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Crece la tensión en el este de Europa

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Las circunstancias políticas, las urgencias de lo doméstico, hacen que los gobernantes -siempre- confundan lo urgente con lo importante. Cuando ello ocurre, cuando sólo tienen en el horizonte el resultado de las próximas elecciones y su posición en el nuevo gobierno, con seguridad, llevan sus naciones al descalabro y a sus pueblos al hambre y la miseria. Los ejemplos no hay que buscarlos demasiado lejos. Están a nuestro frente, a la vuelta de cada esquina, a lo largo y ancho de nuestro continente.

Esta vez, sin embargo, no nos referiremos a la tragedia latinoamericana. Detendremos la mirada en la suerte de la Europa comunitaria y las naciones que la componen. Nadie hizo caso a las señales que enviaba la sociedad que veía hipotecada su esperanza. Fue tanta la soberbia de unos y la sumisión de otros a los organismos multilaterales de crédito que hicieron oídos sordos hasta de las advertencias del italiano Romano Prodi. Quien, desde su alto sitial de Comisario de la Comisión Europea -leyendo la historia del viejo continente- indica que la mayoría de las familias políticas contemporáneas son hijas de las grandes guerras religiosas que, enmascaradas o no, caracterizaron al siglo XX, llevaran a la debacle a la añosa Europa.

Esencialmente porque albergan sentimientos de venganza que obstruyen la razón y les causa una grave minusvalía para comprender los desafíos del presente siglo y los despertares fundamentalistas que ellos mismos han sembrado a destajo y que sirvieron de germen de la actual situación política, económica y militar. Ellos fueron los que hicieron estallar por los aires a la Europa Comunitaria, destruyeron el Estado de Bienestar, abrieron las puertas a las persecuciones raciales y a la xenofobia mientras pulverizaron el sistema de partidos políticos -esenciales de la democracia- para dar paso a formas que priorizan el enfrentamiento a los acuerdos, marcando el comienzo de una marcha sin retorno hacia el abismo.

La derecha europea, en su locura mesiánica, auspició el crecimiento político de Vladimir Putin y le convocó a ser su líder. Era -¿es?- el modelo a seguir. Los arrepentimientos tardíos comenzaron casi de inmediato. Ocurrió cuando el presidente ruso anunció ante la Duma que Rusia reivindicaba como suyos los antiguos límites del imperio zarista que alcanzó su máximo esplendor durante los reinados de Pedro el Grande y Catalina II. Cobijando bajo su pendón territorios de de tres continentes: Europa, Asia y América del Norte. ¿Se reitera con Putin la misma tragedia que encarno Arthur Neville Chamberlain frente a Adolf Hitler?
Moscú preparó con extremo cuidado su ofensiva. Le llevó, al menos, diez años de incesantes trabajos. La anexión de la Península de Crimea fue, apenas, el primer eslabón de la gran ofensiva. Controlados los pasos marítimos y las rutas del petróleo del mar de Azov, Moscú pone en el centro de la escena sus pretensiones posesorias sobre las regiones rusoparlantes del Este de Ucrania. Se valió de todos los medios a su alcance. Desde exigir el pago por adelantado del gas que provee a Ucrania y a Europa hasta promover la limpieza racial en las regiones en disputa.

Y, por aquello de que si ves las barbas de tu vecino cortar… Estonia, Letonia y Lituania, integrantes del Escudo Báltico -que antes del desmembramiento de la Unión Soviética eran parte integrante- han declarado el alerta máxima ante la creciente agresividad de Rusia en procura de consolidar su influencia regional. Así, en los últimos tiempos, han multiplicado las protestas diplomáticas ante el aumento de la presión militar rusa en su frontera. Tan compleja es la situación que, hace escasos días, el gobierno estoniodenunció que soldados rusos habían secuestrado y torturado a uno de sus “guardafronteras” acusándolo de espionaje.

No es menos grave la situación en Lituania. No esperan una invasión similar a la sucedida en Ucrania. Temen sanciones económicas y el cierre del aprovisionamiento energético que los pondría de rodillas frente al Gran Oso. Comprendieron, además, que no tendrían la capacidad represiva para sofocar un levantamiento popular producto del hambre y el frío.

Reclaman ayuda a Occidente y ésta no llega en cantidad y calidad suficiente. Mientras esto sucede, por estas horas en el Parlamento Lituano se debate una ley por la que se autorizaría al Poder Ejecutivo para que interfiera el ingreso de las señales televisivas rusas que, desde un tiempo a esta parte, promueven el odio y la división en la población, sean o no, rusófonos.

“El veto de Moscú deja además el comercio regional muy tocado, analizan los expertos internacionales del diario español El País. Con productos valorados en 922 millones de euros, dentro de la Unión Europea, Lituania es la principal exportadora agroalimentaria a Rusia. Y algunas de sus empresas de yogures ya han dejado de comprar leche letona porque no los pueden exportar. Estas conexiones revelan que Europa del Este se ordena como una línea de fichas de dominó en la que la caída de una arrastra al resto”.

En tanto, Moldavia -la nación más pobre del continente- Polonia, Hungría, Rumania, Finlandia, Suecia, Noruega y Dinamarca, viven horas de tensión. Serían miles los soldados que marchan a las fronteras. Pese a la orden impartida por sus mandos aguardan noticias.

¿Alemania y Francia se les sumaran? ¿Y Estados Unidos? ¿Bruselas encontrara la forma para contrarrestar la ofensiva del Kremlin? El clima de incertidumbre gana las calles. Algunos partes de prensa avisan que ya existen millones de refugiados presionando en las fronteras y, el invierno, el crudo invierno continental europeo, está llegando…

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