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Banalizar el ejercicio de la magistratura

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Por Luis Carranza Torres* y Carlos Krauth**, exclusivo para Comercio y Justicia

Según las encuestas, una de las instituciones que más han caído en la consideración ciudadana es la de la justicia. Si bien varios factores se conjugan en ello, uno de trascendencia es el comportamiento insólito -por decir lo menos- de ciertos magistrados.
El último de tales ejemplos es la sentencia dictada por el juez laboral Alejandro Aníbal Segura, del Juzgado Nacional de 1ª Instancia del Trabajo N° 41, por la que condenó al club Racing y a una empresa de alimentación a indemnizar a dos empleados encargados de vender comida como «bandejeros» en las tribunas del estadio de Avellaneda.

Lo que nos llamó profundamente la atención de tal sentencia fue la manera como expresó los argumentos para justificar su fallo. Es que en éste pueden leerse expresiones despectivas hacia el club, tales como «Ra sin Club Asociación Civil» -aludiendo a su quiebra y gerenciamiento-; o «En más de una ocasión he renegado de la academia (no de Racing jajaja, sino del impostado mundo de la dogmática jurídica laboral)». Otras expresiones demuestran su fanatismo por San Lorenzo: «En la Platea Norte del Nuevo Gasómetro, mi segundo hogar, hay una mesa de aderezos para acompañar las hamburguesas…”. Además, menciona despectivamente otros clubes con dichos tales como «un club de Parque Patricios, conocido por ser vástago de San Lorenzo de Almagro», en referencia a Huracán; o escribe «RiBer Plate» al hablar de ese club de Núñez.

Asimismo, deja asentada su filiación política al expresar: «Estoy completamente convencido de que el neoliberalismo agrede directamente los derechos de lxs trabajadorxs y que ello, tan visible en nuestro País en las experiencias habidas en los períodos 1975/1983, 1989/2001 y 2015/2019, posee una evidencia que por su robustez esteriliza cualquier atribución de tinte político-agonal a este parecer».
Su decisorio causó gran revuelo, frente a lo cual esgrimió como defensa que en el documento «elogio a la hinchada de Racing (puse maravillosa afición), morigero significativamente una condena que pudo haber sido muy importante (casi 50 años de trabajo en negro).

Está claro para el que lee el fallo que, además de estar imbuido en el folclore del fútbol, hay un elogio a la hinchada de Racing; y el resto de las alusiones es pintoresco. Tuvieron el efecto de demostrar que el sentenciante es un hombre común, de la calle, que vive la realidad en la que le toca decidir. Entendemos que su declaración profundiza aún más lo insólito y poco serio de su trabajo.
De más está decir que los condenados recurrieron el fallo fundando, entre otras cosas, su recurso en la manifiesta parcialidad del juez, por su irrespetuosidad y “clara incitación a la violencia», ya que sus dichos son propios «de los hinchas más radicalizados del fútbol».

Algunas consideraciones rápidas respecto de un tema que va mucho para el análisis. En primer término, es un desubicado. Las sentencias no son lugar para ese tipo de lenguaje. En segundo término, resulta, a más de una muestra de poca seriedad técnica, otra de supina egolatría. El magistrado cree que su muy particular versión sobre cómo debe vivirse el fútbol debe ser puesta en una sentencia de la Justicia Nacional del trabajo. Como se diría: “bajate del pony”, para usar un nivel de lenguaje semejante al de la sentencia. A nadie, y a las partes en el proceso menos que nadie, le interesan ese tipo de manifestaciones.

Como pasa en este tipo de hechos, aún más grave de lo sucedido es que una persona con tales exabruptos y un ego de este tipo, con formulaciones tan banales, sea quien juzgue cuestiones en lo laboral. Todo uso del lenguaje muestra una personalidad por detrás. Lo que aquí queda revelado, de sus propias palabras, no brinda demasiadas seguridades respecto de una persona que va a ser imparcial, sobre todo respecto de sus gustos personales, a la hora de impartir justicia en nombre de todos nosotros.

Porque ése es el tema: lo hace a nombre de todos nosotros. Por eso, entre todos le pagamos su salario. No es irrazonable pedirle entonces que dé rienda suelta a sus pasiones por cuenta propia, en el ámbito que corresponda. No en el nuestro. Y menos, usando algo tan trascendente para la paz social y la justicia como lo es el dictado de una sentencia.

No tenemos dudas de que fallos así ayudan a quitarle seriedad a la labor de la justicia. Es cierto que es necesario que se modifique el pomposo lenguaje judicial para hacerlo más accesible y entendible a los justiciables y a la sociedad; pero ello no significa que se deban dejar de lado las expresiones técnicas necesarias y la seriedad que un acto judicial de tamaña magnitud conlleva.

Por otro lado, la imparcialidad y la independencia judicial no son un capricho ideológico. Resulta algo imprescindible para que las decisiones judiciales, entre otras cosas, sean creíbles para la opinión pública. Como señala Jorge Malem, “…es que las sentencias no únicamente tienen un valor jurídico sino que cumplen una función simbólica; la de afirmar, promocionar y reforzar los valores que el derecho defiende”. Si ello no se cumple, no tendremos un sistema de justicia acorde a un sistema democrático y republicano y su imagen seguirá cayendo en la consideración de los ciudadanos.

Después, si amparamos el “país de la joda” o relativizamos sus lamentables muestras por ser “políticamente correctas”, no nos quejemos de que las sentencias resulten un chiste. Encima, de mal gusto.

(*) Abogado. Doctor en ciencias jurídicas
(**) Abogado. Doctor en derecho y ciencias sociales

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