segunda Guerra Mundial y, tras la implosión de la Unión Soviética, se desangró en otras guerras regionales cuyos protagonistas buscaban recuperar sus fronteras históricas, que habían desaparecido a manos de potencias hegemónicas.
Nuestros queridos amigos Jadranko Krešimir y su mujer Valerija -quienes visitaron Córdoba a comienzos de 1992- han alertado sobre la tragedia en curso. La frontera entre Bosnia-Herzegovina y Croacia ha perdido aquel status humanitario que permitía que, en la zona de nadie, trabajaran en relativa tranquilidad miles de voluntarios, protegiendo el descanso de los migrantes -por lo general afganos, sirios e iraquíes- que marchan, esperanzados, hacia la Unión Europea (UE).
Turquía, Grecia, Macedonia del Norte, Serbia, Croacia y Hungría, entre otros países, han levantado muros y campos de concentración, donde mueren por hambre y covid-19 miles de seres humanos que no figuran en la contabilidad de la pandemia.
Nuestros amigos acaban de ser liberados de una cárcel bosnia. No fueron una excepción. Habían sido capturados cuando lideraban un convoy con agua, alimentos, ropa y medicinas con destino a dos campamentos de frontera, organizados bajo la responsabilidad de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y del Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados (Acnur), que no fueron custodiados por los Cascos Azules, según el acuerdo primigenio.
El éxito relativo de las negociaciones entre la Unión Europea (UE) y Turquía modificó en parte el paisaje. Ankara ha dejado de ejercer como Estado guardián de las fronteras europeas y su presidente Recep Tayyip Erdogan ha proclamado una política de fronteras abiertas como forma de presión sobre la UE. Por otro lado, han aumentado las llegadas irregulares a las costas griegas. A la lentitud y el colapso del sistema de asilo en Grecia se ha sumado el hacinamiento, la insalubridad y la inseguridad en los campos de refugiados.
Estos hechos ponen de manifiesto que las políticas de contención (dentro y fuera de la UE) no funcionan y que cualquier política migratoria que pretenda ser efectiva debe tomar en consideración las vidas de los que quedan en los márgenes de las caravanas.
Después del acuerdo alcanzado en 2016 entre la UE y Turquía, la ruta quedó oficialmente “cerrada”. Al mismo tiempo, Hungría empezó a reforzar sus efectivos de seguridad en su frontera sur. A raíz de todo ello, los refugiados -con la encomiable ayuda de las mafias lugareñas- encontraron una nueva ruta a través de Bosnia-Herzegovina.
No es necesario transformarse en un experto en estadísticas para comprender la magnitud de la tragedia. Datos obtenidos de fuentes irreprochables aseguran que, desde enero de 2018 a diciembre de 2020, han llegado a Bosnia alrededor de 70 mil personas. ¿Quién será capaz de contar la dinámica interna de esos campos de concentración para entender que de esa masa de desesperados sólo se hayan registrado 244 solicitudes de asilo político y apenas una persona lo haya obtenido?
Ante tal situación, los exploradores de la desesperación continúan buscando nuevas vías de escape. La UE endureció sus fronteras y cruzar a Croacia se ha vuelto extremadamente difícil. Activistas, voluntarios y organizaciones internacionales han documentado miles de casos de “devoluciones” sumarias ilegales efectuadas por la policía croata, a menudo acompañadas de violencia, o han desaparecido en manos de las redes de trata de personas para que terminen sus días en los lupanares del Mediterráneo, el mar Rojo y el océano Indico.
Al tiempo que el número de migrantes atrapados en Bosnia-Herzegovina ha aumentado, también lo ha hecho la hostilidad hacia ellos y hacia quienes les ayudan. “Se ha producido un auténtico cambio en el discurso político y en la opinión pública con relación a los migrantes”, señala Nicola Bay, vocero de la organización humanitaria Danish Refugee Council. “El cambio ha sido bastante notable en términos mediáticos”, declaró en una entrevista por Skype con Equal Times.
En la práctica, esto se traduce en la aplicación de duras restricciones por parte de las autoridades locales cuando se intenta ayudar a los migrantes fuera de los campamentos.
A finales de septiembre de 2020, cientos de refugiados se quedaron sin hogar después de que las autoridades de Una-Sana cerraron el campamento de Bira, que tenía capacidad para albergar a 1.500 personas en Bihać, la principal ciudad de la zona. Las autoridades también han amenazado con cerrar el campamento de Miral, en Velika Kladuša, con capacidad para albergar a 1.000 personas.
En diciembre de 2020, cuando se cerró el campamento de Lipa -un asentamiento temporal abierto en abril de 2020 para albergar a refugiados durante la crisis del coronavirus-, más de mil personas tuvieron que dormir a la intemperie a consecuencia de un desacuerdo entre el gobierno nacional y las autoridades locales sobre quién debía acoger a los refugiados.
En el pasado enero, la Comisión Europea prometió otros 3,5 millones de euros en concepto de ayuda humanitaria para los refugiados, con provisiones y asistencia de emergencia en Bosnia-Herzegovina. La UE también instó a las autoridades bosnias a reconstruir el campamento de Lipa, denunciando que las condiciones de los refugiados en el país eran “inaceptables”.
Esto ha dado lugar a un creciente discurso antiinmigración, que se intensificó en el período previo a las elecciones locales del 15 de noviembre de 2020. Uno de los candidatos a la alcaldía de Una-Sana, Sej Ramić, centró toda su campaña en torno a la retórica antiinmigrante.
Ramić es uno de los administradores del grupo de Facebook “¡Alto a la invasión de inmigrantes! Asociación de ciudadanos de Bihać”, que cuenta con más de 10.000 miembros y publica discursos de odio dirigidos a los migrantes y los refugiados. También apunta a los voluntarios y activistas, publicando fotos e información personal entreveradas con insultos e “invitaciones a darles una lección”.
En este grupo como en otros similares se publicaron fotos de Bihorać Odobašić, quien afirma haber sido insultada mientras caminaba por el centro de la ciudad y víctima de una agresión física, en septiembre. Aunque consiguió salir ilesa, fue directamente a la policía para denunciar el incidente. “La policía me dijo que no había pruebas de mis alegaciones”, recuerda; se le aconsejó que retirara la denuncia.
Al otro lado de la frontera, en Croacia, los voluntarios que ayudan a los refugiados han sido blancos de las autoridades. “Todo empezó cuando incluimos en la agenda ciudadana el tema de las devoluciones en caliente y la violencia policial. Se intensificó tras la muerte de una niña de seis años que fue devuelta en caliente, y de forma ilegal, a Serbia con su familia”, explica Ana Ćuća, del Centre for Peace Studies (CMS, por sus siglas en croata), con sede en Zagreb, una de las organizaciones que llevan más de una década apoyando a los refugiados y a los solicitantes de asilo.
Hasta aquí este relato que muy pronto continuará…