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Comandante Robert, ¡hasta la victoria siempre!

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Los ciudadanos libres del mundo comprometidos con la lucha contra el fascismo estamos transidos por el dolor. Ha llegado la triste noticia de la muerte de José Antonio Alonso Alcalde, el celebérrimo Comandante Robert, en la localidad francesa de Lot-et-Garonne, donde residía. Había nacido el 14 de abril de 1919, en El Entrego, el mayor de los núcleos urbanos que componen la asturiana ciudad de San Martín del Rey Aurelio.
Este hijo de mineros y ferroviarios desde muy joven dio muestras de un profundo compromiso político y social. Responsabilidad que se tradujo en la fundación de bibliotecas, salas de teatro, campos de deportes, mientras exigía el final de la monarquía y la separación de la Iglesia romana del Estado español, actitud que motivó el enojo de la jerarquía eclesiástica que reclamaba, desde los púlpitos, su encarcelamiento.

Instalada la II República Española, fue parte de las Misiones Pedagógicas que tenían como misión esencial “difundir la cultura general, la moderna orientación docente y la educación ciudadana en aldeas, villas y lugares, con especial atención a los intereses espirituales de la población”. Objetivos que reflejaban, en un todo, los motores que habían motivado su militancia temprana.
Se le vio, entonces, trabajar hasta la extenuación en el establecimiento de bibliotecas populares fijas y circulantes; en la organización de foros de lectura y conferencias públicas, sesiones cinematográficas en la que divulgaban vida y costumbres de otros pueblos, los adelantos científicos, sesiones musicales de coros y pequeñas orquestas, y audiciones por radio, junto a exposiciones reducidas de arte a modo de museos circulantes para que el pueblo participara del goce pleno de las emociones estéticas.
Cuando Francisco Franco dio el golpe faccioso de julio de 1936, nuestro querido y admirado José Antonio Alonso no vaciló. Abandonó las Misiones Pedagógicas y se alistó en las milicias republicanas que defendían la legalidad democrática. A lo largo de la guerra civil dio muestras de un coraje sin límites, rayano en la intrepidez. Pero el fragor del combate no le hizo olvidar su compromiso primero. En los descansos del combate, integrando los Milicianos de la Cultura, enseñaba a leer y escribir a sus compañeros. Así lo demostró en el Segre, un frente de combate de más de 300 kilómetros desde la desembocadura del Segre en Mequinensa hasta los Pirineos, que no fue una batalla tradicional sino varias que se fueron sucediendo entre los meses de abril y diciembre de 1938, con la intervención de unos 180.000 soldados por bando.

Ante el derrumbe del frente de guerra republicano emprendió junto a su batallón la retirada cruzando los Pirineos. Estuvo en la retaguardia, resistiendo todos los embates de las tropas franquistas y las ametralladoras de la aviación alemana. Otra vez fue admirado por su coraje. Ya en Francia, desarmados, hambrientos y torturados en el campo de internamiento de Argeles sur Mer y Saint Cyprien, fue destinado a las compañías de trabajo donde participó en la construcción de trincheras y carreteras en la Línea Maginot. Es uno más de los esclavos españoles que el régimen de Vichy, que presidió Philippe Pétain, entregó a Hitler como símbolo de sumisión.
A partir de la invasión nazi huyó con un puñado de amigos de los campos de trabajo. Lo hizo esposado. Fueron diez días atroces. Se incorporó al XIV cuerpo de guerrilleros en la resistencia. En el año 1943 el Partido Comunista lo nombró Jefe del Estado Mayor de la III Brigada de Guerrilleros españoles en el sur de Francia, que ha pasado a la historia por la heroica toma de la ciudad de Foix el día 23 de agosto de 1944, que él dirigió. Intervino también en otros combates claves y memorables como los de Rimont-Prayols y Castelnau-Durban -con los que se selló la total liberación del Departamento del Ariege-.

Después de la derrota del nazismo, los planes del Partido Comunista se centraron en la liberación de España. El comandante Robert se sumó a los guerrilleros que se infiltraron en la tristemente famosa operación del Valle de Arán (reconquista de España), donde se pretendía abrir una cabeza de puente que permitiera instalar el gobierno de la república en el exilio. Los milicianos, mal armados y en alpargatas, serán abandonados a su suerte. Jamás llegaron los pertrechos que se necesitaban. José Antonio Alonso Alcalde señala la traición de los comunistas.
El comandante Robert transita el territorio de la leyenda. Será recordado por siempre como el valiente miliciano que no duda en ocupar su lugar en la primera línea de fuego. Quedarán en la memoria colectiva sus disputas y diferencias con Charles de Gaulle y la dirección del Partido Comunista. Es el modelo, la quintaesencia del anarquista que está dispuesto a dar su vida por la Libertad.
Con él se pierde el genio de una raza de irremplazables que todo revolucionario desea imitar. El comandante Robert, a pesar de que había cumplido 97 años, soñaba con el advenimiento de la III República y el derrumbe de esa monarquía que impuso Franco a los españoles. Hasta los últimos días de su vida se dedicó a despertar la conciencia entre las nuevas generaciones que, al parecer, se muestran obedientes y sumisas al poder.
¡Viva el Comandante Robert! ¡Viva la Libertad!

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