Benito Marianetti, a quien Nicolás Guillen definió como “el Señor de los cerezos en flor”, fue uno de los más vigorosos pensadores argentinos del siglo XX.
Iluminó, desde su Mendoza natal, el escenario político de su época, lacerado por las persecuciones políticas, secuestros y asesinatos por encargo.
Tiempos difíciles cuando la mayoría de la dirigencia política opositora terminaba con sus huesos en las mazmorras policiales o en los campos de concentración instalados en la isla Martín García, en las gobernaciones patagónicas o en la cárcel de Ushuaia o el penal de la isla de los Estados.
Don Benito, como le conocían sus amigos, más allá de su actividad política, el ejercicio del derecho y la producción vitivinícola, siempre tenía tiempo para atender las inquietudes de los niños y adolescentes, vecinos todos de su quinta en Chacras de Coria, quienes la habían adoptado como lugar de juegos.
Ése era también su refugio frente a las ventiscas cordilleranas y los rigores del viento zonda.
Allí reflexionó y escribió acerca de la fragilidad de los acuerdos políticos y la inestabilidad de los tratados de paz y coexistencia entre las naciones. Temas que los interesados podrán encontrar en su extensa bibliografía y en los míticos Cuadernos de Cultura, muchos de ellos acompañados por la sagaz crítica de su compañero de correrías, Ángel Bustelo.
Experto en cuestiones internacionales y diplomacia, Don Benito viajó con frecuencia por el mundo, y los mejores salones de Europa y de Estados Unidos se abrieron para recibirle.
Ésa es una de las razones por la cual, cuando despuntaba la década de los años 30 del siglo anterior, fue invitado por una decena de universidades del viejo mundo a exponer sus reflexiones.
En la cultísima ciudad de Bologna explicó la tragedia que vivían los españoles forjadores de la II República ante las operaciones de espionaje e implantación del terror por una aceitada maquinaria, en manos de espías y agentes encubiertos del nazifascismo, operación que se replicó con extremo cuidado en regiones donde la inmigración italiana era preponderante.
Anotó, como al pasar, algunas curiosidades del desembarco fascista en América Latina, como la transformación de antiguos inmigrantes en inexplicables personajes -ricos y poderosos- que influían en las decisiones políticas de importantes provincias argentinas.
Marianetti, más allá de la denuncia política, profundizó conceptos -en esa y otras conferencias- sobre las campañas difusión del fascismo y la instalación de sus organizaciones en distintas regiones del globo, con la ayuda del catolicismo, para apropiarse de la estructura educacional de nuestros países.
El ejemplo más elocuente del “hacia donde marchan los gobiernos” sucedió el 29 de julio de 1931 –fecha del cumpleaños número 48 de Benito Mussolini- cuando miles de alumnos y de ciudadanos argentinos, por decisión del presidente de facto José Félix Uriburu, juraron lealtad y fidelidad al Duce.
El fracaso de la propaganda mussoliniana en la República Argentina se debió a la tradición carbonaria de la primera inmigración italiana y al poderío de las organizaciones antifascistas en manos de socialistas, comunistas, anarquistas y de la masonería, que lucharon a brazo partido para evitar que se arraigaran las nuevas organizaciones fascistas (Fasci, Dopolavoro); y que las antiguas asociaciones (Feditalia, Dante Alighieri, etcétera) resistieran el proceso de fascistización que sufrían a fuerza subsidios que repartía a manos llenas el embajador Raffaele Guariglia.
La visita de Marianetti a la Universidad de Lovaina no pasó desapercibida para ninguno de los servicios secretos europeos, estadounidenses y soviéticos.
Algunos comentaristas e historiadores que han estudiado ese viaje dirán que estuvo presente en el hemiciclo la flor y nata de los espías residentes en Europa.
Según la reconstrucción de la disertación de Don Benito a la que hemos tenido acceso, el conferenciante dejó las formas diplomáticas que cultivaba con esmero.
No ahorró epítetos a la hora de advertir de que los sistemas defensivos de Francia y Bélgica eran vetustos e inútiles frente al avance mecánico del militarismo, germano que había sido parido en tiempos de Federico el Grande y reformulado por Otto Eduard Bismarck-Schönhausen, el fundador de la Alemania Moderna, tras ser nombrado primer ministro de Prusia.
