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Con las mujeres nunca más

Por Alicia Migliore*
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Por Alicia Migliore (*)

Ante el incremento de la violencia que tiene como destinatarias y víctimas principales a las mujeres, muchas voces se expresan en la búsqueda de soluciones. Las respuestas pueden ser múltiples y encontrarse en las que proponen quienes se comprometen con este flagelo social, globalizado en el Siglo XXI.
Se reedita de manera inmediata la eterna discusión jurídica: a la frase “hay que agravar las penas” se opone el contrapunto “está probado que las penas no disuaden” y la discusión pierde el eje y naufraga en el debate entre sistemas inquisitivos o garantistas, mientras la violencia no cesa.
Se alzan las siempre lúcidas voces de quienes creen que la educación (o la falta de ella) es la gran herramienta transformadora de los pueblos, y se analizan niveles, edades, contenidos, plazos, proyecciones. Los más osados, apelando a la libertad de cátedra, introducen el tema en el aula; tropiezan con fuertes conceptos sociales que han legitimado desde la antigüedad el uso y abuso de la fuerza sobre las mujeres y los niños, con poder de vida y muerte en las sociedades de fuerte contenido patriarcal.
Otros analizan el rol de los medios de comunicación, que han logrado conmover a todo el orbe ante cada noticia de un hecho acontecido en el más recóndito lugar del mundo. Se preguntan acerca de la conveniencia de difundir las muertes de las mujeres, los modos en que se les quitó la vida, las alertas que dieron cuando temían que ocurriera lo que finalmente ocurrió, los hijos que dejaron o partieron con ellas, ignorando la locura que los conducía a tan trágico destino. Se preguntan por qué temen el efecto “cascada” que, dicen, se produce con la información de los suicidios. Si no se informara ¿disminuirían las muertes de mujeres? es su interrogante. Si no se informara ¿sólo no sabríamos de cada enorme tragedia en cada pequeño mundo? es el nuestro.
También están los que se convierten en abanderados de la causa y organizan marchas, y marchan, munidos de carteles, dramatizando el drama, actuando el dolor, mostrando las secuelas de golpes y cortes con maquillaje adecuado, con pancartas y fotos de las víctimas, atravesando el alma de cada uno que concurre o ve pasar la marcha. Se impulsan campañas para que los grandes referentes deportivos, políticos, científicos, culturales, repudien esta violencia absurda que nos roba mujeres o niños cada día y deja la tragedia en la puerta de casa de cada afecto.
Lo que parece que no pensamos es que todos huimos del sufrimiento. Preferimos olvidar rápidamente para enervar la posibilidad de ser rozados por ese dramático destino.
Involuntariamente la razón cubre la información tremenda que paraliza y anonada y la reemplaza con temas fútiles que no hieren. Y hay una pausa en el dolor social.
Pero la tregua es breve; otra muerte inesperada desnuda que el monstruo esta allí: las mujeres siguen muriendo quemadas, apuñaladas, golpeadas.
Hay, sin embargo, un núcleo que -aunque quiera escapar de esa trampa del dolor y la impotencia- no lo logra. Es la familia directa de cada víctima. Sus amigos. Sus compañeros de trabajo. Sus vecinos. Sus alumnos. Sus deudos. Y esa vida injustamente obturada pasará a ser un recuerdo íntimo. Un proyecto trunco que saltará como interrogante durante toda la existencia de sus deudos. Para la sociedad, será un número, una estadística. Es mucho más fácil y menos doloroso hablar de números que de personas.
Tal vez, en algún momento haya un pronunciamiento judicial, que no significa necesariamente que haya justicia para las víctimas.
Si las mujeres sufrimos los mismos dolores y celebramos las mismas alegrías desde que el mundo es mundo, podremos pensar que cada una de las mujeres es un poco cada una de nosotras, que hemos muerto un poco con ellas aunque aún estemos vivas, y que debemos a ellas un acto de justicia. El que les fue negado: devolver su memoria y su vida que fueron borradas, desaparecidas.
Apelemos a la vida, a instalar espacios de memoria, donde un árbol lleno de flores, de hojas, de frutos, de nidos, sea el testimonio de esa vida que no fue. Que a su sombra el nombre de la víctima interpele a la sociedad, que quienes transiten ese espacio se interroguen, se piensen, se transformen, se conviertan en militantes de la paz y defensores de la vida.
Las mujeres somos capaces de mantener esos espacios de memoria vivos, como mantenemos vivo el fuego del hogar.
Vamos a pedir espacios en nuestros municipios para rendir el homenaje a las que ya no están, plantando un árbol que las nombre. Deseando que llegue rápidamente el día en que no haya que plantar nuevos árboles en memoria de mujeres. Nunca más.

(*) Abogada-Ensayista. Autora del libro La Mujer en Política.

Comentarios 2

  1. Raúl Lemos says:

    Entre todos juntos enarbolemos para todos los tiempos el NUNCA MAS LA VIOLENCIA DE GENERO, es el dolor que agobia, es la sinrazón en ejercicio, es la locura que atropella, son los gritos y susurros que ensordecen, necesito una sociedad comprometida , con la causa del cuidado de la vida, Gracias As ñicia Migliore, por tu claridad y por tu lucha inclaudicable, hagase la paz y la vida, cuidemos a los indefensos!!!!

  2. Patricia Rodriguez says:

    Gracias Alicia Migliore por tus articulos. Felicito la iniciativa de plantar árboles por cada víctima de violencia de género. Las administraciones tienen la obligación de llevar a cabo politicas públicas que gatanticen el ejercicio de nuestros derechos y concienticen a la sociedad sobre esta problemática.

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