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Cómo la tecnología y los emprendedores “se comerán” casi toda la industria jurídica

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Por Martí Manent (*)

Las prácticas laborales de los abogados «no han cambiado mucho desde los tiempos de Charles Dickens», señalan Richard y Daniel Susskind en su libro El futuro de las profesiones.
No cambiar y conservar el poder es un enigma. ¿Cuál ha sido, pues, la vacuna inyectada en el corazón de la industria legal para protegerse del «tsunami» de la «kodificación»? Tsunami que a tantas industrias ha golpeado.
Quienes se adapten mejor serán los elegidos, reza la filosofía darwiniana; pero, siendo así, ¿sobrevivirá el sector de la abogacía inmune al cambio de la sociedad en los próximos años como si fuese el retrato de Dorian Gray? No. Veamos algunas de las razones.
El poder del lenguaje. La ciencia jurídica es un lenguaje dominado por pocos… hasta ahora. Un lenguaje que está dotado del poder de proteger a las personas. Un instrumento imprescindible para todo ser humano desde que nace hasta que muere.

En cierta medida, ¿quién no ha tenido un contacto con un abogado al menos una vez en su vida? Por otro lado, a esa necesidad se une un cierto monopolio del saber.
El abogado ha almacenado el saber legal como los monasterios centralizaron el saber de la Antigüedad Clásica, porque dominaban la escritura del latín en un mundo, aún, sin imprenta. La distribución de la información gracias a Internet elimina este «coto» privado de conocimiento para los letrados.
La confianza en el otro. Confianza entendida como la seguridad o esperanza firme que alguien tiene en el otro -el abogado- para confiar la resolución de un problema o contienda y dejarlo en sus manos, pudiendo, desde ese momento, dedicarse a otros quehaceres. Esto ha cambiado, ahora quien tiene un problema legal va al «superexperto», consulta a varios especialistas, busca valoraciones online y, sobre todo, profesionalidad. Se ha terminado lo de «lo dejo en tus manos». El cliente cada vez está más informado y espera resultados muy concretos.
El escenario y las herramientas de trabajo. Hay colegios de abogados en Estados Unidos que incluyen un examen de competencias digitales para otorgar la colegiación. Es inconcebible un profesional jurídico que no sepa utilizar las herramientas digitales que dan acceso a datos, información, documentos, etcétera. El mundo ha cambiado; pero el proceso civil o el penal mantienen su fisonomía esencial desde hace décadas; podríamos decir también siglos.
Ahora el análisis de millones de sentencias permiten ver hacia dónde se escoran las resoluciones o sentencias de un juez o tribunal, las sentencias que le gusta citar, etcétera. La forma de escribir una demanda poco o nada ha cambiado en los últimos 40 años; sin embargo, la irrupción de la revolución tecnológica ha transformado profundamente los datos para redactarla.
La pregunta que hemos de formularnos es: ¿Hemos llegado al final del proceso? ¿Podremos seguir diciendo que la industria legal cambiará aún más en un futuro próximo?

La llegada de los outsiders y la mutación del lenguaje
El Derecho está abandonando el scriptorium de los monasterios con destino a «la ciudad inteligente»; al trabajo ágil, al smart working. Al movimiento, frente a la burocracia.
Hay un proceso de traducción del «latín culto», que simbólicamente representaría el lenguaje legal, al lenguaje de las personas (sin conocimiento técnico-jurídico), que deriva de una sociedad «hiperconectada».
Las palabras y grafías mutan en números, en fórmulas matemáticas, en diseño.
El Derecho se contagia de otras disciplinas. Aquí, emprendedores «foráneos» de la industria legal, personas que no son abogados están entrando con servicios que utilizan un lenguaje accesible, directo y orientado al cliente.
La industria legal está cambiando su piel y dejando de ser un lenguaje construido para dialogar sólo con jueces o con otros técnicos de la profesión, para pasar a ser un lenguaje descodificado, human centric y responsivo, en unos casos, y/o computacional y automático, en otros.
La confianza en la tecnología. ¿Necesitamos a una persona de carne y hueso al otro lado de la conversación cuando tenemos un problema de índole legal? Muchas veces fue esa conexión emocional y la capacidad de transmitir el valor de la seguridad las que blindaron a los abogados de los infortunios de otras industrias en las que el factor humano no era esencial y sí el mecánico. Se ensalzó el poder del hombre frente a la máquina.

Sin duda, la automatización hoy es una realidad, indubitada, en el territorio legal. Un chatbot puede resolver un problema a un cliente u orientarlo para que de forma autónoma pueda registrar una marca. ¿Podrá la Inteligencia Artificial sustituir el poder de la confianza? Sí. La gente normal va a Google antes que a un abogado.
El escenario legal, más allá de la realidad física. La escenografía en el mundo legal ha evolucionado. Ha conquistado nuevos territorios. Del juzgado y la sala de reuniones del despacho (ubicado en la milla de oro de una gran ciudad) al social media, a los algoritmos y al teléfono móvil. Hoy la industria legal, en definitiva, se ha convertido en multifacética, pluriprofesional, mutante y llena de oportunidades. Como diría Mario Benedetti, «cuando (en el territorio legal) creíamos que teníamos todas las respuestas, de pronto cambiaron las preguntas».

Las preguntas son distintas porque el paradigma ha cambiado. Hemos de comenzar a imaginar el sistema jurídico, no tanto como una estructura de silos sino como un neural network.
Entender que una función matemática puede cambiar el conjunto del sistema.
Hemos de reflexionar sobre cómo los datos pueden dar respuesta a los retos del sector legal gracias al derrumbe del costo para procesarlos y almacenarlos.
Y mucho más. Sobre todo hablamos de legaltech (tecnología al servicio del derecho) porque un despacho de abogados ya no será otra cosa que una empresa tecnológica. La industria legal ha mutado.
Los clientes esperan nuevos servicios, más eficientes, con un costo más reducido y más rápidos.
Son nuevos tiempos de verdad y cuesta verlos. Nuevos momentos que pueden hacernos olvidar pronto la frase de Susskind, más pronto que tarde.

(*) ElAbogado.com

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