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Camilo Torres: la magnitud del revolucionario (parte III de IV)

Por Jorge A. Allievi - Exclusivo para Comercio y Justicia
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Jorge Camilo Torres Restrepo, bogotano, nació el 3 de febrero de 1929, en un hogar de familia tradicional colombiana.

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Luego de cursar estudios en el Colegio Alemán y recibirse de bachiller en el Liceo Cervantes, incursionó en la carrera de derecho de la Universidad Nacional de Colombia, en la que rápidamente advirtió de que no tenía vocación, sintiendo afianzada su inclinación religiosa. Por ello, a los seis meses abandonó la universidad e ingresó en el Seminario Conciliar de Bogotá.

La realidad colombiana para esos tiempos, según vimos, era política y socialmente agitada e inestable, con sectores conservadores en el poder, obedientes de los dictados de Estados Unidos y un alto grado de injusticia social. Situación que conmovió marcadamente a Camilo quien, mientras estudiaba en el seminario, comienzaba a inquietarse buscando la forma de transformar esa realidad.

Luego de ordenarse sacerdote (1954), viajó a Bélgica, donde se graduó de sociólogo en la Universidad de Lovaina. El permanente interés de Torres por la situación de su país lo llevó a desarrollar su tesis de grado que tituló: “Una aproximación estadística a la realidad socioeconómica de Bogotá”, la que sería recién publicada en 1987 bajo el título de “La proletarización de Bogotá”.

En Europa tomaría contacto con la Democracia Cristiana, con los sectores obreros cristianos quienes sembraron en él una fuerte inquietud revolucionaria: estando en París conocería grupos de la resistencia argelina que luchaban contra la dominación colonial francesa.

Camilo regresó en 1959 a su tierra natal, donde ejerció la Capellanía de la Universidad Nacional, fundando con Orlando Fals Borda y Eduardo Umaña Luna la Facultad de Sociología. Juntamente con otros intelectuales formó el Movimiento Universitario de Promoción Cultural (Muniproc), que desarrollara trabajos de teoría y praxis en los sectores suburbanos de Bogotá.

Como se puede apreciar, la actividad política y social de Camilo Torres, a esta altura de los acontecimientos, era vasta, en permanente contacto con los distintos segmentos sociales, especialmente con los intelectuales y los proletarios, lo que potenciaba su construcción ideológica.

Estas actividades lo empujarían a un creciente enfrentamiento con la Iglesia oficial, ya que Camilo planteaba para esa hora la necesidad de diálogo y colaboración entre cristianos y marxistas, a tal punto que el cardenal Concha Córdoba llegó a privarlo de todos sus cargos académicos y religiosos, recluyéndolo a una parroquia del barrio. Mas esto no desmoralizó al cura que continuó desarrollando su actividad teórico-práctica, colaborando en investigaciones sociológicas del pueblo colombiano, como en la creación del Instituto Colombiano para la Reforma Agraria (Incora) y de la Escuela Superior de Administración Pública (Esdap).

Para estos tiempos, Camilo se había convertido en un referente social y político de trascendencia. Su ascenso político había sido vertiginoso, convirtiéndose en la esperanza de obreros y campesinos, siempre en la convicción cristiana de que llegar a Cristo en el amor es resistiendo la opresión y la deshumanización. Conferencia tras conferencia en los distintos rincones del país y en forma ininterrumpida pusieron a Camilo Torres rápidamente en la conciencia de los colombianos y como referente de los desposeídos.

Creía fervientemente en el Concilio Vaticano II, pero la presión a la que se sentía sometido lo hizo tomar una decidión sobre el rumbo de su condición revolucionaria y cristiana: decidió, en 1965, separarse del sacerdocio. Hacía un año y medio que se había creado el Ejército de Liberación Nacional (ELN), con quien Camilo tenía coincidencias en cuanto a los fines de la revolución, desde su condición de cristiano, a la que nunca renunció.

En su “Mensaje a los Cristianos” decía: “Yo he dejado los privilegios y deberes del clero, pero no he dejado de ser sacerdote. Creo que me he entregado a la revolución por amor al prójimo (…) Cuando mi prójimo no tenga nada contra mí, cuando haya realizado la revolución, volveré a ofrecer mis misas si Dios me lo permite. Creo que así sigo el mandato de Cristo”.

Esto sintetizó el porqué de su opción de convertirse en un guerrillero, pero lo concretó aún más en el siguiente párrafo de su carta al cardenal de Colombia: “Yo opté por el cristianismo por considerar que en él encontraba la forma pura de servir a mi prójimo. Fui elegido por Cristo para ser sacerdote enteramente motivado por el deseo de entregarme de tiempo completo al amor de mis semejantes.

Como sociólogo he querido que ese amor se vuelva eficaz mediante la técnica y la ciencia. Al analizar la sociedad colombiana me he dado cuenta de la necesidad de una revolución para dar de comer al hambriento, vestir al desnudo y realizar el bienestar de las mayorías de nuestro pueblo.

Estimo que la lucha revolucionaria es una lucha cristiana y sacerdotal. Solamente por ella, en las circunstancias concretas de nuestra patria, podemos realizar el amor que los hombres deben tener a sus prójimos”.

(*) Diplomado en Patrimonio Cultural Latinoamericano – Historiador. Autor de
Juan Bautista Bustos, una aproximación a su figura a través de los documentos.

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