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Cannabis: del oscurantismo al acceso a un medicamento seguro

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Por Cristina Ramírez (*)

El andamiaje de la prohibición del cannabis se edificó más sobre bases económicas y políticas que sobre evidencia científica concluyente. Las convenciones del Opio y Estupefacientes, del siglo pasado, estuvieron plagadas de discursos prohibicionistas y de oídos ignorantes que, sin cuestionar, adoptaron una variedad de falacias de autoridad, que tuvieron como consecuencia una serie de imposiciones legales y socioculturales.

La opinión pública fue también cultivada en el miedo y la ignorancia sobre el cannabis, desarrollando una visión negativa sobre el tema que desestimuló la investigación crítica y no permitió vislumbrar la potencialidad de su uso en medicina.

El cambio de paradigma que estamos viviendo acusa varios catalizadores que actuaron con sinergia. Uno de los que más me ha impactado como científica fue el de Charlotte Figi, la niña con síndrome de Dravet, quien sufría casi 300 convulsiones en un período de días y pudo tener por primera vez la posibilidad de mejorar su calidad de vida gracias al cannabis.

El movimiento iniciado en Colorado, EEUU, a partir de este caso, comenzó a despertar el interés científico sobre esta planta, tempranamente estigmatizada como «hierba con sus raíces en el infierno», y podría convertirse en una nueva alternativa impensada para dolencias y patologías severas.

Si bien el cannabis ha tenido otros competidores que nunca dieron una pelea justa, como fueron los compuestos sintéticos (y patentables) de laboratorios que cuentan con la confianza ganada por la trayectoria, no siempre han demostrado ser necesariamente más efectivos que los de origen natural.

Estos fármacos conllevan otras ventajas de peso, como la composición exacta y la confiabilidad en la dosificación. Sin embargo, cuando en algunas patologías la medicina tradicional se quedó sin respuestas (como en el caso de algunas epilepsias refractarias), el cannabis vino a ocupar un espacio que le valió, de mínima, la curiosidad de la comunidad científica y médica para abrir otras puertas relativas al tratamiento de algunas afecciones.

Durante la última década, las publicaciones científicas sobre cannabis sativa se han incrementado exponencialmente y, con ellas, los estudios clínicos y los usos en diversas condiciones.

Todo esto lleva a la reflexión de que estuvimos en presencia de una fuente potencial de medicamentos que hemos sido enseñados a pasar por alto. Fue necesario un largo camino de madurez cultural global para empezar a cuestionar los supuestos (e impuestos) y pedir referencias bibliográficas peer reviewed (revisadas por pares científicos). El derecho al «grado máximo de salud que se pueda lograr» exige un conjunto de criterios sociales que propicie la salud de todas las personas, según asegura la OMS. ¿No es de esperar que le demos, al menos, una oportunidad a investigar el tema por si acaso fuera efectivo en incrementar (o directamente permitir) el goce de dicho derecho?

Quienes hemos comenzado a investigar antes del amparo y reglamentación de nuestra recién nacida ley 27350 sabemos el esfuerzo de trabajar sin acompañamiento de los marcos legales, solamente con la intención de mejorar la calidad de los preparados que precariamente llegaban a la gente. Es por eso que los científicos también celebramos este cambio social.


(*) Farmacéutica. Doctora en Ciencias Químicas. Investigadora del Conicet

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