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China y la nueva Ruta de la Seda

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Desde la prehistoria, para el hombre la guerra fue ¿objeto y fin? de su existencia. Su primera conflagración fue contra la naturaleza, que le excedía en poder. Necesito aliados. Imaginó entonces, mediante rituales mágicos y supersticiones, la concurrencia en su ayuda de dioses todopoderosos que han sido el origen de las modernas religiones.
Contemporánea fue la conflagración provocada por la pulsión sexual. El deseo de apropiarse de la mujer del prójimo próximo motivó grandes enfrentamientos y poderosos movimientos migratorios para apropiarse de las mejores regiones de cacería, riberas de mares, ríos, lagos, lagunas para la pesca. Y, luego, llanuras y valles fértiles cuando decidió asentarse definitivamente e iniciar el largo y trabajoso proceso de acumulación capitalista que caracteriza la civilización humana.
El intercambio comercial fue agente dinamizador de la sociedad. Las caravanas adoptan nuevas costumbres y las difunden. A la vez, establecen normas universales que regirían las transacciones comerciales. Imaginamos compleja la construcción de esas tablas de equivalencia y cánones de calidad que, muchas veces, fracasaron y encontraron soluciones en el filo de un puñal o la punta de la espada.

La búsqueda de la universalidad fue, entonces, un mero acto de negocio. A medida que transcurría el tiempo, surgió la necesidad de la creación de tribunales arbitrales, en cuyos fallos -inapelables- está, quizás, el fundamento del derecho internacional que vino a regir las relaciones entre los pueblos allende sus fronteras.
La antigua Ruta de la Seda, esa intrincada red de caminos, calzadas y senderos que permitieron comerciar al imperio chino con el romano, fue el comienzo de una extraordinaria revolución económica, política y cultural. Trama que se extendió entre Asia y Europa, desde la antigua ciudad china de Chan’an (actualmente Xi’an), pasando por Antioquía y Constantinopla y, desde allí, hasta las puertas mismas de la Europa Occidental, alcanzando la península Ibérica en el siglo XV. Para llegar, más tarde, sorteando las inundaciones del Nilo y el desierto, hasta Somalia y Etiopía, en el África Oriental.
Sus diversos ramales cruzan ciudades antaño fabulosas y plenas de misterios y leyendas, como Damasco, Bagdad o Samarkanda, y accidentes geográficos con fama de insuperables, como el macizo del Pamir, con puertos de montaña de 5.000 m de altitud, o los desiertos del Gobi -situado entre el norte de China y el sur de Mongolia- y el de Taklamakán, más grande del Lejano Oriente.
Por esa ruta -anota Erich Kahler en su extraordinaria Historia Universal del Hombre (México, 1946)- han circulado en ambos sentidos mercaderes, soldados y filósofos, es decir, el comercio, la guerra y las ideas. Para el mundo islámico, la ruta supuso una excelente fuente de ingresos que se convirtió en una de las bases de su economía. Para Europa, una sangría porque los productos que llegaban del Oriente lejano se habían tornado insustituibles. Cuestión que generó inmensos dolores de cabeza habida cuenta de que se acrecentaba el déficit de las cuentas públicas.
Ésa fue la razón que obligó a los gobiernos europeos, olvidando temores y leyendas, “lanzarse a la mar” en busca de rutas para abaratar los costos de “las especies, las sedas, el oro y los perfumes” -que subyugaban a los europeos, poco afectos a la higiene-. Carrera que coincidió con la expansión de la navegación oceánica, que no sólo significó cambios en la concepción de las embarcaciones sino también en los planteos de la estrategia política mundial.