Describió la relevante reforma militar que le permitió a Alemania disponer de un poderoso ejército para llevar a cabo sus planes de unificación, a los cuales dio continuidad el kaiser Guillermo.
Toda esa herencia guerrera fue la que capitalizó Adolf Hitler, mientras el mundo observaba con asombro la displicencia con la que el Reino Unido de Gran Bretaña y Francia tomaban las bravatas del líder del Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán. Arthur Neville Chamberlain, el primer ministro británico, será, a los ojos de gran parte de la historiografía, el culpable de la guerra por intentar “frenar la bestia” con su política de apaciguamiento.
Es menester, en este acercamiento a la vida política de Benito Marianetti, detenernos en la década del 60, cuando encabezó las denuncias continentales contra el Programa de Alianza para el Progreso, proclamado por el presidente estadounidense John Fitzgerald Kennedy el 13 de marzo de 1961.
En su libelo inicial, fue un poco más allá de la incidencia de la CIA en la región. Señaló que si bien es cierto que en América Latina existen millones de hombres y mujeres que mueren de hambre y son lacerados por las enfermedades, no es por su culpa sino por el injusto sistema de reparto de las riquezas que propone el capitalismo.
“Kennedy no dice la verdad”, afirmaba Marianetti voz en cuello: “Se cuidó muy bien de agregar que aquello se debía, en gran parte, a la acción de los propios Estados Unidos que han saqueado nuestra América siguiendo a pie juntillas las recomendaciones del Corolario Roosevelt a la Doctrina Monroe, por el que se excluía del comercio regional a los productos europeos”.
Con tal motivo, el presidente estadounidense hacía un llamado para que todos los gobiernos de América Latina se agruparan en una tarea tendiente a satisfacer las necesidades fundamentales de “techo, trabajo, tierra, salud y escuelas”, aclarando que el plan continental tendría un alcance de diez años y se invertirían para su cumplimiento 20.000 millones de dólares.
Según la Carta de Punta del Este, los países signatarios se comprometían a “perfeccionar y fortalecer las instituciones democráticas”.
La respuesta de Marianetti no se hizo esperar. “Ya hemos visto cuál es el papel que le ha tocado a América Latina y el Caribe en ese esquema de dependencia política y económica. La reforma agraria que se proponen para nuestros países, entonces, no podría marcar independientemente de una política dependiente en materia internacional, es decir que la reforma agraria y la lucha contra el imperialismo son dos cosas que marchan muy unidas y que deben marchar muy unidas. No puede haber reforma agraria sin lucha antiimperialista. Con la reforma agraria deberá desaparecer la oligarquía como clase en el orden nacional, y deberá desaparecer la intromisión imperialista en todos sus aspectos”.
“Nosotros, por nuestra parte -continúa el maestro mendocino-, necesitamos los productos o algunos productos que ellos pueden lanzar al mercado. Permitirá ese acercamiento y este intercambio una mayor y mejor producción en el campo argentino. Con este comercio exterior ampliando y mediante estas relaciones internacionales de nuevo tipo, podremos traer divisas del exterior o maquinarias, materia prima o lo que nos haga falta, sin endeudarnos”.
De esta forma, la nueva política agraria produciría una “revolución” en el campo argentino. Así se convertiría, según Marianetti, en un factor fundamental para el aumento de la producción en la ciudad y en el campo, pero también, y sobre todo, en “la gran palanca que podría romper las cadenas de nuestro sometimiento al imperialismo foráneo”.
Yo creo que no han sido olvidados, ni Benito Maranetti ni Angel Bustelo, seria bueno que estos hombres ejemplares fueran incluidos en la curricula escolar como dos ejemplos de ética y humildad.
Realmente uno de los tantos olvidados de la historia.Evidentemente su filiación política no podría ser otra que de izquierda.
No puedo creer, amigo, que omitas (lo que en este caso es una ocultación grosera) que Don Benito era dirigente destacado del Partido Comunista.
Así no se escribe, no se debe escribir, la historia, menos cuando das un perfil de un pensador tan ilustre.
Podés, si querés, hacer hincapié en las diferencias que tuvo con la dirección estalinista del PC.
Pero escamoteárselo al lector desprevenido….