“El libre pensamiento, cuna de todas las filosofías, es sencillamente el derecho que el hombre ha
recibido de la naturaleza de
raciocinar sobre todas las cosas lo mejor que entienda, con entera independencia y absoluta libertad, sin someterse a ningún dogma ni a creencia alguna.”
Arturo Ardao
En defensa propia, en defensa de la libertad de pensamiento, en defensa de la laicidad de la escuela pública -que está sometida a los más graves agravios de que se tenga memoria desde el regreso de la democracia- venimos a nuestro encuentro para rendir tributo a uno de los mayores pensadores de América Latina.
Se trata de nuestro querido Arturo Ardao. Este enorme y vigoroso pensador uruguayo que fue uno de esos tantos -hombres y mujeres- que supieron orientar nuestro ejercicio crítico, dotándonos de los elementos necesarios para hacerlo en libertad. Libertad que no admite limitación alguna porque “Es la suprema floración, el concepto de la forma total del espíritu, la conciencia y la esencia espiritual del estado todo; el espíritu de la época, como espíritu que se piensa a sí mismo. El todo multiforme se refleja en ella como en el foco simple, como en su propio concepto que se sabe a sí mismo”.
El querido maestro -egresado de la prestigiosa Universidad de la República- fue una especie de santón laico que transitó las aulas de todo el continente resistiendo a todos los autoritarismos y a todas las dictaduras. Es por ello que, en nuestra condición de discípulo y en su memoria, esta vez venimos a instar, a provocar la polémica e invitar a pensar a los que pensaron. Y, de paso, desafiar, en el terreno que elijan, a los que han sometido su conciencia, a los que, negando la esencia del pensamiento crítico, optan por la obediencia, sin más.
Arturo Ardao se integra al debate contemporáneo sobre el valor de la razón abstracta y, sin mengua de ella, reivindica la legitimidad y el valor de la inteligencia creadora, de la inteligencia concreta y aplicada. La razón del sujeto histórico en sí mismo.
En todos los casos manifiesta una fuerte tendencia a lo concreto, único medio de evitar las falacias y los errores a que se nos tiene acostumbrados cuando se falsifica la historia y se entrega la conducción política y académica de la educación a plagiarios e incapaces consuetudinarios que asumen su tarea desde nuevas torres de marfil, escudados en el accionar de comisarios políticos.
Enseña que la argumentación es un campo de conflicto al que no se debe rehuir. Debate en el que se integra la decisión de buscar y ahondar en las raíces latinoamericanas. Hecho que violenta -insistimos- a los fundamentalistas ya que se los obliga a razonar sobre lo concreto y dejar el área de las imprecisiones, de las creaciones mágicas y de las teorías conspirativas, a las que se aferran con desesperación cuando se desmoronan sus débiles argucias dialécticas.
Arturo Ardao replantea el “pensamiento” en América Latina como la necesaria producción de comunidades localizadas en el tiempo y en el espacio integrando ciencia, filosofía, historiografía, lógica, epistemología y lingüística. ”En este sentido, la historia de las ideas, según Ardao, es principalmente una tarea arqueológica referida a la recuperación de los textos latinoamericanos producidos por una serie diversa de corrientes y pensadores, tarea que se propone para formular una genealogía propia del pensamiento latinoamericano y oriental.
En definitiva, estamos en presencia de un “arielista fundamental” que asume su puesto de vanguardia en la lucha contra Calibán. Renueva el proyecto rodoniano a partir del reconocimiento del valor de las ideas de José Enrique Rodó, contenidas en la Revista de Literatura y Ciencias Sociales que se publicó en Montevideo entre marzo de 1895 y noviembre de 1897, que sería bueno releer a la hora redimensionar la historia de las ideas en América Latina y no ser meros repetidores de conceptos mal aprendidos.
Arturo Ardao -suele explicar Hugo Biagini- inspirado por las ideas rodonianas reorienta el proyecto de Rodó, en el entendimiento de que asumirlo, desarrollarlo y profundizarlo constituyen tareas esenciales que hacen al desarrollo del proceso de liberación, de emancipación de América Latina. Ardao -y esto es lo trascendente- enriquece la reflexión histórica.
Nos interpela gravemente. Es que su enfoque obliga a rever la memoria del continente desde una atalaya diferente que exige ser diferentes, únicos -quizás en la propuesta- y no ser meros repetidores de ideas ajenas.
Ésa es la condición previa y necesaria para sentarnos a la mesa del debate para “analizar el nombre y la `idea de América Latina´, es decir, la configuración ideológica de América Latina, inaugurada en los ideales de unión americana de Miranda, Bolívar y Artigas.”… A pesar de los cuestionamientos éticos y políticos que merece la figura de Simón Bolívar por haber entregado a los españoles a Francisco de Miranda a cambio de un manojo de monedas de plata.
Latinoamérica es, aquí y ahora, fruto de diversas tradiciones culturales que, a su modo, impulsaron la consolidación de América Latina como expresión “de su propia voluntad, ante las exigencias dialécticas de su proceso histórico, en relación con Europa por un lado y de Estados Unidos por otro.
Esa denominación por la idea a que responde, o sea la de la latinidad de nuestros pueblos, es en sí misma de naturaleza cultural, porque la latinidad resulta ahí antes por la cultura que por la raza. Tal ha sido su sentido, desde su origen romántico hasta hoy”.