Por Claudia Sciú*
Dentro de los avances científicos actuales, la neurociencia se dedica al estudio del sistema nervioso, habilitando la comprensión del pensamiento, las emociones y el comportamiento de los seres humanos. Nos aporta los conocimientos básicos del funcionamiento cerebral humano, siendo el pensar, sentir y actuar los procesos propios de las personas. Me focalizaré en los emocionales, presentes en situaciones de conflicto. ¿De qué se trata ese proceso? ¿Qué partes de nuestro cerebro están implicadas en las emociones? ¿Cómo interactúan entre ellas? Simplificando, hablamos de “tres cerebros” o “cerebro tripartito”: tres estructuras cerebrales muy bien definidas y de aparición sucesiva en el desarrollo filogenético de las especies. El más antiguo es el reptiliano o “cerebro reptil”, sede de los instintos; lo sucede el cerebro emocional o “cerebro límbico”, sede de las emociones y el cerebro racional o “neocortex”, sede del pensamiento y la toma de decisiones, de última aparición. Los tres están interconectados a nivel neuronal y bioquímico y trabajan juntos de modo sistémico en cada acto de nuestras vidas.
Para la neurociencia, las personas somos seres emocionales que razonamos, asunto que no es menor, dado que estas características de los procesos responden a dos ejes fundamentales. Uno es que compartimos con organismos vivos de menor escala en la especie los “cerebros reptilianos” y el “cerebro límbico”; todos podemos observar que un perrito “siente” más no recuerda, ni habla, ni proyecta, cuestiones propias del neocortex, última formación estructural del cerebro, que habilita el lenguaje, el recuerdo y la futurización, acciones propias del ser humano.
Es decir, en la evolución de la especie desde su inicio y hasta el estadio de mayor desarrollo, las estructuras cerebrales más arcaicas, como el “cerebro reptiliano” y el “cerebro límbico”, permanecen en nuestro sistema nervioso y actúan moldeando nuestras conductas.
El otro eje que abona el axioma de que somos seres emocionales que razonamos, es que los cerebros racional y emocional están en intercambio permanente; tomamos nuestras decisiones a partir de su interrelación, no decidimos sin emoción, pasión, “tripa”, nos movemos siguiendo lo que nos emociona.
Pero frente a ciertas situaciones de estrés, conflicto, amenaza, seguimos reaccionando como si nuestra supervivencia estuviera amenazada y las respuestas conductuales están bajo el influjo del llamado secuestro emocional, resultante de la interrupción de la comunicación entre el “cerebro emocional” y el “racional” activando la comunicación entre el “cerebro emocional” y el “reptiliano”, que impulsan reacciones defensivas de ataque o huida. Estos mecanismos inconscientes hacen que bajo amenaza respondamos tipo “piloto automático”, afectados por el miedo y el enojo.
¿Y qué hacer con esto? Investigaciones recientes demostraron que las emociones son contagiosas, moviéndose entre nosotros sin que seamos conscientes. Los seres humanos estamos neurológicamente cableados para la empatía; así, es difícil sostener un comportamiento confrontativo hacia alguien respetuoso y empático.
Cuando las personas se sienten reconocidas y escuchadas, sus neuronas espejo empiezan a funcionar y responden con comportamientos de escucha, reconocimiento y con el otro. Si el mediador empatiza de manera consciente, alienta a las partes a escucharse y reconocerse habilitando un nuevo paso hacia la resolución del conflicto.
¿Y qué con nosotros? Los mediadores, como personas, no estamos exentos de estas situaciones. Un buen nivel de autoconocimiento en circunstancias personales de conflicto y nuestras propias respuestas “viscerales y primitivas” son fundamentales para nuestra tarea. Debemos reconocer cuando la vivencia personal de un conflicto nos hace reaccionar poniendo en riesgo nuestra supervivencia, aumentando comportamientos competitivos y de lucha, o huida. Y cuando estamos actuando bajo el influjo de la conexión de nuestro “cerebro límbico’ (emoción) y el “reptiliano” (reacción automática), atendiendo a las propias señales del cuerpo, rigidez, calor, tensión muscular, señales previas a la explosión de las emociones, para evitar nuestro propio secuestro emocional, abriendo el paso a establecer conscientemente otras conexiones neuronales.
¿Cómo? “Cableando al cerebro límbico con el cerebro racional” para trascender la respuesta tal como en los albores de la humanidad, cuando el neocortex aún no estaba desarrollado. Al fin y al cabo, trabajamos con métodos alternativos de resolución de conflictos.
¿Alternativos a qué? Desde punto de vista emocional, alternativos a respuestas automáticas e inconscientes de lucha o huida, para que la empatía comience en y con nosotros mismos, y se convierta en un comportamiento consciente e intencionado en nuestra tarea.
Nadie puede dar lo que no tiene, está en cada uno decidir qué cerebros queremos que participen en nuestro propio concierto personal.
* Mediadora, licenciada en Psicología
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