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Córdoba contra la guerra al Paraguay

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“La mayoría del pueblo argentino estaba en contra de la guerra. El ejército hacía levas en el interior para tener soldados para la guerra, pero muchas terminaban en fugas, por lo que debían vigilar los contingentes y aplicar el fusilamiento a los desertores. La política nacional en el interior generaba mucha disconformidad: se acusaba a Mitre de usurpador del gobierno y a sus colaboradores de saqueadores y degolladores” (1)

 Por Ricardo Gustavo Espeja (*) – Exclusivo para Comercio y Justicia

Los cordobeses en su inmensa mayoría compartían este sentimiento, desde el mismo gobernador Luque hasta el último jornalero de los barrios El Abrojal (ya entonces una zona del llamado Pueblo Nuevo) y del aledaño La Bomba (hoy gran parte de Observatorio y una pequeña de Paso de los Andes). En aquel entonces poblados por los así denominados “chinos de ambos sexos (o sea mulatos o zambos mezcla de afroamericano con aborigen), aborígenes e hijos del país, mestizos (aborigen con blanco).

El sector adquirió un notable movimiento comercial porque a partir de 1860 fue el sitio donde llegaban las carretas del sur y de las serranías, por el camino de San Roque, cargadas de vinos, quesos, ponchos; a la vez que también se concentraban allí frutas, legumbres y hortalizas provenientes de las quintas relativamente cercanas (E. Bischoff, Historia de los barrios de Córdoba).
Ese activo movimiento era una gran fuente de informaciones. Así no pasó desapercibido el asedio, la heroica defensa de Paysandú por parte de las tropas oficialistas del presidente Berro (del partido Nacional o Blanco) contra las tropas de Venancio Flores (del partido Liberal o Colorado), con apoyo de Mitre para su desembarco en Gallinal (antes Rincón de las gallinas) y el tremendo bombardeo de la flota brasileña al mando de Tamandaré, cuya consecuencia fue la pérdida de Paysandú y la posterior caída del presidente Berro, aliado a Francisco Solano López.

Pero ha sido sobre todo la gran pedagogía de las hermanas Torres, dos maestras sin título pero que amaban la enseñanza, que en pleno Abrojal, bajo la sombra de un algarrobo, enseñaban a leer, escribir, aritmética e inculcaban a sus alumnos y por ende a sus respectivas familias con otros términos pero con idéntico significado, la opinión que López Jordán le escribió a Urquiza: ”Usted nos llama a combatir al Paraguay. Nunca, general; ése es nuestro amigo. Llámenos a pelear a los porteños y brasileros; estaremos prontos; ésos son nuestros enemigos. Oímos todavía los cañones de Paysandú”.

Rebelión contra la leva
En Mendoza, la policía, con el justificativo de los sueldos atrasados, se amotinó y liberó a los prisioneros del Partido Federal, uno de los cuales fue designado gobernador. Eso ocurrió el 9 de noviembre de 1866.

Mientras tanto en Córdoba el gobernador Luque fue llamado (una forma elegante de sacarlo del medio) a Buenos Aires y dejó como gobernador delegado a Carlos Rosa. Encargado del reclutamiento quedó el ministro de Guerra, Julián Martínez.

Sin embargo, como un poderoso torrente subterráneo corrían las opiniones de los milicianos cordobeses, primero en las barriadas del Abrojal, La Bomba, La Toma y Pueblo Nuevo se oían los gritos “¡Vivan los generales Varela y Sáa! ¡Muera Mitre! ¡Mueran los porteños! ¡Viva el Paraguay!”.

Pronto los gritos resonaron por toda la ciudad y algunos, más osados o con el sentido de dignidad y culto al coraje que caracteriza a nuestro pueblo llano, no vacilaron en tirar a los suboficiales y oficiales que los instruían, escapando luego a las serranías para unirse a las tropas de Juan Sáa en San Luis o de Felipe Varela en La Rioja.

Luengo- inspector general de milicias provinciales– estaba de acuerdo con los milicianos, por sus principios federales y latinoamericanistas, así que el 16 de agosto lanzó una proclama en ese tenor a sus “voluntarios” y detuvo al gobernador delegado, al ministro de Guerra y al juez federal Laspiur. Asumió la gobernación y desconoció la autoridad nacional de Mitre (no a la Nación argentina ni a la Constitución de 1853, pues consideraba que Mitre había traicionado a ambas).

La reacción no tardó en sobrevenir. Así marchó desde Rosario Nicasio Oroño al frente de una tropa de 2.800 efectivos, entre infantería y caballería. Mientras Conesa se les unía desde Villa Nueva con la división Buenos Aires, que contaba con 2.600 soldados. Ante este último, Luengo capituló el 28 de agosto y quedó detenido junto con Pío Achával y otros más. Logró fugarse y unirse a López Jordán y fue uno de los autores materiales del asesinato de Urquiza, por haber traicionado al partido federal del cual era su jefe y contra quien (como muchos otros) tenía gran cantidad de agravios, por parte de Urquiza.

Emilio Mitre fue enviado a Córdoba para encargarse de la leva, pero al llegar a Rosario junto con el contingente salteño, se sublevaron. La mayoría logró huir, no por falta de valor, que harto lo habían demostrado, sino por ser consecuentes con sus convicciones más profundas.
En 1867, el general Arredondo derrotó a los generales Juan Saá y Rodríguez en San Luis, mientras Taboada hizo lo propio con Felipe Varela en la batalla de Pozo de Vargas.

Como mudo testigo de este capítulo de la historia argentina queda en el Archivo General de la Nación la factura de un herrero de Catamarca “Por cuatrocientos grilletes para los voluntarios de la guerra del Paraguay”.

(*) Periodista – Historiador

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