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Cómplices del asesinato de Sacco y Vanzetti

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La Historia está cuajada de injusticias. Los Estados, en su necesidad de supervivencia, violan su propio ordenamiento. Olvidan, en función de la razón de Estado, que deben estar al servicio de la comunidad. Ese ejercicio del secretismo hace que los gobiernos, de cualquier color, opten por la mentira sistemática en su afán de pervivir en el poder.

Ése, y no otro, es el cuadro de situación, en el que se inscribe uno de los crímenes de Estado más atroces que se tenga memoria. Nicola Sacco y Bartolomeo Vanzetti fueron asesinados después de haber sido acusados de un crimen que jamás cometieron, tras siete años de juicios amañados y postergaciones injustificadas.

La silla eléctrica no sólo la accionó el verdugo. Participaron de la ejecución el FBI, los partidos Demócrata y Republicano, los medios de comunicación, la iglesia Católica y sus homologas pentecostales, empresarios y comerciantes, entre otros muchos que decían representar el “sano pensamiento de la sociedad norteamericana”. Hasta la mafia, sostén y cómplice necesario del poder, dijo lo suyo. Alfonse Capone, erigido en paradigma moral del capitalismo, ocupa la primera plana de los diarios. Afirma que “El bolcheviquismo golpea a nuestras puertas. Debemos conservar nuestra patria plena, limpia e incorrupta. Debemos alejar a los obreros de la literatura y de los engaños comunistas. Debemos tener la seguridad de que nuestras ciudades permanecerán puras.”

Sacco y Vanzetti sólo cuentan con la solidaridad internacional. Millones de obreros acercan una moneda para sostener el largo y costoso juicio y la tarea de los resistentes en defensa de los inocentes. Campaña que denunció ante el tribunal de la Historia que el principio de igualdad ante la ley ha sido -y es- una falacia. Los jueces no miden con la misma vara a pobres y ricos, a nacionales o extranjeros, etcétera. La injusticia encuentra sus mejores cómplices en los estamentos del Estado. Políticos y jueces tienen las manos tintas en sangre.

Los ejemplos huelgan, por cierto. Sólo basta recorrer el mapa de la guerra y la pobreza para justificar nuestro aserto.

Los servicios de inteligencia hacen su trabajo. Siembran cizaña entre los italianos resistentes. Aprovechaban que los tanos desconocían el idioma inglés y su condición de analfabetos para generar contradicciones. La enorme red de espías, confidentes y alcahuetes no alcanzó para acallar las voces de la protesta. Uptón Sinclair, una de las plumas libertarias más vigorosas, percibió, antes que nadie, la magnitud del problema y dedicó sus mejores esfuerzos a zanjar diferencias; creó un comité de autodefensa obrera, especializado en contrainteligencia que, a poco de andar, desnudó las intenciones criminales del presidente Woodrow Wilson, que fortalece el Ku Klux Klan y le da carta blanca para acabar con la resistencia de los Comités de Solidaridad.

Este homenaje no sería tal si no recogiésemos las palabras de nuestros compañeros. Esta vez será la de Nicola Sacco para espanto de los burgueses que, a lo mejor, las leerán por única vez en su vida: “Cuando yo era chiquito tenía convicciones republicanas, porque suponía que favorecían la educación. Tan pronto como llegué a este país vi que no había nada de lo que en mi imaginación atribuía a América del Norte. Trabajador era en Italia y trabajador soy aquí, con la diferencia de que en los Estados Unidos se exige un trabajo más prolongado y no se cuenta con las facilidades naturales de mi país natal, donde se trabajan siete y ocho horas diarias, con mejores alimentos y sin falsificar. Aquí hay buenos alimentos ¿quién lo duda?, pero son para la gente acomodada. En Italia hay más oportunidad de adquirir con menos dinero los productos de la tierra, como hortalizas frescas.

Cuando, a los 13 años de vivir en América comprobé que no podía vivir en América ni sostener con dignidad una familia, me sentí amargamente deprimido. No podía ahorrar un centavo ni llevar a mi hijo a una escuela para que recibiera una educación apropiada.

Aprendí muchas cosas.

El librepensamiento da a todos los hombres la oportunidad de profesar su propia idea, y no para soterrarla como en España hace siglos, sino para adquirir educación, cultura, tener libertad de palabra y todo lo que es justo y lógico. Veo que ahora me equivoqué. Siempre vi que los mejores nombres, los de más esmerada educación social, eran detenidos, enviados a la cárcel y sepultados allí años y años, como le sucedió a (Eugene) Debs, uno de los hombres más grandes de este país, que está en la cárcel y seguirá preso por el solo delito de ser socialista. Debs sólo pedía que las clases laboriosas disfrutaran de mejores condiciones de vida, se educaran mejor y tuvieran la posibilidad de hacer lo propio con sus hijos (…)

Ninguno de los hijos de los trabajadores puede ir a la universidad. Si un obrero cobra 20 ó 30 dólares semanales, y aunque cobre 80, si tiene cinco hijos no puede enviarlos a Harvard, porque se quedaría sin comer (…) Creo que los hombres han de ser hombres ante todo y vivir como tales, gozando de las primicias de la naturaleza. No somos de ningún país sino pertenecemos al mundo. Amo al pueblo laborioso y abomino la guerra y pendencias. No queremos luchar con armas destructoras. Las madres sufren mucho antes de serlo, siguen sufriendo después porque aumentan las necesidades y, cuando pueden tener compensación y ayuda, llegan los Rockefeller y los Morgan diciendo que la bandera no puede humillarse y se establece otra vez la obligación de matar…”

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