ESCUCHARLas noticias traen acusaciones de todo tipo por el accionar de los servicios secretos de Estados Unidos. Espían, se nos dice, hasta a sus propios aliados, cuyas acciones eran observadas en detalle. Tanto que, ahora, no confían en demasía en las buenas intenciones de sus vecinos y cofrades.
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Todos los servicios secretos merecerían, al menos, una referencia en este breve ensayo, como las acciones de las agencias de análisis de la realidad de los organismos multilaterales. A estos verdaderos ejércitos en las sombras debemos sumar la experiencia de empresas especializadas en espionaje industrial que, según la leyenda, reclutan mercenarios para robar o abortar los proyectos de la competencia porque la batalla por el control de los mercados está tinta en sangre.
El servicio secreto francés, oficialmente conocido como Direction Générale de la Sécurité Extérieure, que tiene dependencia directa del Ministerio de Defensa de Francia, ha demostrado largamente su efectividad. Fue el único miembro de la comunidad de espías que anunció, con mucha antelación, el comienzo de la guerra de Yom Kipur o del Ramadán, que enfrentó a Israel con la alianza estratégica de Egipto y Siria, con la participación de Irak, que implicó la movilización de 1,5 millón de soldados, dejando en el campo de batalla alrededor de 15.000 muertos; dio las primeras noticias -60 días antes- de la invasión a Afganistán por la Unión Soviética y es autora de la Operación Barracuda, que culminó con el derrocamiento del emperador Jean-Bédel Bokassa, que gobernaba la República Centroafricana y lo reemplazó por David Dacko, en una emotiva ceremonia, protegida por miles de bayonetas de los paracaidistas franceses.
El norte de África es uno de los escenarios preferidos de la Direction Générale. Provocó la caída del coronel Muammar al-Kaddafi o Gaddafi, según la grafía de moda, que, en 1969, implantó un régimen autoritario, con lejanos parecidos al socialismo, conocido como Yamahirya –Estado de las masas- que pretendía establecer la participación directa del pueblo en la toma de decisiones. Hoy, una fortísima corriente histórica europea, conmovida por el avance del Islam en el viejo continente y la apropiación de los santuarios católicos, acusa Francia de timorata a la hora de frenar la “invasión” extranjera que atenta contra el “espíritu francés”.
Un enorme capítulo de esta historia pendiente aparece confuso al momento del relato. Está cruzado por la ficción por imperio de los novelistas y el cine norteamericano que solo busca mostrar arquetipos sin matices, tomados como ciertos por la sociedad. El misterio y la confusión crecen alrededor del servicio secreto alemán en tiempos de la Segunda Guerra Mundial. Muchos –demasiados, quizás- lo confunden con las Schutzstaffel o Escuadras de Defensa, conocidas popularmente como las SS. Organización de carácter político militar que, de acuerdo a sus manuales de adoctrinamiento, debía cumplir funciones policiales, de ordenamiento político-racial, seguridad interior y custodia de los prisioneros de cualquier naturaleza. Bajo el mando de Heinrich Himmler, se transformó en una de las más poderosas organizaciones del III Reich.
Los espías alemanes fueron organizados en la Abwehr, -Defensa en castellano-, que reunía en su seno a la totalidad de la inteligencia alemana en el exterior. Su carácter secreto permitió que sobreviviera a las enormes restricciones que le impuso a Berlín, el Tratado de Versalles. De la mano de Hitler –en 1938- se transformó en el Departamento-Oficina de Ultramar en el Alto Mando de las Fuerzas Armadas -Amt Ausland/Abwehr im Oberkommando der Wehrmacht, en alemán-, que se desplegó a lo largo y ancho del mundo. Instala poderosas centrales de comunicaciones en Rio Grande do Sul y en la República Oriental del Uruguay, que le permitía monitorear todo el tráfico naval del Atlántico Sur.
La presencia del almirante Wilhelm Canaris en el mando del servicio secreto significó un salto estratégico. Amplió los horizontes. Con la colaboración de Richard Walther Darré, el argentino Ministro de Agricultura y Abastecimientos, Director de la Oficina de la Raza y Reasentamiento del III Reich y autor de las leyes de la pureza racial contenidas en su libro Sangre y Suelo –que algunos grupos neonazi se lo atribuyen equivocadamente a Hitler-, asocio a sus intereses a importantes miembros de la Iglesia Católica, para monitorear, al detalle, los movimientos de sus enemigos y desarticular los planes de los agentes británicos, franceses y estadounidense.
Se cuenta que los alemanes, a la hora de relanzar su servicio secreto, en 1938, tomaron como modelo el creado por Benito Mussolini con la inestimable colaboración de Winston S. Churchill y el servicio secreto británico, tras el intento de asesinato al líder fascista, ocurrido en Bolonia, el 31 de octubre de 1926, durante el desfile de la Marcha sobre Roma.
La OVRA -Organizzazione per la Vigilanza e la Repressione dell’Antifascismo- fue un modelo de eficacia a la hora de perseguir a los enemigos del régimen y en la construcción de una inmensa red de espías por el mundo, disimulados tras una cadena de hoteles, pensiones y fondas que florecieron, al mismo tiempo, en todo el mundo. Si bien el objetivo de su creación era político militar, OVRA se preocupó, y mucho, por salvaguardar el honor mancillado del macho itálico. Para ello, bajo la dirección médica de Marco Aurelio Placella, erigió ocho grandes clínicas para restaurar la virginidad pérdida de las ardientes italianas.
La altísima calidad de la reparación era tal magnitud que, el marido más vigoroso, tardaba hasta tres noches de arduo combate, para demoler la barrera y colgar, en el balcón, el testimonio de la ansiada desfloración.
