Finalmente el “No” se impuso en el referéndum que buscaba habilitar al binomio Evo Morales-Álvaro García Linera a postularse a una última reelección en 2019. Para abordar una realidad compleja y en buena medida distinta de la nuestra, valgan algunos lineamientos históricos que ayuden a reflejarnos en la realidad de los pueblos vecinos.
En Argentina, la “Campaña del Desierto” y la gran inmigración como brazos armados del ideal de Civilización y Barbarie propuesto por Sarmiento redujeron la vida indígena a niveles proporcionalmente muy bajos. Luego, a partir del trabajo historiográfico de Mitre, se fue imponiendo una identidad más o menos nacional con próceres y gauchos para, finalmente, incorporar la globalización y colgar la alpargata sin mucha dificultad.
El caso de Bolivia es distinto. Aymaras, quechuas y guaraníes componen las mayorías, viviendo en 60% en el campo (aquí es cinco por ciento). Sus memorias son antiguas, la identidad “boliviana” es posterior y en algunos casos más débil que su pertenencia indígena. El Estado no se ha desplegado del todo, no ha construido caminos ni pautas culturales pavimentadas. E incluso han permanecido actividades económicas comunitarias y familiares ajenas a la lógica capitalista de producción.
Sin embargo, la Guerra del Chaco contra el Paraguay con su consecuente intento de exacerbación nacionalista, y el triunfo de la revolución de abril de 1952 generaron un ideario “Nacional-popular” y desarrollista a tono con la época (de Perón), encarnado en Paz Estenssoro y su disputa-vínculo con los trabajadores de la Central Obrera Boliviana, de gran tradición combativa.
Dos caminos entonces: las naciones indígenas, con su cultura y producción, y el Estado boliviano, con las suyas. Caminos entrelazados, nunca paralelos, y con muchos hijos.
El siglo XXI encontró una Bolivia convulsionada. Las llamadas “Guerra del Agua” y “Guerra del Gas”, enormes movilizaciones populares contra las medidas neoliberales en el sector, hicieron huir al presidente Sánchez de Lozada -tan extranjerizado que apenas hablaba español- “en helicóptero”. Pero, a diferencia de nuestro país, las mayorías movilizadas crearon una herramienta política electoral; así el MAS y Morales encarnaron la articulación entre la lucha social y la disputa política, llegando al poder.
Repite García Linera que, antes, en Casa de Gobierno los indígenas abrían las puertas y barrían los pisos; hoy son diputados, senadores, presidente. Un cambio revolucionario para quienes hasta 1952 tenían prohibido pisar la plaza central. Pero Morales no encarna un proyecto indigenista. No va por un solo camino. Forjado en el movimiento obrero, confluyen en él la tradición nacional-popular con las reivindicaciones indígenas y la autonomía cultural con el desarrollo del Estado. Esto ha ampliado sus bases y apoyos, generando una hegemonía de gobierno que lo llevó a triunfar también en algunas casas de blancos y ricos del este y sumar dirigentes y reivindicaciones de sectores del poder económico, manteniendo a su vez un discurso socialista y comunitario.
En los hechos, la nacionalización de los hidrocarburos permitió incrementar enormemente las arcas estatales, con las que se efectuaron obras de infraestructura como nunca antes y se invirtió en derechos económicos y sociales de las mayorías. La nueva constitución, aprobada por referéndum, reconoció y rebautizó al país como “Estado Plurinacional”, otorgando mayores autonomías y derechos a sus comunidades.
Y Bolivia creció a “tasas chinas”. El aplastante 61,3% obtenido por Morales en 2014 parece explicarse.
¿Por qué entonces el “No”? Sin dudas, la enorme campaña mediática que enfrentó, colocando su intimidad como eje de discusión y la impronta regional que adquirió la elección, con los vientos triunfantes de Mauricio Macri y de la oposición venezolana, jugaron un papel importante. Pero pensemos un tercer factor: el pueblo desconfía de la continuidad en el poder. La propaganda mediática (como los postulados religiosos o las enseñanzas escolares) imparten gustos y sentidos sobre las cosas.
Éstos pueden ser más o menos efectivos para convencer a la gente -la tv lo es cada vez más- pero hay ciertas ideas y sentidos que están más arraigados que otros en el vivir cotidiano, que permanecen.
El miedo o la crítica a que alguien “se eternice en el poder” (político, que es el único visible y por ende cuestionable), es sensible en la mayoría de la población y, aun para simpatizantes de Morales, fue un cheque difícil de firmar, aprovechado por una oposición unificada en una consigna.
Morales gobernará hasta 2019. La oposición se ha fortalecido, pero -según vimos- los elementos aunados en el bloque gobernante pueden dar la fuerza necesaria para generar un recambio electoral. David Choquehuanca, actual canciller y estudioso del ideario del buen vivir, parece una posibilidad.
Finalmente, valga señalar que la innegable transformación de Bolivia, centrada en la soberanía nacional, la vida comunitaria y el reconocimiento de los derechos colectivos y de la naturaleza, presentan un camino del cual aprender. Nuestra constitución y nuestras leyes pueden esta vez mirarse y rehacerse según la vida y el bienestar latinoamericano y no la de los países que nos dominaron.
(*) Licenciado en Historia por la UNC. Docente e investigador.