Cientos fueron las guerras que se produjeron a lo largo de los siglos en ese largo corredor que unía Oriente con Occidente. Algunos especialistas en cuestiones militares aseguran que las más crueles las protagonizaron chinos, hunos y cientos de tribus nómadas que disputaban el control de la Ruta de la Seda, a la que se sumaron ejércitos de cristianos, budistas y mahometanos que exigían a las caravanas peajes y sumisión.
El decurso del siglo XXI definió nuevos perfiles en las relaciones internacionales. La imprevista aparición de Donald Trump (DT) fortaleció los nacionalismos que intentan encontrar soluciones a los problemas del Estado recurriendo a viejas formular que siempre han terminado en atronadores fracasos, guerras civiles o innecesarios enfrentamientos bélicos con la vecindad. Así, DT, a quien le encanta jugar al villano, ha “declarado la guerra” a toda la humanidad. México, Centroamérica, Europa, China, India y el resto de las naciones del globo figuran en su enloquecida agenda. Ideas que, al parecer, lo hermanan con “el Zar de todas las Rusias”, Vladimir Putin.
Frente a tamaña ruptura del orden internacional, China jugó sus mejores cartas. Presentó -el 14 y 15 de de mayo de 2017, en el Centro de Convenciones del Lago Yanqi, en Pekín- su nueva estrategia mundial, que dio en llamar “La Nueva Ruta de la Seda”, que pretende unir los mercados chinos con los de Asia, África y Europa. Crea, asimismo, un fondo especial para financiar la construcción de vías férreas, carreteras, oleoductos y aeropuertos en aquellas regiones que se consideran claves para recrear el antiguo corredor comercial, por donde transitaban siglos atrás las mercancías de los antiguos reinos de Asia, Europa y Oriente Medio.
Al cerrar la conferencia, el presidente de China, Xi Jinping, proclamó: “Hemos enviado un mensaje positivo al mundo”. Mensaje que, a tenor de la opinión de los expertos, produjo, casi de inmediato, una transformación colosal, “como la que generó el mismo mensaje enviado por China al mundo cuando inauguró la antigua Ruta de la Seda en el siglo I a. C. Basada en el negocio de la seda china, la Ruta de la Seda creó una red eficiente de vías comerciales que cubrió el continente asiático y buena parte de Europa, África y Oceanía. Revolucionó el comercio y se mantuvo durante más de 17 siglos. Los países vieron crecer su prosperidad gracias a una forma de organización de comunicaciones viales que facilitó la circulación, no sólo de la seda china sino de más de 500 manufacturas y mercancías de todo tipo, que dieron lugar a la primera forma de globalización conocida.”, editorializa Enrique Santos Molano, reputado historiador bogotano.

Esta iniciativa causó un nuevo e intenso debate en la II Reunión Ministerial del Foro CELAC-China, en Santiago de Chile, cuando se mencionó por primera vez la inclusión de América como una ruta de cooperación transpacífico. En esa ocasión, el canciller de China, Wang Yi, dijo: “Siendo históricamente una extensión natural de la Ruta Marítima de la Seda, América Latina y el Caribe constituye un importante e imprescindible partícipe en dicha iniciativa.”
Idea que se consolida el 13 de junio cuando Panamá saltó el cerco que históricamente le había impuesto Washington y estableció relaciones diplomáticas y comerciales con la República Popular China. Cuatro días después, firmó 19 acuerdos entre los cuales está un Memorando de Entendimiento de cooperación en el marco de la ‘Ruta de la Seda’ y la iniciativa marítima de la Ruta de la Seda del siglo XXI. De acuerdo con ese memorando, “Panamá se adhiere a la iniciativa china de la Ruta de la Seda, potenciando su rol como la gran conexión con el Canal de Panamá y un posible ferrocarril hasta la frontera occidental.”
El proyecto consiste en un megaplán para el mejoramiento y construcción de infraestructuras para facilitar el comercio de/con China. Para América Latina y el Caribe puede ser una gran oportunidad para reducir sus costos de logística y transporte, al mejorar sus infraestructuras portuarias y de transporte terrestre; para Panamá representa una oportunidad insuperable de realmente transformarse en el hub logístico de América.
¿Y el tan meneado canal interoceánico nicaragüense que se anuncio hace años? Se hundió en la locura y el extravío de Daniel Ortega..

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