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Apostillas en la necesaria historia del Atlántico

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La presencia del presidente estadounidense Barack Obama en la República Argentina, más allá de sus implicancias domésticas, obliga a detenernos un instante en la realidad internacional circundante para analizar este tiempo histórico que aparece, a todas luces, difícil, complejo. Y, de paso, reformular conceptos y analizar la correlación de fuerzas existentes en el océano Atlántico Sur. Área que ocupa, por su alto valor estratégico, un puesto central en el escenario geopolítico mundial.

El visitante, aunque no lo ha expresado de viva voz, pretende restaurar la presencia norteamericana en la región, habida cuenta del avance científico-militar de China en la Patagonia argentina y el fallo de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) que reafirma “los derechos de soberanía” de nuestro país estableciendo una zona política, económica y estratégicamente importante que se reflejará de inmediato en la Antártida, afirmando

nuestros derechos sobre el casquete polar. Además de cuestionar la declaración la posesión de hecho que ejerce el Reino Unido de Gran Bretaña en las Islas Malvinas y demás archipiélagos que conforman las Antillas del Sur, producto del resultado de la guerra que nos enfrentó en 1982.

Para comprender este instante en la historia diplomática argentina es preciso reconocer la enorme tarea desarrollada por el Ministerio de Relaciones Exteriores que, a pesar de nuestras habituales marchas y contramarchas políticas, preservó esta cuestión y la transformó en una política de carácter permanente. Faena que se fundó en la efectiva presencia de nuestro país en tan lejanas latitudes y que se remite al momento en que una expedición escocesa transfirió, por compra en enero de 1904, al gobierno argentino los derechos posesorios en las Islas Orcadas del Sur, donde se mantiene en forma ininterrumpida un Observatorio Meteorológico y una Oficina Radiopostal.

El embajador Juan Archibaldo Lanús anota, en su obligada historia de la política exterior argentina en el tomo titulado De Chapultepec al Beagle, que el 6 de de diciembre de 1947 el ministro de Relaciones Exteriores y Culto, doctor Juan Atilio Bramuglia, se refirió a “la ininterrumpida ocupación de las Islas Orcadas del Sur, a los derechos emergentes de su vecindad geográfica con las zonas antárticas próximas a América (…) y el constante y pacífico despliegue de soberanía” por parte de la República Argentina. Expresando, además: “El Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto ha sostenido con invariable firmeza los derechos argentinos, sustentados en títulos incuestionables. Ha desarrollado una acción de puertas abiertas que no excluye las justas reivindicaciones que sobre aquel extenso continente han evidenciado otros Estados Americanos y ha prestado franca colaboración por medio de sus estaciones meteorológicas a los buques de todas las banderas que periódicamente recorren los mares australes. Tales antecedentes, que no van por cierto en desmedro de la tesis argentina, demuestran la amplitud de miras con que el Gobierno está resuelto a afianzar su soberanía sobre los territorios antárticos que forman parte del territorio nacional. Las buenas relaciones que nos unen a aquellos Estados permitirán, sin duda, establecer un contacto provechoso con el objeto de llegar a soluciones satisfactorias para todos mediante el eximen de títulos de cada una, ya sea por negociaciones directas o en una Conferencia Internacional del Antártico.”

Es hora de enumerar algunos hitos para reafirmar los dichos de Bramuglia. La primera expedición formal armada por la República Argentina tuvo lugar en enero de 1948; participaron más de dos mil hombres y la aviación naval cruzó por primera vez en diciembre de 1947 el Círculo Polar Antártico, hazaña que cumplió el almirante Gregorio Portillo al mando de un avión Douglas C54. En 1951, fue el Ejercito Argentino el que inició su presencia activa en la Antártida, con la expedición del entonces coronel Hermes Pujato, que abrió, en Bahía Margarita, la primera base al Círculo Polar Antártico. En los años 1952 y 1953, se incorporó a la actividad antártica la Fuerza Aérea Argentina.

Si bien la historia de la ocupación del continente helado ha sido pacifica y persiguiendo fines científicos, las crónicas avisan que durante el mes de febrero de 1952, en la zona de la Esperanza, se produjo un brutal enfrentamiento entre tropas argentinas y los integrantes de un grupo expedicionario británico que pretendió desalojar de su acantonamiento al Ejército Argentino.

Los hechos: el 1 de febrero de 1952 militares argentinos del Destacamento Naval Esperanza, en la Antártida, evitaron mediante fuego de ametralladora el desembarco de una fuerza británica que, a bordo del buque John Biscoe y desoyendo sus advertencias, buscaba reconstruir una base destruida por un incendio en 1948.

El 15 de febrero de 1953, infantes de marina británicos armados con ametralladoras, rifles y gas lacrimógeno desembarcaron en la Isla Decepción, destruyeron instalaciones chilenas y el refugio argentino “Teniente Cándido de Lasala”, expulsando a sus ocupantes. Estos hechos, silenciados en su momento por las cancillerías –lo que llevó a los historiadores antárticos a referirse a ellos como a “la guerra silenciosa de la Antártida”– fueron picos de la tensión entre fuerzas británicas, argentinas y chilenas registrada en el continente blanco entre 1939 y 1958.

Episodios que guardan una estrecha relación con la presencia nazi en el continente blanco que habría gozado de la protección de las fuerzas armadas argentinas.

 

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